El Mundial de Qatar visto desde Tánger
En unos pocos días los que aquí vivimos hemos tenido la sensación de recorrer una hégira que va desde las lágrimas de Saladino a la felicidad de un pueblo ocupando las calles de Marruecos
Como si el futuro y el pasado se hubieran resuelto en un universal juego de pelota. De las cruzadas de los frany, de los occidentales y sus ardorosas guerras santas, de la milenaria hostilidad entre el Islam y Occidente hemos pasado a la pacífica victoria del mundo árabe, bereber o de cualquier tribu que mira a La Meca. No hay lanzas en este campo de batalla, hay una desbordada unión en una felicidad de un pueblo unido tras unos cuantos héroes, los Leones del Atlas, que han conseguido que esta parte del mundo, en la que se mezclan las adidas y las babuchas, las camisetas de Nike ...
Como si el futuro y el pasado se hubieran resuelto en un universal juego de pelota. De las cruzadas de los frany, de los occidentales y sus ardorosas guerras santas, de la milenaria hostilidad entre el Islam y Occidente hemos pasado a la pacífica victoria del mundo árabe, bereber o de cualquier tribu que mira a La Meca. No hay lanzas en este campo de batalla, hay una desbordada unión en una felicidad de un pueblo unido tras unos cuantos héroes, los Leones del Atlas, que han conseguido que esta parte del mundo, en la que se mezclan las adidas y las babuchas, las camisetas de Nike y los velos, los tajines y las hamburguesas, sean capaces de estar instalados en una ilusión retransmitida en directo por televisiones que sirven para la colonización del Occidente y también para asistir en vivo a su derrota. Los timbales y añafiles se han cambiado por el pito de los coches, por las bocinas que anuncian en las calles la victoria del Oriente sobre los hijos del deporte que surgió en Occidente. El Mundial de Qatar, tan polémico y occidentalizado, está resultando en Marruecos y en todos los países islámicos una cruzada al revés.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano confesaba que en las semanas de los Mundiales de fútbol ponía el cartel de no molestar para vivir desde su televisión las emociones que el fútbol proporciona. El fútbol que une y separa, que enciende pasiones y permite venganzas, es una de las religiones más transversales del mundo. Convoca a católicos y musulmanes, protestantes o budistas, descreídos o fieles de cualquier cultura o religión. Cada día en las calles de Tánger –de todo Marruecos– tenemos que aclarar que no somos ni del Madrid ni del Barça, que somos del Atlético de Madrid, del glorioso equipo resistente de tantas derrotas, ilusiones y algunas inolvidables victorias. Del mismo equipo que hizo posible la existencia del Atlético de Tetuán, único equipo de Marruecos que jugó en los años del llamado Protectorado en la liga española. Les parecemos un poco excéntricos porque nuestro país lo dividen entre madridistas y culés. Algo que también está cambiando por este Mundial. Ahora, por la procedencia de algunos de sus jugadores, los heroicos leones, saben la importancia de llevar la camiseta del Sevilla –por Bono o En-Nesyri– o del Chelsea –por Ziyech–. Y también tienen respeto a mi Atlético, por Griezmann.
Ante el partido de este miércoles, el gran duelo contra uno de los países que más les ocuparon, preocuparon, recibieron o marginaron, ante la grandeur de Francia los tangerinos están divididos entre los soñadores –la mayoría– y los pragmáticos. Pase lo que pase ya han cambiado la historia de su fútbol. El entrenador Walid Regragui es más héroe nacional que Del Bosque. Sus jugadores, la inmensa mayoría marroquíes de la diáspora, ya son héroes nacionales. Me recordaba un ilustrado y futbolero amigo tangerino, musulmán occidentalizado, que ya desde el tiempo de las cruzadas el gran Cadí de Damasco decía que “un musulmán no tiene que avergonzarse por haber tenido que huir de su tierra. También Mahoma tuvo que abandonar su ciudad natal”.
Crecidos, ilusionados, felices los tangerinos, que tantos problemas conocen, salieron a la calle en una fiesta espontánea, en una de las mayores celebraciones populares que se recuerda en la ciudad, el día que ganaron a sus más cercanos vecinos del mundo occidental. La victoria contra España tuvo mucho de simbólica, una metáfora de que es posible derrotar al fuerte. Cuando España ganó el campeonato en Sudáfrica el pueblo marroquí salió a la calle para celebrar. Ahora desbordó la ciudad, las ciudades y pueblos de un país que estaba paralizado y en un silencio mayor que una tarde de Ramadán.
El Instituto Cervantes de Tánger tenía prevista una de sus más importantes actividades culturales del año, el estreno de la versión teatral de Juanita Narboni adaptado por Manuel Gutiérrez Aragón y la actriz tangerina Romina Sánchez. Tuvimos que cambiar las fechas. El director español ya estaba en Tánger en la fecha del partido. Se quedó en su céntrico hotel viéndolo. Después apenas pudo moverse por el colapso de la ciudad, pero se atrevió a salir al bulevar y asegura que nunca había visto explosión mayor de felicidad. Se asombró de ver a una fuerte mujer marroquí que llevaba sobre sus hombros a su marido, que a la vez en sus brazos sostenía a dos hijos pequeños con banderas marroquíes.
Desde mi casa, en un barrio alto de la zona occidental, se veían las hogueras que los pobres que viven entre las ruinas de un cercano cementerio encendieron como demostración de alegría. La ciudad era una fiesta y no era posible moverse entre la multitud. Pasaron muchas horas hasta que la ciudad recobró su normalidad. Ni un incidente importante que señalar.
Me cuenta el letrado de las Cortes Generales, Luis María Cazorla –español nacido en Larache y narrador de los años españoles de esa parte de Marruecos– que estaba en Rabat esperando la posibilidad de una visita al rey de Marruecos que tuvo que ser aplazada. Vio el partido con destacados miembros de las cercanías de palacio y asistió entre resignado y complacido por aquella victoria que fue nuestra derrota. Me cuenta que el rey vio el partido con la camiseta de la selección y participó del desfile feliz en las calles de la capital.
Después de terminar con belgas, españoles, portugueses, la ciudad –como el resto del país– se prepara para un día histórico contra Francia. Nada se puede hacer en la ciudad que no sea estar atentos a la pantalla. El concierto de Navidad que teníamos anunciado con Rosa Torres Pardo y Enrique Viana, lo hemos tenido que adelantar improvisadamente. Otra cita con María Dueñas ha tenido que ser aplazada. El fútbol puede con la literatura, con Falla, con Granados y con Albéniz. Que este pueblo sea feliz y que lo siga siendo después del partido. Nos queda mucho fútbol desde este lado del mundo.
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