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Los dilemas de Flick en su segundo año en el Barcelona

La política del club y la gestión de Lamine preocupan a un técnico sin respuestas tácticas

Mientras Joan Laporta regresaba al palco del Santiago Bernabéu después de resquebrajar la alianza con Florentino Pérez y su Superliga para acercarse a la Champions y a Aleksander Ceferin —“todo muy institucional, correcto”, comentaba un directivo azulgrana sobre el reencuentro—, y Lamine Yamal sufría que Carvajal lo pusiera en la picota de Chamartín, Hansi Flick observaba de...

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Mientras Joan Laporta regresaba al palco del Santiago Bernabéu después de resquebrajar la alianza con Florentino Pérez y su Superliga para acercarse a la Champions y a Aleksander Ceferin —“todo muy institucional, correcto”, comentaba un directivo azulgrana sobre el reencuentro—, y Lamine Yamal sufría que Carvajal lo pusiera en la picota de Chamartín, Hansi Flick observaba desde una cabina cómo su equipo se extraviaba en el campo. ¿Lo paradójico para el alemán en la Castellana? Tanto Laporta en los despachos como Lamine en el vestuario representan dos encrucijadas complejas de resolver en una segunda temporada en la que no encuentra las herramientas tácticas para que su Barça se reconozca en el espejo.

El espejo, siempre intrigante, se ha convertido en una amenaza para Flick. Cuando la temporada pasada parecía que solo podía ganar, en este curso, tras conquistar todo en España y alcanzar la semifinal de la Champions, parece que solo puede perder. Y, en medio, un club complejo a nivel político que no siempre lo ayuda y una plantilla que no termina de carburar, siempre con el foco en Lamine Yamal.

Cuando se consulta a fuentes de los despachos de Sant Joan Despí sobre el estado anímico del técnico alemán, la respuesta es categórica: “Está perfecto, encantado con el club y la ciudad”. Hasta él mismo justificó su exabrupto ante el Girona — triple corte de mangas tras el gol in extremis de Araujo para sellar el 2-1— como un símbolo de amor hacia la entidad catalana: “Tengo más emociones, porque me encanta este club”.

La gente que le conoce, sin embargo, cree que esa fue solo una respuesta astuta: camufló su creciente nerviosismo con una mimetización con el club. En teoría, su escape fue un éxito. Una situación distinta vive fuera de la sala de prensa; hay tres asuntos que lo tienen en fuera de juego.

El primero apunta a Madrid. “Él fue seleccionador de Alemania y no entiende que se infiltrara a un jugador de 18 años para que jugara un partido sin importancia en Turquía. Si eso se lo hacen al Bayern en Alemania, se monta un cristo”, explican en el Barça, sobre la presencia de Lamine en el partido entre España y Turquía de septiembre. Al conflicto con la Federación se le suma su incomodidad con los árbitros: “Considera que los de la Champions son mejores. El cuarto árbitro avisa de las decisiones. Hay una comunicación más clara que en la Liga”, explican desde el cuerpo técnico.

La segunda, en cambio, está más cerca: en las oficinas del Camp Nou. Este verano se repitió el caos de las inscripciones y Flick se enfadó, especialmente cuando no podía contar con Rashford. También lo desconciertan los vaivenes con el regreso al Camp Nou, de la misma manera que le inquieta la política interna: ha tenido que convocar a un futbolista para después no hacerlo jugar ni un minuto por un desacuerdo entre los médicos y los recuperadores. “Como no quedaba claro si estaba o no para jugar, Flick dejó contentos a los dos. Lo convocó, pero lo dejó todo el partido en el banquillo”, explican fuentes del club.

Pero no hay ninguna cuestión que le preocupe más que la gestión de Lamine Yamal. Y es, justamente el 10, el tercer asunto que potencia el nerviosismo de Flick.

En la Ciudad Deportiva existe la sensación de que Lamine levita, tan capaz de pasearse con un carro de golf por los campos como de saltarse algunas normas de convivencia. A Flick no le molesta cuando no es él quien gestiona las emociones del 10; es decir, cuando desde las oficinas se le protege. “Tiene que centrarse en esforzarse mucho”, advirtió públicamente. En privado, su rabia se potencia: siente que, si pierde el control del vestuario, será imposible recuperar el fuego de la campaña pasada; presión alta y concentración para lanzar la línea del fuera de juego.

El sábado, en la previa del clásico, el preparador alemán cargó todo el entrenamiento en ejercicios de presión y de salida de balón. En la Castellana, ese trabajo pareció invisible. La encrucijada de Flick salta del campo a los despachos, y el barcelonismo solo habla de Lamine Yamal. A Lamine le pierde la fanfarronería, sin la ayuda uno de sus capitanes en la Roja, Carvajal. Y a Flick, la sensación de que su espejo devuelve más dudas que reflejos.

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