Alice Milliat, la Coubertin de las mujeres
Era cultivada, traductora de profesión y sufragista activa, también un quebradero de cabeza para el fundador de los Juegos modernos por su empeño a que se abrieran a la mujer
En los Juegos de la I Olimpiada Moderna, Atenas 1896, participaron 285 hombres y ninguna mujer. En estos (XXXIII Olimpiada Moderna), tenemos 5.250 hombres y 5.250 mujeres, dos medias naranjas que encajan perfectamente. La historia de los Juegos ha sido también la historia del avance de la mujer en este siglo.
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En los Juegos de la I Olimpiada Moderna, Atenas 1896, participaron 285 hombres y ninguna mujer. En estos (XXXIII Olimpiada Moderna), tenemos 5.250 hombres y 5.250 mujeres, dos medias naranjas que encajan perfectamente. La historia de los Juegos ha sido también la historia del avance de la mujer en este siglo.
Coubertin no las quería, pero no le juzguemos con la mirada de hoy. Dejó escritas algunas cosas al respecto que leídas ahora casi estremecen: “Para ellas, la gracia, el hogar y los hijos. Reservemos para los hombres la competición. Los Juegos son la solemne y periódica exaltación del deporte para los hombres, con el aplauso de las mujeres como recompensa”. Insistiré en que no debemos juzgarle con la mentalidad de esta época. El mundo era otro entonces. Las mujeres no votaban, por tocar un tema aún más serio.
Claro que en la época ya había movimientos sufragistas, mujeres que reclamaban el voto incluso encadenándose en las verjas de los parques. Algunas también exigían ser aceptadas en el mundo del deporte, y entre ellas destacó Alice Milliat, tratada a mi juicio muy de pasada en el largo ceremonial con agua por abajo y agua por arriba que inauguró estos Juegos.
Nació como Alice Joséphine Marie Million en Nantes, en 1884, cuando Coubertin era apenas un veinteañero. Tomó el apellido Milliat de su marido, del que enviudó sin hijos a los cuatro años. Fue un quebradero de cabeza para Coubertin por su empeño en que abriera los Juegos a la mujer, cosa que el creador consideraba aberrante. Muy a regañadientes, aceptó tiro con arco, tenis y golf, que la mujer practicaba vestida del cuello a los zapatos. En Estocolmo 1912, y por exigencia de la ciudad organizadora, no tuvo más remedio que transigir con la natación, que entonces las mujeres practicaban con unos bañadores casi tan pudorosos como los hábitos de monja. Pero el atletismo, que forzosamente debía practicarse en paños menores, le horrorizaba.
Alice Milliat era una mujer cultivada, traductora de profesión y sufragista activa. Practicó remo, natación, hockey e incluso fútbol, para el que organizó en 1920 un sonado partido entre un combinado francés y el por entonces célebre Dick, Kerr’s Ladies, creado por empleadas de una fábrica de munición inglesa.
Fundó una Federación Francesa Femenina en 1917 y luego fomentó la aparición de la Internacional de Deportes Femeninos, base para crear unos Juegos Mundiales Femeninos, contrafigura de los de Coubertin, tan restringidos.
Se celebraron cuatro ediciones, en años pares intercalados entre los olímpicos: París 1922, Gotemburgo 1926, Praga 1930 y Londres 1934, con interés creciente a partir de una base prometedora en la primera, que reunió seis naciones y 20.000 espectadores. La progresiva apertura de los Juegos a la mujer los hizo innecesarios. En realidad, su gran éxito llegó ya en Ámsterdam 1928, cuando Baillet-Latour, sucesor de Coubertin en la presidencia del COI, decidió abrir los Juegos al atletismo femenino, para horror de su antecesor y mentor. Fueron solo unas pocas pruebas, 100 lisos, 4x100, altura, peso y 800. Y esta se suprimió (hasta Roma 1960) porque se hizo una montaña con la llegada en estado de agotamiento de algunas de las participantes.
Hoy las mujeres corren incluso la maratón y no hay deporte que les esté vedado. La única diferencia es que en lugar de decatlón hacen heptatlón. Pero ha sido un camino lento, sobre todo al principio. En los años sesenta, la mitad de camino de la andadura olímpica, no llegaban al 20%. Muchos países no llevaban ninguna. A México 1968 España se presentó con 122 hombres y dos mujeres, las nadadoras Mari Paz Corominas y Pilar von Carsten, a las que el COE acompañó de dos señoritas de la buena sociedad como carabinas.
Felizmente vivimos otros tiempos, otras costumbres. Hoy nadie contrapone el “sexo fuerte” con el “sexo débil” o “sexo bello”, expresiones comunes hace cincuenta años. Alice Milliat falleció en 1957, seguramente satisfecha por ver que la bola de nieve que echó a rodar iba engordando. Sus restos descansan en el cementerio Saint-Jacques de París, la ciudad en que los Juegos han alcanzado, por fin, la paridad, el sueño de la vieja sufragista. Ha costado más que el voto, pero ha llegado.
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