Léon Marchand nada en la ola de Francia
Aclamado por una multitud que le adora, el nadador se impone al récordman mundial Kristof Milak en unos 200m mariposa que parecían perdidos hasta los últimos 30 metros y luego gana los 200m braza
Dice el adagio latino que un caballo corre con los pulmones, persevera con el corazón y gana con el carácter. Dice Michael Phelps que Léon Marchand se transforma “cuando hay sangre en la piscina”. La sangre metafórica del dolor, de la pérdida, del miedo, del calambre, del lactato que paraliza, manaba a borbotones este miércoles pasadas las ocho y media de la tarde en la piscina de París cuando la multitud inflamada de patriotismo empujó con clamor al héroe nacional francés en su hora más apretada. Cuando a Marchand le faltaron pulmones y corazón para superar al húngaro Kristof Milak —el mejor mariposista de todos los tiempos— se agarró a lo inefable. Llámese carácter, espíritu, atmósfera, energía, lo que sea que lo levantara mientras provocaba el naufragio de su adversario incombustible en el fragor de cinco metros, tres segundos, que se inscribirán como uno de los momentos definitorios de los Juegos de París.
“Mi plan fue intentar seguir a Milak de cerca, aprovechando mi nado subacuático, para adelantarme en los últimos metros”, dijo el muchacho de Toulouse, al cabo de la noche. “Pero nunca lo habría conseguido sin la fuerza que me dio el púbico. Recuerdo perfectamente lo que sentí al oír a la gente gritar enloquecida. Fue increíble”.
Marchand nadó calle con calle medio segundo por detrás del húngaro durante 170 metros y ganó en un arrebato desesperado el oro de la final de 200 mariposa en 1m 51,21s. Milak, campeón olímpico en Tokio, rindió la cumbre del podio con una plata, por delante del joven canadiense Ilya Kharun, que fue bronce. El ídolo de Hungría, tan popular entre sus paisanos como Marchand entre los suyos, tocó la pared consciente de que había sido derrotado 54 centésimas después. Su marca, 1m 51,75s, le situó a años luz de su propio récord del mundo, batido en Budapest en 2022, en la final del Mundial que le ganó a Marchand con tres segundos de diferencia en 1m 50,34s. Si aquella proeza de cronómetro sigue siendo materialmente inaccesible para Marchand, como ventaja psicológica no bastó en la piscina de La Défense, convertida en un bastión de la República aferrada a sus Juegos.
Marchand debió recortar su mejor tiempo en más de un segundo para ganar el oro. Lo hizo sacándole filo al nado subacuático, el estilo de buceo que permite evitar la mayor viscosidad del agua en la superficie. Se lo contó Nicolas Castel, el entrenador que lo formó en Toulouse: “Un día viendo a Phelps comprendió que para ser competitivo era necesario ser fuerte bajo el agua”.
Entre el Mundial de 2022 que perdió con Milak y el de 2023 que ganó mientras el húngaro se tomaba un año sabático, recortó un segundo a su tiempo de 200 mariposa. Pero por la superficie su tiempo fue exactamente el mismo: 1m 1,54s. La clave de aquel salto cualitativo se explica porque Marchand fue mucho más rápido durante los 40,89 segundos que avanzó bajo el agua, resultado de un adiestramiento concienzudo bajo la dirección de Bob Bowman, el padre deportivo de Phelps, en la Universidad de Arizona. Pero para ganar la final olímpica precisó algo más que desarrollar la mayor apnea del concurso. No le bastó con los cuatro embates de subacuático. Ni en los 14 metros de la salida, ni en los 42 que sumó bajo el agua en los tres virajes, consiguió inmutar a Milak, mucho más escurridizo sobre las olas que bajo ellas. El húngaro conservó su ventaja hasta los 170 metros. Hasta que un ruido estruendoso descendió de las gradas anhelantes y el rubio del gorro negro avanzó poseído por el delirio colectivo.
“¡Léon! ¡Léon! ¡Léon!”, le aclamaba la multitud. Él le devolvió el saludo desde el borde de la piscina y se fue a prepararse para la ceremonia de entrega de medallas y la final de 200 braza. La decisión más difícil de Marchand fue juntar el 200 metros mariposa y el 200 metros braza el mismo día. “Entro en un terreno misterioso”, dijo hace cinco meses, cuando intentaba anticiparse a la reacción de su organismo a dos esfuerzos tan extremos separados por menos de una hora en el programa. Junto con su entrenador, Bob Bowman, y con los fisiólogos de la federación, analizaron su sangre con continuas pruebas de lactato. No tuvieron la respuesta definitiva hasta las semifinales disputadas el martes. Comenzando por los 200 mariposa, la prueba del programa que más acalambra los músculos. Un esfuerzo máximo prolongado durante casi dos minutos que el metabolismo anaeróbico traduce en ácido láctico, la sustancia que se acumula en los músculos hasta paralizarlos de dolor. Marchand nadó, se clasificó para la final con el segundo mejor tiempo, 1m 53,50s, un segundo más lento que Milak, se fue a toda prisa a la piscina de calentamiento, nadó durante media hora para liberar sus músculos del residuo maligno, y después hizo el mejor tiempo de las semifinales de braza. “He conseguido bajar el lactato”, proclamó, feliz, al acabar la faena. “Ha sido super fun’”.
Marchand nunca antes había nadado pruebas específicas de braza en competiciones internacionales de primer nivel. El tránsito al más esotérico de los estilos es algo que poquísimos nadadores intentaron a lo largo de la historia. Los bracistas son una cofradía estanca. No se mueven de su provincia. Pero los nadadores de libre tampoco suelen explorar la braza. Ni siquiera los más polivalentes, como Mark Spitz o Michael Phelps, incursionaron en carreas de braza. Lo de Marchand fue un experimento. “Es bizarro” dijo Bowman. “Yo amo todo lo que sea bizarro”, replicó el pupilo, juguetón y ambicioso ante la perspectiva de conquistar cuatro oros individuales frente a su público.
“¡Allez Léo, allez Léo...!”, le gritaba la hinchada. Oro les daban y más oro pedían. Parecía imposible que emergiera del 21º del ránking mundial al primer puesto así, en un par de carreras. Pero en un acto de generosidad suprema sucedió. Marchand les dio más oro. Mejoró su mejor tiempo en más de un segundo para cubrir los 200 metros sin dejarse intimidar por los especialistas, en 2m 5,85s.
Tocó la última pared, se quitó el gorro en un ademán de furia, y señaló a sus acólitos fuera de sí.
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