Fiestas, penaltis y un tío muy grande

Craviotto, el deportista más olímpicamente galardonado, es grande en todos los sentidos. Imagino que a las chicas de waterpolo no les importará aplazar los festejos unos días más

Saúl Craviotto, Carlos Arévalo, Marcus Cooper y Rodrigo Germade, durante la final del K4 500 el jueves.Foto: Justin Setterfield (Getty Images)

Llegados a este punto, a tres días de que toda esta fiesta termine, empiezo a notar el síndrome del conejo blanco, el de Alicia en el país de las maravillas. Ya lo traté en el diario de Tokio, y consiste en ir de un lado a otro, sin pararte más de lo necesario en ningún sitio y con el agobio siempre presente, de no llegar a todo lo que te gustaría. No tiene remedio, pues a la cantidad y velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos, cada elección supone diez renuncias. Los que más me cuesta desechar son los asuntos Kinder, que vienen con batallita dentro.

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Llegados a este punto, a tres días de que toda esta fiesta termine, empiezo a notar el síndrome del conejo blanco, el de Alicia en el país de las maravillas. Ya lo traté en el diario de Tokio, y consiste en ir de un lado a otro, sin pararte más de lo necesario en ningún sitio y con el agobio siempre presente, de no llegar a todo lo que te gustaría. No tiene remedio, pues a la cantidad y velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos, cada elección supone diez renuncias. Los que más me cuesta desechar son los asuntos Kinder, que vienen con batallita dentro.

Empecemos con algo ligero que llevaba varios días en mi bandeja de salida. La decisión de la selección de fútbol de irse a un hotel (no han sido los únicos) porque en la Villa no se descansa bien me parece la adecuada y está de más cualquier crítica de elitismo futbolero. Les entiendo perfectamente y ojalá hace 40 años lo hubiesen hecho por nosotros. Lo mismo nuestra derrota ante Jordan y compañía no se hubiese producido con un mejor sueño del que tuvimos las dos o tres noches anteriores a la final. O puede que no. Nunca lo sabremos (guiño, guiño). Esto ha pasado antes y pasará siempre, salvo si los Juegos se celebran en el triste Moscú del año 80, los más aburridos de la historia.

Según van avanzando los días, el porcentaje de atletas en competición va disminuyendo y el de los que están de fiesta crece exponencialmente. El resultado obtenido no influye. Si has tenido éxito, fiesta para celebrar. Si no has alcanzado objetivos, fiesta para recuperarte anímicamente. Si has fracasado rotundamente, fiesta para olvidar. Cuentan que incluso hay gente que tiene relaciones sexuales, dato que yo, al menos, no puedo confirmar.

Para cuando te estás jugando una medalla, que en los deportes de equipo suele ser en el último fin de semana, te has convertido en un bicho raro, un tipo que camina y no corre pegando gritos, que no va sacándose fotos una tras otra, que no toma el sol y desaparece justo después de cenar para retirarse a sus aposentos.

Me imagino que a las chicas de waterpolo no les importará aplazar las celebraciones unos días más. Su semi fue una montaña rusa que se decidió a los penaltis. El sumum del estrés. Ese paseíllo hasta el punto de lanzamiento intentando mostrar serenidad mientras en tu mente se desata una batalla entre la voz de la confianza y la del miedo. Ahora que ponen micros a deportistas y árbitros para ver el deporte desde dentro, me encantaría que se pudiese poner uno para poder escuchar los diálogos mentales, esos “lo meto seguro” enfrentados a “la vas a cagar”. Está claro que viendo que España no falló ni uno, sabemos quién ganó esta vez la batalla.

Otras se están perdiendo, por ejemplo, en atletismo, donde dejando a un lado la marcha, hemos sonreído lo justo. Allí, en la zona mixta donde acuden los atletas para hablar con los medios, se están dando momentos reveladores que van desde la tierna sinceridad de la simpática y espontánea Águeda Marqués (“Es que corren mucho, estoy flipando con el nivel que hay”) a lo desgarrador de Belén Toimil, que declara estar hasta los mismísimos de no dar el nivel adecuado en el momento justo, pasando por Adrián Ben (“Sacrificas la vida y el deporte te da una bofetada para tumbarte”). Reacciones para todos los gustos y colores que corresponden a lo que vemos y a lo que está detrás y desconocemos. Los sueños, las expectativas, los esfuerzos, las renuncias, el futuro, todo entra en una coctelera emocional que no suele resultar fácil de gestionar.

Termino felicitando a Saúl Craviotto, que con su bronce en el K4 se ha convertido en el deportista más olímpicamente galardonado. Un tío grande en todos los sentidos. Como dice el gran tuitero @pabloLolaso, “seis medallas olímpicas y entre una y otra lo mismo te gana MasterChef, hace un anuncio de calzoncillos o te pone 150€ de multa por hacer botellón en el parking de una gasolinera”.

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