Pura Simone Biles, puro exceso, pura magia

En su regreso olímpico, la gimnasta estadounidense lidera con enorme ventaja la calificación y guía a Estados Unidos a la final del martes

Biles, tras superar la barra de equilibrio.Hannah McKay (REUTERS)

Es exagerado, ma non troppo; vuela tan alto, con tanta fuerza, tanta energía, sobre el potro, que parece que Simone Biles, determinada y generosa, quiere llegar hasta el inalcanzable generador de aire acondicionado para, desconectándolo, hacer un favor a la humanidad congelada y en pantalón corto, pues el sol y el calor han regresado a París. Sobra el frío artificial en el ambiente. Entusiasmo de fanáticos exaltados que con solo oír por los altavoces las palabras Simone Biles rompen en aullidos. Domingo en la Arena de Bercy. The place to be. Tom Cruise, Ariana Grande, Snoop Dogg, rapero y olimpista entusiasta, Anna Wintour, diosa creadora de Vogue y sus portadas, que tanto cortejan a la gimnasta. Fue un no parar de bileshisteria las gradas llenas del gigantesco recinto.

Sentada sobre un cajón en la puerta, Simone Biles bosteza. La coleta, vertical, desafiante. Extraordinariamente por encima del ruido, tan por encima de todo está su talento.

Espera su turno para regresar al gran salón olímpico tres años después de su turbulento paso por Tokio. La chaqueta del chándal esconde las lentejuelas exageradamente brillantes de su leotardo, que deslumbra. Ordenadamente, entran a la gran sala las selecciones y las gimnastas individuales que buscan su calificación para las finales femeninas (por equipos, el martes; individual completo, el jueves; por aparatos, de sábado a lunes). El último país que entra, Estados Unidos; la última gimnasta, la tejana de 27 años. Los gritos roncos se agudizan. Histeria, sí. El azar, que es el destino, ha elegido que al primer aparato que se enfrente Biles en su regreso sea la barra de equilibrio, el mismo aparato desde el que se despidió de Tokio con una medalla de bronce. En Japón, antes, solo había competido en la calificación por equipos y, dos saltos de potro, no más, en la final. Después, 10 días de ausencia y depresión. De búsqueda.

No se cae de la barra, a la que ha subido más nerviosa, quizás, de lo que desearía. Un enorme suspiro de alivio que se oye en todo el mundo cierra su actuación, y choques de manos felices con Cécile y Laurent Landi, jóvenes franceses, siempre vitales, que la entrenan y la abrazan, y ella hasta está a punto de sollozar en su regazo. Luego estalla en una gran carcajada de felicidad.

Simone Biles ha vuelto. Es la líder de un equipo de Estados Unidos, sus amigas de Tokio, la bomba Jordan Chiles, su cómplice, Jade Carey, Sunisa Lee y la adolescente recién llegada, Hezly Rivera, melenón y 16 años, que, mediada la jornada, extradomina la calificación (172,296 puntos), por delante de Italia (166,861) y China (166,821). Faltan por competir otras potencias, como Japón, Brasil o la local Francia. En la clasificación individual, domina, por supuesto, Biles, con 59,556 puntos, casi tres y medio más que Sunisa Lee, la campeona olímpica en Tokio después de la abdicación temporal de la reina. Así, el jueves, por primera vez en la historia, las dos últimas campeonas olímpicas (Biles triunfó en Río 16) se enfrentarán cara a cara en una final. La que gane será la primera, después de la checa Vera Caslavska, campeona en Tokio 64 y México 68, con victoria en el concurso completo en dos Juegos Olímpicos.

Además, Biles se clasificó para la final de tres de los cuatro aparatos. Fue la mejor en salto (15,300 puntos) y suelo (14,600) y la segunda en la barra (14,733). Se quedó fuera en las paralelas.

El equilibrio en Biles es un concepto relativo que tiende más hacia el derroche, exceso de energía, de entusiasmo, de deseo, que al ahorro morigerado, el refreno de la emoción. Pasada la barra, se enfrentó al suelo, el tapiz enorme de su capacidad de expresión, su vida. Tan desbordante, tanta velocidad nerviosa, tan plena, tan atómica trazó la primera diagonal loca, ese triple mortal con doble giro tan suyo —repitió el mítico salto que la hace única: la única mujer en realizarlo en competición— que se salió de los límites de la lona amarilla, y su pie izquierdo, vendado con un discreto taping de color marrón, piso en el azul oscuro que le bordea. Aunque rodeadas de miles de ojos escrutadores, las gimnastas no actúan para nadie más que para ellas mismas y los jueces, pero el ambiente empuja, y en Bercy, a Estados Unidos le empujaron mucho, y la personalidad, y el ritmo apremiante de Taylor Swift que marcaba sus pasos y saltos. Y quizás el dolor en su Aquiles izquierdo, que le hace avanzar cojeando hacia el potro que debe saltar. El objeto sobre el que perdió en Tokio la noción del tiempo y el espacio y en el que comenzó su redención con el Biles II –doble mortal carpado tras entrada en Yurchenko, pingoleta delante del trampolín y salto de espaldas— en los Mundiales de Amberes. Dramática, teatralmente, tras ensayar el salto, regresa al punto de partida, 30 metros delante, a gatas por el pasillo, y termina el paseo saltando a la pata coja. Cécile Landi, la entrenadora, explicó luego que la gimnasta solo tenía un poco de dolor en la pantorrilla, pero que nunca se habló de abandonar o alterar sus rutinas y saltos. “Le dijimos que se recordara a sí misma que es capaz de hacerlo”, dijo Landi.

Lo hace. Con el mismo exceso vuela en su Biles II. No se pierde. Toca el cielo y regresa, y tan fuerte cae que tiene que dar un paso atrás para clavarse. Liberada, segura, se pasa de vueltas en las paralelas, y cuando termina la rutina estalla. Puro jolgorio. Alegría. Se ríe a carcajadas y baila. Pura Biles. Pura magia. El equilibrio del exceso, afortunadamente.

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