Simone Biles ganó y se divirtió, perdieron nuestras expectativas
La Simone Biles que hemos visto en París es una mujer adulta, sobreviviente de abuso infantil y líder de un equipo donde ella es la veterana. Ella triunfó y también el espíritu olímpico
Cuando la gimnasta brasileña Rebeca Andrade ganó la medalla de oro en piso en los Juegos Olímpicos, la cámara enfocó a la campeona olímpica con los brazos arriba, saludando al estadio y cerrando sus puños mientras subía al podio con una sonrisa victoriosa.
A ambos lados de ...
Cuando la gimnasta brasileña Rebeca Andrade ganó la medalla de oro en piso en los Juegos Olímpicos, la cámara enfocó a la campeona olímpica con los brazos arriba, saludando al estadio y cerrando sus puños mientras subía al podio con una sonrisa victoriosa.
A ambos lados de Andrade, unos brazos en mangas azules se alzan y se mueven, aunque es difícil entender qué sucede. Cuando la toma se abre, nos damos cuenta de que son los brazos de las gimnastas estadounidenses Simone Biles y Jordan Chiles, quienes se han llevado las medallas de plata y bronce respectivamente, haciendo una reverencia ante una de las mejores atletas que ha visto el continente.
Ningún seguidor de la gimnasia artística femenina hubiese pensado que esta medalla de oro colgaría de algún otro cuello que no sea el de Biles, la gimnasta más condecorada en la historia de Estados Unidos. Biles, sin embargo, no tiene ningún problema en reconocer la gran hazaña que ha logrado su compañera sudamericana, especialmente cuando las tres crearon un podio histórico en la gimnasia olímpica, con tres medallistas negras por primera vez en la gimnasia artística femenina.
En ese momento, Biles, Chiles, y en consecuencia el equipo de gimnasia estadounidense, decidieron dejar claro quiénes son hoy, a casi una década de no solo descubrir los crímenes sistemáticos de abuso infantil del entonces coordinador médico, Larry Nassar, sino también de aceptar que los legendarios entrenadores Béla y Márta Károly, quienes consiguieron que Estados Unidos se convirtiera en potencia mundial, lo hicieron quebrando a atletas —en su mayoría adolescentes—, física, mental y emocionalmente. En la gimnasia, la eterna pubertad se buscaba en cuerpo y razonamiento.
Simone Biles, de 27 años, es la gimnasta más veterana del equipo. Ya había participado en las olimpiadas de Río 2016 y Tokio 2020. Fue en esta última donde Biles también tuvo una oportunidad de mostrarnos qué tipo de atleta es. Y al hacerlo, rompió con el paradigma que plagó a la gimnasia estadounidense casi desde sus inicios: que el sufrimiento es una condición indispensable para el triunfo.
Hace tres años, durante el salto de caballo, en la final por equipos, Biles debía hacer un Amanar, que consiste en una entrada Yurchenko —o sea, una entrada al caballo de espaldas, después de una pirueta lateral— y dos giros y medio en el aire. Pero solo pudo completar uno y medio antes de aterrizar casi de cuclillas y con una expresión de preocupación en el rostro. La gimnasta se había perdido en el aire debido a una condición llamada twisties, en la que un bloqueo mental corta la conexión con el cuerpo, y la atleta pierde la capacidad de hacer movimientos que ya dominaba. Y no era la primera vez que ocurría en la competencia. Biles decidió retirarse, y por un momento no se supo si volvería para alguna de las otras finales para las que había clasificado.
Muchos comentaristas aprovecharon el momento para hablar sobre la fragilidad de toda una generación. Otros se dedicaron a categorizar a la mejor gimnasta de la historia como alguien que se rindió ante la presión, y que tomó la decisión de abandonar a su equipo.
Tratar de entender lo que sucede en la cabeza de Biles antes de entrar a competir es prácticamente imposible porque nadie, ni siquiera otras gimnastas de élite, hacen lo que hace Simone Biles. Es extraño pensar en lo que estas opiniones revelaban, fuera de cierta falta de contexto y entendimiento del deporte. La alternativa a la decisión de Biles hubiese sido arriesgarse a una lesión, una parálisis, o algo peor. En la mayoría del resto de deportes olímpicos, un bloqueo mental les puede costar un partido o una medalla. En la gimnasia, te podría llegar a costar la vida.
Y la realidad histórica es que otras gimnastas estadounidenses, al igual que en otras partes del mundo, no han tenido la oportunidad de decidir sobre sus propios límites.
