España, una familia al fin bien avenida

La mejora de los entrenamientos y la preparación, la flexibilidad con los horarios y el respaldo económico de la federación han sido el mejor pegamento para la selección

La selección festeja en el césped el triunfo ante Suecia, el pase a la final frente a Inglaterra. Foto: PABLO GARCIA/RFEF (RFEF/EFE) | Vídeo: EPV

Acabado el encuentro de Japón, duelo que cerraba la fase de grupos y que clarificaba qué selección quedaba primera de grupo, se hizo el silencio en el vestuario. España había pasado a octavos, pero de un juego abrasador en los dos envites anteriores pasó a ser un juguete ante las niponas. Les negaron su fútbol y, de paso, les endosaron cuatro goles. Caras largas, de fastidio y hasta de rabia, también algún discurso azuzador de las capitanas. Y poco más. Las palabras no tenían eco. España no estaba en un buen momento porque la pelota, por primera vez, no había entrado. Pero el equipo ya era un ...

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Acabado el encuentro de Japón, duelo que cerraba la fase de grupos y que clarificaba qué selección quedaba primera de grupo, se hizo el silencio en el vestuario. España había pasado a octavos, pero de un juego abrasador en los dos envites anteriores pasó a ser un juguete ante las niponas. Les negaron su fútbol y, de paso, les endosaron cuatro goles. Caras largas, de fastidio y hasta de rabia, también algún discurso azuzador de las capitanas. Y poco más. Las palabras no tenían eco. España no estaba en un buen momento porque la pelota, por primera vez, no había entrado. Pero el equipo ya era un equipo. Aunque faltaba dar un paso más, llegar a ser una familia bien avenida.

Entre afonías forzadas y cavilaciones perdidas, la vuelta en autocar al hotel se hizo más larga de lo normal. Había ganas de ir a la cama antes que de cenar. “El ambiente estaba tristón porque dolía la derrota y más por cómo se había producido”, cuentan quienes estuvieron en el comedor del hotel. Pero, de repente, todo cambió. “¡Os digo ahora que este equipo va a llegar a la final! No hay nadie que tenga nuestra calidad y que juegue tan bien. ¡Vais a llegar a la final! No lo dudéis…”, exclamó el presidente dela Federación, Luis Rubiales —presente desde el primer día con la expedición—, tal y como se verá en un documental de producción propia que está haciendo la RFEF. Tras acabar el discurso, se llevó una ovación de las jugadoras, enardecidas por lo que estaba por venir. Días después, están en la final. Les espera Inglaterra.

“Ese discurso nos llegó”, admiten desde el camerino; “nos dio alas porque nos sentimos muy apoyadas y entendimos que juntas éramos más fuertes”. Y aunque el ambiente ya era mejor de lo esperado, el equipo pasó a ser algo más. “Somos una familia”, señala Athenea. Lo mismo opinan Tere Abelleira, Ivana, Olga y cuantas hablan del tema. Una unión hecha a la carrera.

Después de que 15 jugadoras se declararan no convocables con la selección en el pasado septiembre, muchas de ellas del Barcelona, se dispararon las rencillas, sobre todo porque las del Madrid —exigidas por Florentino Pérez— no se adhirieron a los mails del resto, esos que decían que no estaban bien de salud y enmascaraban su disconformidad con la falta de profesionalidad de la federación y el entrenador. “No íbamos a ceder a las presiones. Éramos actores pasivos, pero no íbamos a echar al seleccionador porque creíamos en su trabajo”, defienden desde los pasillos de la RFEF. Llegado el Mundial y rebrotadas las ganas de las futbolistas de jugar en el torneo planetario, la mayoría se retractó y digirió el orgullo, también aceptó los diálogos individuales del entrenador y del presidente para mejorar y reconducir los fallos del pasado. “No podíamos estar distanciadas de esta manera tanto tiempo. No aportaba nada bueno. Lo mejor era intercambiar opiniones y buscar el mismo camino”, conviene Aitana.

“Había dudas de cómo encajarían las jugadoras que volvían al grupo [Aitana, Mariona Caldentey y Ona] después de que otras hubiesen llevado al equipo al Mundial”, añaden desde la federación. Los primeros días fueron tensos. Pero todas supieron anteponer lo profesional a lo personal. Lo que era una relación de trabajo pasó a ser una convivencia amable; luego llegaron las complicidades; se fraguó la amistad y hoy, espoleadas porque la pelota no ha dejado de entrar, son una familia. “Ha sido precioso todo lo que hemos vivido en el vestuario, cómo nos hemos unido”, indica Abelleira.

