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Álvaro Benito: segunda vida

El éxito, en un joven futbolista, es un gran objetivo, pero es una regla simple: cuanto más grande la expectativa, más traumática la caída

Álvaro Benito debutó en el Real Madrid en la misma época que dos jugadores de culto: Raúl y Guti. Era un extremo rápido, hábil y con buena pegada; todos, atributos que podían convertirlo no ya en un gran jugador, sino en un gran jugador del ...

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Álvaro Benito debutó en el Real Madrid en la misma época que dos jugadores de culto: Raúl y Guti. Era un extremo rápido, hábil y con buena pegada; todos, atributos que podían convertirlo no ya en un gran jugador, sino en un gran jugador del Real Madrid, que es otra historia. Tenía pasión por el fútbol, amaba al club y contra lo que solía pasar con los extremos, era responsable y disciplinado. Ser jugador del Madrid parecía ser parte de un plan trazado con su padre, un hombre estricto. Pero a veces, en la vida, el cálculo más estudiado y minucioso pierde la batalla contra el azar. Más aún si hablamos del mundo del fútbol.

Álvaro pisó fuerte de entrada, pero muy rápidamente unas dolencias de pubis retrasaron su explosión. Pero aquello no fue más que un preludio, piedras sueltas que se adelantaron a la avalancha. El 12 de noviembre de 1996, en un partido con la Selección Sub-21 (España–Eslovaquia), la rodilla le estalló y no dejó nada en su lugar. Ni en la rodilla ni en su vida. Para afrontar una fatalidad que hace trizas los sueños no vale ninguna experiencia previa ni hay entrenamiento posible. Nadie está preparado para algo así.

Todo esto lo cuenta Álvaro en un excelente documental de Movistar dirigido por Pablo Moreno: “Cicatrices”. “La cagaron”, dice Álvaro en un momento en el que habla de una primera operación en la que suturaron lo que estaba roto y le extrajeron el menisco. El desgaste del cartílago redondeó la catástrofe. Desde ese momento comenzó el calvario: dolores insoportables, nuevas operaciones y, a pesar de todo, empeño para sostener la ilusión. El éxito, en un joven futbolista, es un gran objetivo. Pero es una regla simple: cuanto más grande la expectativa, más traumática la caída. La resistencia a la frustración es imprescindible para triunfar, pero hay veces en que ni el esfuerzo titánico ni la ciencia alcanzan.

Muchos que pasaron por experiencias similares, fueron alcanzados por el olvido. Y es hasta entendible que esa frustración empañe el futuro y agrie el carácter. El primer milagro de Álvaro es que, tras vivir aquel infierno, siguió adelante con la cabeza limpia. Y encontró segundas oportunidades en otras pasiones, siempre con una característica admirable: no hace nada a medias.

La música siempre estuvo presente en su vida y en ella se entretuvo con amigos, como si se tratara de otro juego. Seguramente, al principio, le sirvió para olvidar. Pero un escenario debe ser tan adictivo como el fútbol porque, con intervalos, no se baja de ahí arriba desde hace veinte años. Con Pignoise, su grupo de siempre, está en su mejor momento llenando espacios como el Movistar Arena con una multitud que corea sus canciones. No es un gol, pero creo que hay pocas cosas que se parezcan tanto.

Cuando alguien vale para muchas cosas, una suele interferir sobre las otras. Y hay que decir que el fútbol nunca lo abandonó. Desde el banquillo, como entrenador de la cantera del Real Madrid, y también desde el micrófono, como brillante comentarista. Pero esas dos facetas colisionaron cuando algún comentario no gustó en el club y nos quedó pendiente saber hasta dónde hubiera llegado como técnico.

Para alivio de su madre, eligió apartarse de una profesión que desgasta mucho. Le sobran alternativas para ganarse la vida. Pero mucho más que eso, reinventándose ha seguido persiguiendo el éxito. Y da la impresión de que ha encontrado algo todavía mayor: la felicidad.

Las historias como la suya son lecciones de vida. Porque, cuando media la inteligencia, hasta las “Cicatrices” sirven.

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