El fútbol femenino golea en el fortín del rugby: 30.000 aficionados de media llenan los estadios

El seguimiento al Mundial es seis veces superior al del celebrado el pasado año en Nueva Zelanda de un deporte en el que kiwis y australianas son grandes potencias

Aficionados en la grada tras la victoria de Australia ante Dinamarca en los octavos de final del Mundial, el pasado lunes.CARL RECINE (REUTERS)

Que en Nueva Zelanda haya muchas más jugadoras de fútbol –un deporte en el que son un mero figurante internacional – que de rugby, en el que su selección, las Black Ferns, es la gran potencia, ilustra el poder planetario del fútbol, hasta en su terreno menos fértil, y las dificultades del rugby para extenderse más allá de sus graneros tradicionales. El Mundial femenino que acoge el país junto a Australia, otra potencia del oval en la que el fútbol suma más adeptos, ha agudizado esta tendencia con un seguimiento ...

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Que en Nueva Zelanda haya muchas más jugadoras de fútbol –un deporte en el que son un mero figurante internacional – que de rugby, en el que su selección, las Black Ferns, es la gran potencia, ilustra el poder planetario del fútbol, hasta en su terreno menos fértil, y las dificultades del rugby para extenderse más allá de sus graneros tradicionales. El Mundial femenino que acoge el país junto a Australia, otra potencia del oval en la que el fútbol suma más adeptos, ha agudizado esta tendencia con un seguimiento sin precedentes.

Nadie ha ganado más que las Black Ferns –su porcentaje de victorias, por encima del 90%, supera a la selección masculina, los All Blacks– pero el rugby femenino no tiene músculo económico en el país más devoto. La competición doméstica, disputada por franquicias regionales, no es profesional, un distintivo que solo esgrime una liga en todo el mundo, la Premiership inglesa. Y con los ingresos justos. El requisito salarial de sus 15 clubes es de 190.000 libras anuales –unos 220.000 euros– para toda la plantilla, que en algunos casos llega a las 50 jugadoras. El objetivo es ampliarlo progresivamente hasta las 430.000 en 2027. Ese es el techo económico del deporte, cifras modestas al lado del fútbol.

Aficionados durante el partido de fútbol de octavos de final del Mundial entre Australia y Dinamarca, el 7 de agosto.BIANCA DE MARCHI (EFE)
La jugadora de fútbol de Colombia celebra al final del partido de octavos de final del Mundial entre Jamaica y Colombia, el 8 de agosto.Associated Press/LaPresse (Associated Press/LaPresse)
Aficionados durante el partido de fútbol de octavos de final del Mundial entre Jamaica y Colombia, el 7 de agosto.Hamish Blair (AP)
Las jugadoras de Colombia celebran con los aficionados tras el final del partido del Mundial entre Australia y Nueva Zelanda, el 30 de julio DAVID GRAY (AFP)
Aficionados de Nigeria durante el partido de fútbol de octavos de final del Mundial entre Inglaterra y Nigeria, el 7 de agosto.JONO SEARLE (EFE)

Nueva Zelanda acogió el Mundial de rugby el año pasado. Su seguimiento fue un hito, con la cifra récord de 42.579 espectadores en el templo de Eden Park para la final, que midió a las locales con Inglaterra. Aquel partido valió un Mundial que no alcanzó ese voltaje en las rondas previas. Fue la primera vez que el torneo se extendía a cinco semanas, pero el total de espectadores en 26 partidos fue de 150.000, en parte porque la diferencia entre las candidatas y el resto es abismal. El guion de la fase de grupos estaba escrito y en el rugby, a diferencia del fútbol, es difícil que ocurra un suceso que altere radicalmente un pronóstico. Dejando a un lado la final, la cifra de asientos ocupados por partido no llegó a los 5.000.

Para evitar la escena de los asientos vacíos –aceptada en el rugby, un tabú en el fútbol– Nueva Zelanda, un país que apenas supera los cinco millones de habitantes, tomó la decisión de regalar entradas para los partidos de este Mundial femenino de fútbol cuando vio que el ritmo de venta no era el deseado. Así es como Eden Park superó al rugby con el Portugal-EEUU (42.958 espectadores). Un seguimiento de récord ilustrado por el debut de las australianas, que congregó a 75.784 aficionados en Sidney. Los 16 primeros partidos llenaron 459.547 asientos, una media cercana a los 30.000 por encuentro. Los estadios son más grandes, pero el dato multiplica por seis al rugby. La FIFA ha vendido 1,7 millones de entradas, casi 400.000 más de las previstas, superando a Canadá 2015. La eliminación de Nueva Zelanda ante Suiza sucedió en Dunedin, con el estadio, de 26.000 plazas, lleno; un quinto de la población de la ciudad.

La movilización del fútbol en Oceanía debe mucho a las Matildas, que han igualado el techo de la selección masculina. Australia, que no se clasificó para el primer mundial (1991) y no ganó su primer partido hasta 2007, ha dado un salto inesperado colándose en octavos como primera de grupo. La consecuencia es que 9,4 millones de australianos –más de un tercio del país– han seguido el torneo.

Vídeo: EPV

El año pasado, unas 25.000 mujeres jugaban al rugby en Nueva Zelanda. Los organizadores del Mundial confiaban en que el éxito del evento sumara a otras 10.000 en este año, pero la cifra sigue por debajo de las más de 40.000 que practican el fútbol. La diferencia es abismal en Australia. Sin los éxitos de las Black Ferns, ganadoras de seis de los nueve mundiales en rugby a XV, las Wallaroos son potencia y ganaron en Río el primer oro olímpico en la modalidad de siete jugadoras. Con todo, apenas superan las 60.000 practicantes en el oval por más de medio millón de futbolistas. Una brecha que presumiblemente se agrandará en unas sociedades con grandes estadios, pioneras en términos de igualdad –por ejemplo, en el acceso de mujeres a altos puestos de representación política– y con un clima que les permite celebrar un Mundial en invierno. Las antípodas del fútbol han despertado.

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