Hace dos meses, al concluir la concentración en Benidorm, el cuerpo técnico decidió montar una fiesta. “Se trataba de hacer piña”, aseguran desde el staff. Así, nada más llegar a Madrid e incluso antes de que se diera la lista definitiva, se montó una buena jarana con las futbolistas y las familias, punto de unión, el inicio del buen ambiente que después se ratificó en Avilés, en Las Rozas y en Dinamarca, escala previa antes de aterrizar en Palmerston (Nueva Zelanda). Ahí también entró la mano del cuerpo técnico, tan discutido antaño por las jugadoras, ahora aceptado.

“Se han hecho entrenamientos mucho más cortos e intensos, mejor preparados y, sobre todo, con cantidad de ejercicios enfocados a situaciones reales a las que se encontrarían en los partidos”, explican desde la expedición española. Las jugadoras lo agradecen. Solo se vieron sorprendidas por Japón, de quien se suponía que les discutiría el balón y planteó, en cambio, un duelo con bloque bajo y a la contra. España no supo darle réplica.

Aquella fue la única vez en que la planificación, reforzada con vídeos desde este año, no salió como esperaban. “Los vídeos nos ayudan muchísimo para analizar al rival, también para vernos. La sensación en el campo en ocasiones no se corresponde con la realidad”, indica Paredes. “Nos van muy bien, se nota que trabajan mucho para darnos la mejor información posible”, apostilla Mariona.

Del mismo modo, también se intensificaron los ejercicios por grupos: intensifican la competitividad y fortalecen la confianza; además, con apuestas: las perdedoras tenían que cantar o bailar delante del resto al acabar la sesión. “Lo paso bastante mal”, explica Enith Salón, tímida por naturaleza. “¡Bah!, a mí me da igual, yo me pongo y lo que salga”, se suma Cata Coll. “Yo lo hago fatal, pero bailo, canto y lo que haga falta para que este equipo se una más”, explica Athenea. Y parece haber funcionado.

Ya sin las botas puestas, las futbolistas juegan a las cartas —al Virus y al Brandy—, al ping-pong, al billar o a los dardos; se montan reuniones en alguna habitación y sesiones de dj —con Jenni e Irene Guerrero al control— en el vestuario y el gimnasio. De paso, se sumaron terapias individuales y grupales con el psicólogo de la selección, Javier López Vallejo, figura de nueva incorporación que se ha ganado el respeto de todos. “Demostró que si trabajábamos lo físico, lo táctico y lo técnico, ¿cómo no íbamos a trabajar lo mental, que está por encima de todo?”, revela Vilda.

Asumir la importancia de sumar un psicólogo al equipo no ha sido en lo único en que se ha corregido el míster. A las futbolistas les molestaba que fuera tan estricto con los horarios y que les ocupara todas las horas del día en las concentraciones. Ahora tienen más flexibilidad. Y la conciliación familiar es un hecho. No hay más que ver la sonrisa de Irene Paredes al ver a su hijo pequeño en la grada durante los entrenos o correteando por el verde. Además, cada jugadora dispuso de 15.000 euros, a cuenta de la RFEF, para que pudieran llevar a Nueva Zelanda y Australia a sus seres queridos. Y compartir momentos con ellos, por ejemplo los días después de los partidos, que son de asueto.

Hasta se permitió, por primera vez, hacer una pequeña fiesta en el hotel tras vencer en la semifinal a Suecia. “Se han portado súper bien. No podemos tener ninguna queja”, dice la madre de Enith. Y corrobora el padre de Athenea. Sobre todo, porque las familias tuvieron también ayuda para cambiar de Palmerston a Wellington cuando las jugadoras se aburrieron de un pueblo en el que no se podía hacer nada; además, se ha reservado y pagado un chárter para que los familiares puedan estar en la final; lo mismo con las jugadoras que estuvieron enla prelista y que acabaron quedándose fuera.

Ahora, en las tres mesas que hay para comer en el hotel Intercontinental Double Bay, donde se concentra la selección, las jugadoras se sientan en orden de llegada y no por camarillas. Ya no hay grupos, son un equipo. “Los juegos, el trabajo, las risas, los momentos con las familias… Todo ha hecho que seamos una familia, que queramos morir la una por la otra en el campo”, desliza Salma. Loctite del bueno que, sumado a los buenos resultados, ha hecho que lo que apuntaba a divorcio se haya quedado en una familia bien avenida. Esa que ahora juega la final de un Mundial.

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