El júbilo olímpico de Alejandro Valverde
Con un ojo en el Tour de Francia y otro en sus quintos Juegos, al líder del ciclismo español ya empieza a ilusionarle la idea de viajar a Tokio
No hay mejor radiografía de los estados de ánimo, de la moral, de Alejandro Valverde a lo largo de los días que la que puede resultar de un perfil de una etapa de montaña del Tour de Francia: momentos bajos, momentos muy bajos, momentos bajísimos, de resistir las ganas de irse a casa, y momentos en los que las montañas le quedan por debajo de la barbilla afilada, tan alto se ve. Y su rendimiento sigue las mismas diagonales que las de las gráficas...
No hay mejor radiografía de los estados de ánimo, de la moral, de Alejandro Valverde a lo largo de los días que la que puede resultar de un perfil de una etapa de montaña del Tour de Francia: momentos bajos, momentos muy bajos, momentos bajísimos, de resistir las ganas de irse a casa, y momentos en los que las montañas le quedan por debajo de la barbilla afilada, tan alto se ve. Y su rendimiento sigue las mismas diagonales que las de las gráficas, hacia las simas y los valles, hacia las cimas y las nubes.
Su personalidad, y la de los grandes campeones, no es tan diferente de la de Luis Ocaña, que hace 50 años, el 12 de julio de 1971, hizo llorar a toda España con su caída en el descenso del col de Menté, el cielo negro sobre los Pirineos, el asfalto, un torrente de barro y agua. Su maillot amarillo se tiñó de sangre roja, roja, y, con el ocaso del sol del pelotón, el Tour lo ganó quien lo tenía perdido, Eddy Merckx, el déspota que le robaba el sueño al ciclista de Priego. La rabia le llenaba los días altos; los días bajos era invisible.
“La moral, la motivación, es más importante que el estado físico, y no siempre que estás bien de piernas estás bien de ánimo. Solo se puede ir a tope estando motivado y con ilusión”, dice Valverde. Y siempre ha sido así. Así era a los 21 años, cuando era llamado por sus victorias El Imbatido, y no había cosa que más le hiciera rabiar que terminar segundo; así es 20 años más tarde, cuando termina segundo en una etapa o en una clásica, y en lo primero en lo que piensa es en ir a felicitar al ganador, sonrisa de oreja a oreja y comentario agradable, sea este Sagan, Alaphilippe o Colorado Kuss. “Si hubiera terminado segundo en 2008, por poner un año, no habría persona con más rabia que yo”, dice, “pero a los 41, la rabia se me pasa rápido, y acabo hasta contento porque sé que me ha ganado el mejor, y me sale del corazón felicitarle. Quedé segundo, pero tan contento como si hubiera ganado”.
Así se mantiene los días altos, que a veces tardan en llegarle.
Para los días bajos, de desesperanza y cansancio, como los primeros días del Tour, cuando se negaba a pensar que después de Francia tendría que empalmar con los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 --y hasta pensó en retirarse porque no podía pedalear, como el día que se moría de frío subiendo el col de Romme en fuga bajo la lluvia heladora--, Pascual Momparler, el seleccionador nacional, cuenta con el antidepresivo ideal, que se llama Gorka Izagirre y es ciclista también.
“Mientras otros compañeros cuando le ven cara de pena a Valverde le compadecen y le dicen, pobrecito, ánimo, venga, Gorka, no, Gorka se atreve a agarrarlo del cuello, agitarlo y preguntarle de qué te quejas, por qué lloras, más te vale ponerse a tono, que así no se puede ir por la vida”, dice Momparler, que ha anunciado un equipo olímpico en el que los cuatro que acompañarán a Valverde serán los hermanos guipuzcoanos Izagirre, Gorka y Ion, campeón de España contrarreloj; Jesús Herrada, de Cuenca, como Ocaña, y el vizcaíno Omar Fraile.
“Tener a Gorka al lado me va a aportar mucho en Tokio. Es un compañero y un amigo, y sabe hacer equipo”, dice Valverde, que ha decidido llegar a París con el Tour el próximo domingo, 18, volar a Tokio el lunes por la noche y competir en el circuito de velocidad del monte Fuji el sábado 24, un circuito que tiene de todo menos llanura. Mientras, otros candidatos, como el italiano Vincenzo Nibali, se retiran del Tour para prepararse mejor. “Pero no tiene sentido bajarme del Tour, porque haga lo que haga, hasta el lunes no viajaría”, explica el campeón del mundo de 2018. “Sigo en el Tour con un ojo puesto en Tokio. Llegaremos con el tiempo justo y nos puede ir bien o mal, podemos estar con el cuerpo raro o no, nunca se sabe. Vamos a ver”.
Valverde es de la vieja escuela ciclista, de aquellos corredores para quienes un oro olímpico nunca será el máximo triunfo al que pueda aspirar. Antes están los monumentos, está el Tour, está el arcoíris, está la Vuelta… Y encima, los Juegos son la única carrera en la que aunque no se gane se puede sentir uno vencedor, con una medalla al cuello. Así pensaba antes de Atenas 2004, su debut olímpico a los 24 años, y compartía equipo con Astarloa, Igor Galdeano, Iván Gutiérrez y Óscar Freire (terminó 47º, único español que no se retiró; ganó Bettini), así pensaba en Pekín (oro de su compañero Samuel Sánchez; el 12º; también estuvieron Freire, Contador y Sastre), en Londres (14º, equipo con Castroviejo, Luis León, Rojas y Ventoso; victoria de Vinokúrov sobre Rigo) y en Río 16 (quinto Purito, 30º él, y también estuvieron Erviti, Castroviejo y Ion Izagirre; triunfo de Van Avermaet), y así piensa aún, camino de Tokio.
“Voy con moral a Tokio, claro. Y ya sé que no es una carrerucha de pueblo, que son unos Juegos Olímpicos, pero no voy pensando que tengo que conseguir medalla, sí o sí. Si la consigo, muy bien, pero será muy difícil”, advierte. “Que todos sepan bien que voy a darlo todo, por supuesto, pero no voy a ir con más presión de la debida”.
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