Simone Biles culmina su emancipación olímpica con el oro en el concurso completo de gimnasia

La gimnasta estadounidense supera a la brasileña Rebeca Andrade en una dura pelea, se proclama, como en Río 16, la mejor gimnasta del mundo e iguala a Nadia Comaneci a nueve medallas olímpicas

Simone Biles, con la medalla olímpica conseguida en el concurso completo individual.Foto: Jamie Squire (Getty Images) | Vídeo: EPV

París, como el mundo, gira alrededor de Simone Biles, que convierte los Juegos en una película, cada competición, en un capítulo de su vida, y ella gira alrededor de 80 mundos, y a todos les encanta.

Nadia Comaneci, la mejor gimnasta de la historia entonces, las seis y pico de la tarde en un París tormentoso, se asoma por un rincón de la pista central con un bastón en la mano y sobre el suelo golpea tres veces, los tres bastonazos rituales con los que se inicia cada competición final en los Juegos. “Todos estamos aquí para ver a la maravillosa Simone Biles, por supuesto”, ha proclamado unos minutos antes. “Sí, tengo nueve medallas olímpicas y ella ocho, pero creo que me va a pasar”.

Dos horas después, la Simone Biles habitual de los atardeceres parisinos, risa desmedida más que sonrisa, alegría incontrolable, no puede evitar enseñar a la cámara la figura que cuelga de la cadena de su cuello, una cabra, nada menos. Goat (greatest of all time), la mejor de siempre, anuncia. Ella lo proclama. Acaba de ganar la novena medalla olímpica de su vida, acaba de proclamarse por segunda vez campeona olímpica del concurso completo, la prueba que sobre los cuatro elementos de la gimnasia femenina (potro, asimétricas, barra de equilibrio y suelo) elige a la reina de la gimnasia. Son sus terceros Juegos. Tiene 27 años. Ha ganado el título absoluto en dos ocasiones, en Río 2016 antes. “Han pasado ocho años”, dice después riéndose. “Es increíble. Fui un poco ingenua en el proceso. Así que aprecio un poco más mi oficio”. Solo dos gimnastas en la historia olímpica lo habían conseguido, la soviética Larisa Latynina, en 1956 y 1960, y la checa Vera Caslavska (1964 y 1968).

Y, aunque podría, pese a la venda de su pantorrilla izquierda, no hace un mortal más para subir al podio ante los aplausos de Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), que la felicita con una parrafada sin soltarle la mano. En las gradas, Stephen Curry, el crack del dream team, lo graba todo con el móvil.

Solo unas horas antes de colgarse al cuello, junto a la cabra de diamantes incrustada, la sexta medalla de oro olímpica de su vida, Biles había acudido a una sesión de terapia. El sábado y el lunes aumentará su cuenta y desempatará con Comaneci en las tres competiciones por aparatos que disputará: salto, barra y suelo. “Estoy extasiada con mi actuación de esta noche. Y aún me quedan tres finales”, dice después. “Ahora toca divertirse. Lo difícil ya ha pasado”.

Comaneci tenía 14 años cuando sus dieces en Montreal 76 y 18 cuando prolongó su cosecha en Moscú 80. “Al hacer historia me di cuenta de que rompí un montón de barreras para la mujer”, añade la rumana, la gimnasta que personifica más que nadie, la era de las deportistas niñas sujetas a la mala leche de sus entrenadores, pues eso les hacía más fuertes dentro de su fragilidad. Biles tiene 27 años. Está casada. Tiene unos entrenadores que más parecen sus hermanos mayores y no le tocan la personalidad. Biles ha llevado a la gimnasia a la edad adulta, y con ella sus compañeras en el podio. Fue plata la brasileña Rebeca Andrade, de 25 años, también subcampeona en Tokio, que le obligó a arriesgar y a reventar las costuras de la perfección en el explosivo y maduro ejercicio de suelo final, Taylor Swift y todo eso, Beyoncé y bailes y simbólicos puñetazos al aire, y también cuatro diagonales imposibles de altura, velocidad y potencia, y hasta la gracia que solo saben transmitir quienes se sienten poderosas, triple doble mortal, completo frontal hasta doble doble, doble con medio giro y doble. Tercera, de bronce, acabó su compatriota Sunisa Lee, de 21 años, la campeona olímpica a los 18 cuando su ausencia por terapia mental en gran parte de las competiciones de Tokio. Nunca antes las tres mujeres del podio del concurso completo habían conseguido medallas en Juegos anteriores.

Detrás de ellas, el futuro, la italiana Alice d’Amato, de 21 años, cuarta, y la argelina Kaylia Nemour, de 17, maravillosa, sobria, elegantísima, y triste.

Estaba escrita la victoria de Biles y anticipado el éxtasis en la pirámide de Bercy, pero el camino fue duro, lo que da más valor al triunfo. “Creo que Rebeca me empuja a dar lo mejor de mí misma. Es una atleta y una gimnasta fenomenal. Así que me alegro de que estuviera allí para empujarme”, dice Biles y Andrade suspira. Es la mejor gimnasta que no se llama Simone Biles, como repite a diario el mundo, y lamenta su coincidencia con el astro de Texas, sino, sería la reina. Fue un combate igualado desde el salto del potro, el vuelo inicial. Comenzó golpeando la brasileña con un cheng perfecto (rondada más medio giro para entrar de frente a la plataforma y mortal en plancha con pirueta y media), piernas rectas y juntas donde tantas otras gimnastas tienen separaciones y rodillas dobladas. Aunque su dificultad es menor que el Biles II (el Yurchenko doble mortal carpado hasta las nubes) con que respondió la campeona, la magnífica ejecución, (en cosas de cheng, Andrade es la mejor), le valió una puntuación de 15,1 que minimizó los 15,766 de Biles.

Las asimétricas, el aparato cuya evolución material tras sus inicios como una mera variación de las paralelas masculinas, la diagonal simbólica que separa las dos barras, mejor simboliza la emancipación de la gimnasia femenina, es irónicamente, o quizás naturalmente por su carácter traicionero, el lugar en el que más duda Biles. Un fallo importante en las barras: Se equivocó en una transición de la barra alta a la baja, dobló las piernas para evitar tocar el suelo y tuvo que hacer un giro extra para compensar. “Dios mío. He hecho muchos números en las barras. Así que fue un error desafortunado, pero sabía que tenía que seguir esforzándome y no rendirme”, dice. “Y eso es exactamente lo que se vio ahí fuera”.

Andrade es primera. Quedan la barra y el suelo. La barra, el destino escrito en un tablón de 10 centímetros de ancho sobre el que se baila, se sufre, angustia, y se salta. Biles pasa primera. Se tambalea ligeramente en un triple giro de lobo (sobre una pierna doblada con la otra extendida) pero minimiza ambas a pequeñas deducciones). Muy seria Simone. Rebeca sonríe y luego también duda, ay, ay, ay: su pierna izquierda se levanta después de una voltereta hacia atrás. Y ese mínimo detalle marca la diferencia. Biles recupera la cabeza. Y en el suelo todo estalla. Todos sus mundos. Los 80.

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