El italiano Stano sorprende a los japoneses y se impone en la marcha
Álvaro Martín, cuarto, y Diego García, sexto, lucharon por la victoria en la prueba de 20 kilómetros hasta que sucumbieron en el kilómetro 17
Kilómetro 20. Minuto 81 y cinco segundos. Massimo Stano, de Grumo, cerca del Adriático, al sur, sur, entre Modugno, donde no nació Domenico, y Bari, cruza el primero la meta en la calidísima Sapporo, tan al norte de Tokio, tan alpina en teoría, tan de nieve y hielo en invierno, como sabe cualquier español desde 1972 y el oro del esquiador de Cercedilla Paquito Fernández Ochoa. El marchador apuliano, de 29 años, se lleva el dedo a los labios, el chupete de su hijo, y se vuelve, se clava como una estatua mirando...
Kilómetro 20. Minuto 81 y cinco segundos. Massimo Stano, de Grumo, cerca del Adriático, al sur, sur, entre Modugno, donde no nació Domenico, y Bari, cruza el primero la meta en la calidísima Sapporo, tan al norte de Tokio, tan alpina en teoría, tan de nieve y hielo en invierno, como sabe cualquier español desde 1972 y el oro del esquiador de Cercedilla Paquito Fernández Ochoa. El marchador apuliano, de 29 años, se lleva el dedo a los labios, el chupete de su hijo, y se vuelve, se clava como una estatua mirando a la avenida por la que llega, nueve segundos más tarde, el segundo clasificado, el japonés Koki Ikeda. Cuando cruza bajo la pancarta Stano grita, en japonés, “Watashi wa Olympic champion desu!” (soy campeón olímpico), luego, ceremonioso, se pone firme e inclina la cabeza, en reconocimiento. Honor al derrotado. Y Stano, tercer campeón olímpico italiano de los 20 tras los norteños Maurizio da Milano e Ivano Brugnetti, repite el gesto con el tercero, otro japonés, of course, Toshikazu Yamanishi.
El italiano se confesó fan del manga y del animé y de la cultura japonesa, y de un idioma que empezó a estudiar hace dos años y de la belleza del kanji, el hiragana y el katakana, los tres sistemas de escritura del idioma.
A Álvaro Martín, que llega cuarto, no le espera nadie.
La historia podría haber sido otra.
Kilómetro 16. Álvaro Martín, 27 años, de Llerena, Badajoz, mirada oculta tras las gafas oscuras, marcha firme por las calles de Sapporo, como el Álvaro Martín de la marcha imperial en las calles de Berlín hacia el oro europeo, hace nada. Está esperando su momento. Piensa atacar en el kilómetro 18. La medalla le espera al final de la ofensiva. Y se siente muy fuerte.
Junto a él, Diego García, 25 años, de Madrid, trombonista, pulmones de viento metal, y labios que absorben el oxígeno del aire húmedo, afila la mirada de hielo. Los ojos de killer, azul claro, le brillan. La vista fija en la espalda de quien abre la marcha, entre las escápulas de Stano, donde piensa clavarle el cuchillo que afila. No es la mirada dulce habitual, la sonrisa apacible del medallista de plata en Berlín.
A la prueba le queda nada le queda nada, 11, 12 minutos a lo más, tres kilómetros. Delante, siete, dos españoles, dos japoneses, dos chinos, un italiano del sur duro, de la Apulia, del calor y el dolor. Las miserias de Doha, el desastre y el llanto de los españoles tras un Mundial fallido, la espina en el corazón de la marcha española, son mal recuerdo, sin más. Spain is back, los jóvenes triunfarán, y se piensa así cuando en el minuto 70, kilómetro 17 recién pasado, acelera Yamanishi, de 25 años, el esperado, el héroe de la madrugada de Doha, del Mundial inmisericorde. El héroe que quiere Japón para sus Juegos. Toalla empapada como corbata. Elegante. Acelera. Le aguantan su compatriota Ikeda, más joven aún, 23 años, y Stano, su bigotillo, caravana de hormigas engordadas, derivando el sudor hacia las comisuras de la boca. Su mirada, tras los cristales marrones de sus gafas horteras, clavada en el horizonte, y su espalda se aleja del cuchillo de Diego García, de la marcha imperial de Álvaro Martín.
Martín se queda clavado. “Cuando uno piensa atacar y otro se le adelanta es normal que pase eso”, le explica luego su entrenador, José Antonio Carrillo. “Solo necesitas experiencia”. Pero el extremeño, tan duro, no lo quiere entender, y llora al terminar cuarto. “He perdido una medalla olímpica por 18s, por 18s”, lamenta. “Un segundo por vuelta y estaría ahí, en el podio”.
El extremeño, el madrileño, han peleado por la victoria. Han sucumbido. Han llegado hasta donde han podido y a partir de entonces solo trabajan para mantener sus puestos de finalistas, lo que consiguen.
En sus terceros Juegos, Álvaro Martín, octavo en los Mundiales de Londres 2017, consigue, un diploma de finalista. “Y una medalla de chocolate, pero chocolate muy amargo”, dice el extremeño. “La idea era una medalla o dos, por qué no, pero ha habido un ataque muy agresivo y se nos han ido los tres, y las medallas, en un pestañeo. He luchado todo lo posible no por el cuarto, para rascar el tercero y nos quedamos con la rabia, y sabiendo, al menos, que los japoneses no son invencible”.
Y también diploma para García Carrera, debutante y sexto, quien habla, triste y en caliente. “Estoy con el bajón de no haber conseguido la medalla que tan cerca he tenido. Las condiciones han sido durísimas y los japones estaban mejor preparados”, dice. “Pero quiero ser positivo. Las dos veces anteriores que había competido en estas condiciones, en Copa del Mundo en Taicang (China) y en el Mundial de Doha, había sido un desastre, rindiendo muy por debajo de mi nivel. Y al menos hoy hemos estado los dos españoles en carrera, y hemos estado cerca de las medallas”.
El más veterano del equipo, el murciano Miguel Ángel López, terminó 31º. Y eso entristece a Carrillo, que le entrena de toda la vida y con el que fue campeón de Europa en 2014 y campeón del mundo en 2015, cuando aún los rusos eran rusos y no ROC. “Y yo estoy feliz por el cuarto y el sexto puesto, una actuación magnífica del equipo”, dice Carrillo, “y triste por la actuación de Miguel que venía muy bien y me ha dicho que no se ha encontrado”.
El sueño de Carrillo seguirá vivo, y él seguirá rejuveneciendo mientras lo persigue. Cuando haga la maleta para regresar a España volverá a empacar el sombrero de Sam Mussabini, el fetiche que en los próximos Juegos, en París justamente, 100 años después de los Carros de fuego, podrá romper por fin.
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