Mucha gente contrapuso entonces la situación de Biles con la de su compatriota, Kerri Strug, 25 años atrás. Durante las olimpiadas de Atlanta 1996, Strug, quien había llegado a los Juegos Olímpicos con un dolor no diagnosticado en el tobillo izquierdo, sufrió una caída. Se había roto dos ligamentos en el tobillo izquierdo, y caminó en paralelo a la pasarela, cojeando y buscando a sus entrenadores con una mirada repleta de miedo, muy parecida a la de Biles en Tokio. Pero Strug no puede decidir si seguir compitiendo o no. Béla, su entrenador personal, le grita a Strug el ahora famoso Shake it off! You can do it! (¡Olvídate de la caída! ¡Tú puedes!). Strug completa el segundo salto e inmediatamente levanta su tobillo y se refugia en el piso de dolor. Estados Unidos gana su primera medalla de oro por equipos, y ese día, todos los fanáticos de la gimnasia, del deporte, concordaron en que una medalla de oro valía el dolor, el futuro y el sacrificio de una atleta adolescente. Cargándola a la premiación, se escucha a Béla decirle a su pupila: “Disfrútalo mucho, te lo mereces”.
Merecer medallas, trofeos y adoración de los fanáticos por el sacrificio físico y mental existe en el imaginario colectivo como una base fundamental del deporte profesional. Queremos pensar que el atleta olímpico está moralmente obligado a sufrir. Tiempo después de su retirada de las Olimpiadas de 2021, según relata la misma Simone Biles en un documental que se estrenó este año, ella entendería que aquello que sufrió en Tokio era una respuesta al trauma, que no había procesado de manera adecuada el hecho de haber sido víctima de abuso sexual infantil en manos de Nassar y bajo tiranía los Károly.
Béla y Márta Károly, quienes llegaron a Estados Unidos desde Rumania en la década de 1980, después de haber lanzado al estrellato a Nadia Comaneci, expresaban con orgullo el haber “creado” un nuevo estilo de gimnasta: pequeña y muy delgada, que puede levantar su propio peso fácilmente, y sin tener ninguna autonomía sobre su propio cuerpo. Tanto atletas de Rumania como de Estados Unidos han testificado lo que era la vida bajo el control de los Karoly: si tienes una lesión, no te van a creer; si comes lo que un cuerpo adolescente debería comer para desarrollarse, estás gorda; si no buscas la perfección a costa de tu propia salud, no mereces ser atleta.
Este fue el escenario donde Larry Nassar se convirtió en el doctor del equipo femenino de gimnasia, y eventualmente en el coordinador médico de USA Gymnastics. Este fue el ambiente en el que Simone Biles se desarrolló. Y siendo la única mujer del equipo de Estados Unidos que ha competido como gimnasta de élite antes y después de la era Károly-Nassar —además de ser la mejor gimnasta de todos los tiempos—, ha caído en sus manos no solo decidir, sino también demostrar, lo que la gimnasia puede ser en una federación como la de Estados Unidos, que por 30 años hizo la vista gorda a los rumores y las evidencia de abuso, porque los responsables estaban convencidos de que el control total de las gimnastas era la receta más efectiva para ganar medallas. Hoy, la gimnasia estadounidense puede ser el punto de partida de una nueva perspectiva en este deporte: que disfrutar de una competencia y ser la mejor no son incompatibles.
La Simone Biles que hemos visto en París es una mujer adulta, sobreviviente de abuso infantil y líder de un equipo donde ella es la veterana, la única víctima de Nassar y de la toxicidad de los Karoly que perdura y dirige a sus compañeras con la empatía que USA Gymnastics nunca tuvo con ella.
“Deberíamos estar aquí divirtiéndonos”, dijo Biles en la conferencia de prensa después de la final por equipos en Tokio. “Pero, a veces, ese no es el caso”. Hasta el historiador olímpico Carl Diem, quien coordinó los polémicos Juegos Olímpicos de Berlín 1936, ha definido el jugar como una “actividad sin propósito”, cuya práctica es su único objetivo.
En Tokio 2020 vimos unos juegos olímpicos sin fans en los estadios, sin abrazos de celebración ni cantos. Y el mundo usó ese momento para decirle a Simone Biles quién debía ser. El pasado 5 de agosto, en París, Biles demostró que ella sabe mejor que cualquiera de nosotros quién es y qué es lo mejor para su deporte. En ese momento, cuando Andrade recibió su inesperada medalla de oro en piso, Biles decidió celebrarla y rechazar así la idea de que ella, de alguna manera, había perdido. En realidad, las que perdieron fueron nuestras expectativas. Ella ganó. Ganó una medalla de plata, después de haber ganado tres medallas de oro. Ganó el espíritu olímpico, ganó la idea de que las gimnastas tienen poder sobre su deporte, sobre lo que ellas hacen mejor que nadie.
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