España, puro carácter, hace historia y se planta en la final del Mundial
La selección de Vilda, espoleada por las carreras de Salma y el disparo de Olga Carmona, bate sobre la bocina a una Suecia de lo más aguerrida
A España no hay quien la tumbe. Ni los enredos de palacio ni las rivales, acaso una Japón en su día que fue la bofetada del espabile. Pero en las rondas eliminatorias, esas en las que nunca había vencido en ningún gran torneo en toda su historia, el equipo de Vilda pone la ley y las normas. Nadie mejor que Salma, una atleta del balón, una futbolista que aunque salga desde el banquillo rompe tantas cinturas como defensas, soplo de aire fresco, tal v...
A España no hay quien la tumbe. Ni los enredos de palacio ni las rivales, acaso una Japón en su día que fue la bofetada del espabile. Pero en las rondas eliminatorias, esas en las que nunca había vencido en ningún gran torneo en toda su historia, el equipo de Vilda pone la ley y las normas. Nadie mejor que Salma, una atleta del balón, una futbolista que aunque salga desde el banquillo rompe tantas cinturas como defensas, soplo de aire fresco, tal vez ciclón. Ella es el argumento que explica que a callo y a voluntad no hay quien pueda con España. Suiza le empató en octavos y como respuesta se llevó otros cuatro goles. Países Bajos le igualó en el tiempo de añadido y como castigo se llevó el tanto definitivo en la prórroga. Y Suecia, ya en semis, puso las tablas cuando al duelo le quedaba un suspiro, ese que capitalizó Olga Carmona a la salida de un saque de esquina; pase de Tere Abelleira hacia atrás y zurriagazo centrado pero que tocó el larguero y la red, gol del triunfo y final del Mundial que te va, ahora a la espera de rival, de Inglaterra o de Australia. Éxtasis español sobre el tapete, llantos de euforia, abrazos, melés y festejos, un triunfo para paladear que reescribe la historia.
Tres horas antes, riadas y riadas de gente desfilaban por los aledaños del estadio, donde los puestos de comida rápida hacían el día y los agentes de seguridad prohibían el paso a los coches en el lujoso barrio de las colinas de Auckland y sus casas coloniales, a pesar del refunfuño generalizado. Música atronadora al entrar en el recinto y ambiente de festival, risas, gozo, alegría, todo lleno, pasión por el balón y el fútbol femenino, boom ya asentado, despiporre pomposo de luces, bailes y hasta cañones de humo, espectáculo que se juega con los pies y entra por los ojos.
Y eso que el duelo en Eden Park fue más plomizo de lo que acostumbra a relatar La Roja. Hasta que entró Salma, el tesoro de España, futbolista que corre que se las pela, que flota sobre el campo, que enseña la matrícula a cualquiera que le rete, que desbroza la maleza, y a la que le vale con media ocasión para descascarillar al rival más pintado. Como Suecia, que se defendió con todo y atacó con poco. Eso había sido suficiente para descontar a cuantos rivales le salieron al paso, al menos hasta que se dio de bruces con España.
El juego de La Roja se entiende al compás del pulso del Barça, de ese cruyffismo que destila Vilda y esa repartición del esférico que pregonan sus jugadoras; hasta siete azulgrana salieron de la partida en la semifinal. Retoques del seleccionador, en cualquier caso, que desde que dio con la tecla en octavos ante Suiza ya no se sale del molde. Eso sí, al fin dio cabida a Alexia, jugadora marcapasos de la selección, aunque todavía con falta de minutos y ritmo en las piernas; fueron 10 meses los que estuvo sin mimar a la pelota por una rotura de ligamentos en la rodilla. No extrañó, sin embargo, que el balón se repartiera entre las botas españolas, tuya-mía, de aquí para allá, toco y me voy… Pero faltaba velocidad y profundidad, también triangulaciones y encontrar a la tercera jugadora, pero sobre todo a una extremo que buscara la carrera a la espalda de las defensas y una delantera que estirara el campo porque Esther se quedó en el banquillo.
Resulta que Suecia, despreocupada por atacar porque entendió que le alcanzaría con alguna acción a balón parado o transición, acaso una segunda jugada tras despeje, quizá con una genialidad de Rolfö —como ese remate a centro de Bjorn que Cata escupió a tiempo—, jugó a desdibujar a España, a tratar de negarle su fútbol de posesión y posición. Apretó arriba para incomodar la salida española desde la raíz, del mismo modo que, superada su primera línea defensiva, todas se recomponían a toda mecha, obligada la ley de que siempre se ha de estar entre el balón y su portería. Un bloque, una roca, un rival de difícil digestión. Y España adoleció de ritmo en el pase y sobre todo profundidad, fútbol demasiado lento, solo agitado por Mariona —la más lista de la clase, la que interpreta el juego como nadie— y sus cambios de orientación, también por alguna virguería de Aitana y Alexia —se festejaron con un oooh colectivo sus recortes, que dejaron sentadas a las rivales—, además de por Olga Carmona, carrilera de luces largas que se animó con un par de disparos, como ese que le cuchicheó al poste pero por fuera. Aunque, pícara ella, se guardaría uno para el final.
Trató de estirar un poco las líneas Suecia tras el entreacto, balones a los espacios que dejaban las carrileras de España a sus espaldas, carreras y diagonales que agigantaban a Suecia por momentos. Sprints y zigzagueos de Rolfö, desmarques de ruptura de Asllani y algún disparo puntual de Blackstenius, nada que inquietara a Cata Coll y su sangre fría, la que le permite utilizar tan bien las manoplas como los pies. La reacción de España llegó desde el banquillo, pues Vilda sentó a Alexia —enfado morrocotudo el suyo— para dar cabida a Salma, a la que situó de delantera para retrasar a Jenni. Argucia que pretendía recuperar el fútbol de control y pase de Jenni, también de catapulta, porque sus desplazamientos, como ocurriera frente a Países Bajos, eran crema para las carreras de Salma Correcaminos Paralluelo, única en hacer tartamudear a la defensa rival, ya preocupada por los metros que debía correr hacia atrás. O retrasaban las líneas o le hacían falta, como esa en la frontal que Mariona golpeó con el pie torcido. “¡Qué mal!”, gritó con rabia. Pero Salma tenía más.
Una diagonal de la Bolt de España valía para alcanzar el área, para que reconvirtiera las piedras en balones, para que Jenni sacara un centro y Alba Redondo rematara a la remanguillé, incluso desde el suelo, para enviar el balón a la red. Aunque por fuera. Erupción española, volcán de juego más vertical de lo que acostumbra, Salma como aguijón, pues también probó un par de disparos que chocaron ante la abigarrada defensa rival. Pero a la tercera fue la vencida, un gol, una chuchería. Comenzó la jugada Olga con una apertura hacia Jenni, que se sacó de la chistera un control con el exterior y un centro envenenado al segundo palo que la defensa sueca pudo rechazar de mala manera. Balón huérfano; balón de Salma, que sacó la caña de pescar y la diestra a tiempo, que engatilló el balón para enviarla al fondo de la red. Era el minuto 80. Pero Suecia no se rindió, balones al área y España hacia atrás. Pase atrás de Rolfö y Blomqvist, que bate a Cata. Minuto 87. Gol.
La prórroga parecía inevitable. Pero una carrera de Mariona acabó en córner y de ahí llegó la estrategia, el pase de Tere y el tanto definitivo de Olga tan solo dos minutos más tarde. Al borde de los 90 reglamentarios. Porque en este Mundial los partidos se acaban cuando lo dice España.
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