Un enfado, un silencio, un vacío
El fútbol es una construcción colectiva y lo cierto es que en el Madrid, sin la ciencia de Modric y Kroos, lo que parecía fácil se convirtió en difícil. Falta un estratega.
Como el Madrid habla en voz baja y solo para unos pocos, hay que interpretar hasta los silencios. El día que Vinicius se enfadó con su entrenador, se rompió algo ante la vista de todos. El equipo venía de perder los últimos cuatro partidos frente al Barça, y el Madrid de Xabi rompió esa tendencia que empezaba a resultar humillante. En lugar de festejar la gesta, los...
Como el Madrid habla en voz baja y solo para unos pocos, hay que interpretar hasta los silencios. El día que Vinicius se enfadó con su entrenador, se rompió algo ante la vista de todos. El equipo venía de perder los últimos cuatro partidos frente al Barça, y el Madrid de Xabi rompió esa tendencia que empezaba a resultar humillante. En lugar de festejar la gesta, los focos apuntaron a Vinicius, que montó un sindiós cuando fue sustituido.
Ya había ocurrido de un modo más discreto en partidos de menor importancia. Pero, ante el Barça, la resistencia al cambio de Vinicius resultó escandalosa y tuvo varias consecuencias. Debilitó la autoridad de Xabi, distrajo en medio de la batalla y desmereció el triunfo, porque ganarle al Barça perdió foco. Luego, Vinicius pidió perdón a todo el mundo menos al único al que había ofendido: el entrenador.
La respuesta del club no se produjo. Es fácil interpretar que se prefirió contrariar al entrenador antes que a Vinicius, siempre muy cómodo en su condición de víctima. De cualquier cosa. Después del Clásico, el Madrid perdió ante el Liverpool (cosa probable teniendo en cuenta el ritmo de la Premier y las dificultades del Madrid para pensar el juego a esa velocidad) y empató contra el Rayo que, por cierto, ya es costumbre. Me gustaría decir que empató contra el Rayo el mismo día que el Arsenal empató contra el Sunderland, el Bayern de Múnich contra el Unión Berlín y el Nápoles contra el Bolonia. Ni en Londres, ni en Múnich ni en Nápoles responsabilizaron a sus entrenadores. En Madrid, sí. Fue el precio que pagó el club por no hacer lo único que importa en momentos de crisis: fortalecer a su entrenador.
La irregularidad del Madrid no es un misterio de esos a los que nos ha acostumbrado el fútbol, sino que tiene su historia y su lógica: reina en la normalidad y sufre cuando se enfrenta a la élite. En partidos rutinarios, que son mayoría, suele mandar (con excepción del Rayo) y avivar las llamas de las expectativas. Cuando llegan los rivales grandes, corre el riesgo de quemarse (con excepción del Barça). ¿Y si la razón no fuera el entrenador?
Con el mejor portero y el mejor delantero del mundo puedes ganar muchos partidos, incluso algunos que no mereces. Pero en las citas grandes, entre la portería que defiendes y la que atacas, tiene que haber orden, control, voracidad y ritmo de juego. El equipo seguramente seguirá mejorando en organización y en actitud, pero en los grandes partidos el ritmo lo superará. Se dirá que el equipo aún no está maduro o que los jugadores no se sacrifican lo suficiente. Pero la base del problema está en el diseño y la profundidad de la plantilla. Muy especialmente en el centro del campo, que es donde se decide el estilo, la intención y el mando de un equipo. No es que corran poco, sino que, en esa zona, piensan lento. El fútbol es una construcción colectiva y lo cierto es que, sin la ciencia de Modric y Kroos, lo que parecía fácil se convirtió en difícil. Falta un estratega.
Puesto que Tchouameni es inamovible, Bellingham un valor seguro y a Valverde se le espera en su posición natural, al equipo le sobran cartas para llenar el centro del campo: Güler (el que más progresó), Mastantuono (aún no perdió ningún partido), Camavinga, Rodrygo, Brahim, Ceballos... Pero, por mucho que se baraje y se dé de nuevo, encontrar criterio colectivo seguirá siendo difícil. La labor del entrenador es hacer un equipo competitivo con lo que le dan. Cierto. Pero no en cinco minutos.