María Pérez termina cuarta en los 20 kilómetros, el puesto que condena a la marcha española
Como Álvaro Martín y Marc Tur, la marchadora de Orce pelea por las medallas hasta el último kilómetro, y sucumbe arriba
La danza Ainu es siempre igual, un rito ártico que se repite secularmente en Hokkaido, la isla más septentrional de Japón, donde está Sapporo, cerca del océano más frío y caldera hirviente en agosto (31 grados, 67% de humedad a las seis de la tarde). Tan ritual es la danza que une a todos los pueblos esquimales y recibe a los marchadores a las cuatro de la tarde, y las sombras ya invaden el paseo, tan hirviente es, como la condena al cuarto puesto que sufre María Pérez, de Orce, granadina y luchadora, en los 20 kilómetros marcha.
La campeona de Europa está con las mejores. Quedan cuatro...
La danza Ainu es siempre igual, un rito ártico que se repite secularmente en Hokkaido, la isla más septentrional de Japón, donde está Sapporo, cerca del océano más frío y caldera hirviente en agosto (31 grados, 67% de humedad a las seis de la tarde). Tan ritual es la danza que une a todos los pueblos esquimales y recibe a los marchadores a las cuatro de la tarde, y las sombras ya invaden el paseo, tan hirviente es, como la condena al cuarto puesto que sufre María Pérez, de Orce, granadina y luchadora, en los 20 kilómetros marcha.
La campeona de Europa está con las mejores. Quedan cuatro kilómetros. Quedan seis para disputar la victoria. Junto a la andaluza, que es tan dura de cabeza, de fortaleza psicológica, como fuerte de piernas, como tremenda de pulmones, de pureza técnica, marchan dos chinas, Hong Liu y Jiayu Yang; una colombiana de Pereira, tierra del café y de las viudas, Sandra Arenas; una brasileña que vive en Cuenca, Ecuador, los Andes de Jefferson Pérez, y una italiana del sur, de la Lucania y el mar Jónico, que se llama Antonella Palmisano, lleva largos calcetines azules hasta las rodillas y acelera feroz. Y María Pérez cede. Las fuerzas le dan para su ritmo, de 4m 36s el kilómetro, y ni dobla las rodillas ni levanta los pies del suelo. No para más. Ha peleado y ha llegado hasta allí. Detrás de Palmisano, más fuerte que ninguna, y de ejecución técnica magnífica, es el caos y los errores, Más que marchar, corren, vuelan en su persecución todas. Los avisos se multiplican. Los castigos de dos minutos frenan a Yang. Arenas aguanta. Es segunda. Detrás, Sena que tiene el bronce asegurado, corre más para adelantarla. Sufre la peor condena, un tercer aviso, un box, dos minutos, el fin de los sueños, Un drama justo cuando ve la meta y su medalla, tan cercanas, y a Palmisano alejándose con una bandera italiana atada al cuello, como una capa alada. La cuarta clasificada en Río 2016, cinco años después, se proclama campeona olímpica.
Todo ello deja cuarta en Sapporo, tras la china Liu, a María Pérez, generosa y solidaria en la vida cotidiana, sus valores, peleona por la igualdad y representante del esfuerzo y de la escuela de marcha de Guadix, la que mantiene viva y fuerte el entrenador Jacinto Garzón.
Cuarta, María Pérez como cuarto fue la víspera en los 20 kilómetros el extremeño Álvaro Martín, entrenado en Cieza por José Antonio Carrillo, que mantiene encendida la llama de la escuela murciana; como cuarto, unas horas antes, al amanecer y el sol naciente, en los últimos 50 kilómetros de la historia olímpica y de Chuso García Bragado, lo cual es un pleonasmo, fue el ibicenco Marc Tur, que lleva la enseña de la escuela madrileña de la marcha, la que habita José Antonio Quintana.
Los tres cuartos puestos, y el sexto de Diego García, la presencia de marchadores españoles peleando por todo hasta los últimos kilómetros, son una muestra del magnífico trabajo de preparación de toda la marcha española después de la tragedia deportiva, el fracaso inesperado, que vivieron todos (salvo María Pérez, que fue octava) en el Mundial de Doha, llantos a medianoche y caras de no entender nada. Dos años después, una pandemia por medio, horas y horas de trabajo, concentraciones en altura, trabajo en cámaras de calor y humedad, viajes y aclimatación, en los Juegos de Tokio han rendido como los mejores.
Pero los deportistas que llegan a los Juegos, todos, no son de conformarse, de medir sus sueños en relación con los de los demás. Sus sueños son único, propios. “Los sueños de triunfar en los Juegos son los que me levantan todas las mañanas para trabajar, los que me motivan, la ilusión”, decía la marchadora de Orce unas semanas antes de viajar a Japón. “Los sueños se acercan. Y a mis sueños los avalan los resultados que he tenido hasta ahora. Te levantas con ganas de conseguir lo máximo. Ir a los Juegos para no tener expectativas es como no tener ilusión”.
Los Ainu danzantes guardan sus trajes pesados, de invierno para el próximo ritual, las vísperas de los dos maratones, la medianoche del sábado, las mujeres; la medianoche del domingo, el último día de los Juegos, los hombres.
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