La noticia es que Piqué llore, no lo que declare
Un hombre emocionado, y más en los tiempos de hoy, con todos a medio deconstruir (y tantos con la piel crujiente ya, pareciera que deconstruidos totales, pero la carne cruda dentro: vuelta al horno otra vez), es una feliz noticia. ¿Pero tanto?
No es casual que, tras declarar como imputado por una denuncia según la cual Gerard Piqué podría haber cometido corrupción en los negocios y administración desleal, todos los medios hayan titulado con que el exfutbolista lloró. Las lágrimas públicas de los adultos siguen ocupando un espacio sensacional en la conversación e inspiran un profundo respeto, tanto que muchos dia...
No es casual que, tras declarar como imputado por una denuncia según la cual Gerard Piqué podría haber cometido corrupción en los negocios y administración desleal, todos los medios hayan titulado con que el exfutbolista lloró. Las lágrimas públicas de los adultos siguen ocupando un espacio sensacional en la conversación e inspiran un profundo respeto, tanto que muchos diarios prefirieron evitar la palabra sin hervir, “llorar”, para utilizar con pudor alarmante el eufemismo “emocionar”. Los caminos de ida y vuelta entre la verdad y su eufemismo son todo un asunto a tratar: en el ámbito político se está trabajando mucho a cuenta de Jessica R., llamada cómodamente “expareja” del exministro José Luis Ábalos.
Un hombre emocionado, y más en los tiempos de hoy, con todos a medio deconstruir (y tantos con la piel crujiente ya, pareciera que deconstruidos totales, pero la carne cruda dentro: vuelta al horno otra vez), es una feliz noticia. Incluso cuando lo hace declarando en un juzgado. ¿Pero tanto? Quizá sea por eso que los periódicos lo resalten con tanto fervor, decretando de manera unánime que un hombre que llora es más noticiable que un hombre investigado. Podría pensarse que, como se autodefinió Cristiano Ronaldo, Piqué es un hombre joven, guapo y millonario: ¿por qué habría de llorar? Si bien con esos parámetros el juicio ya estaría liquidado, un hombre joven, guapo y millonario, ¿por qué habría de delinquir?
Hace poco, en el primer capítulo de Paquita Salas, lloré cuando Paquita le dice a Macarena García que a ella siempre le quedará bien cualquier vestido, dándole a entender que ya sabe que la ha abandonado por otra representante. Y esta misma mañana, pero en soledad, lloré cuando vi uno de esos vídeos de patitos en los que un hijo patito se descuelga del grupo y todos pelean por recuperarlo. Puedo, sin embargo, no llorar con asuntos más graves que me conciernen directamente. Macarena García o los patitos me hacen llorar primero porque tocan mi hit emocional, que es el abandono o la reconciliación, animales que se alejan y se acercan, temas todos ellos que evito en las películas para que no me echen del cine, y segundo porque mi estado es propenso a ello: el clima, la sensibilidad, una noticia recibida minutos antes, cierta frustración o euforia existencial, un penalti anulado…, todo ello contribuye a que un patito de no sé dónde, cuyo destino no me podría importar menos, me hunda en pesares terribles y quiera dar la vida por él.
Llorar tiene un prestigio indudable, provoca una conmoción humana comprensible, pero los motivos por los que uno llora generalmente son peligrosos: nunca se terminan de aclarar. Si bien en este caso hay pistas: si lloras en un juzgado es poco probable, declarando como investigado, que sea porque te acabas de acordar del final de Toy Story 3.
De la declaración de Piqué, por ejemplo, que ha sido filtrada porque en este país es más discreto ir con un altavoz por las calles que hablando en privado con un juez, llama la atención, más que las lágrimas de un hombre apesadumbrado, que, después de defender que las comisiones que se llevó por organizar un torneo en Arabia Saudí “son las normales”, dijese que en otro país por eso le habrían hecho una estatua. Si llega a ser un poco menos hay que desenterrar a Miguel Ángel.