El pequeño Maroan, el gran Maroan y los racistas

El deporte es uno de los pocos ámbitos en los que personas de procedencia migrante ocupan espacios de relevancia, lo que les lleva a convertirse en referentes sociales, pero al mismo tiempo en diana de los discursos de odio

Maroan Sannadi, del Athletic, celebra tras marcar un gol al Valladolid.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)

Crecí en un pequeño barrio industrial del País Vasco. Cuando llegaban la Semana Santa o el verano, mis amigos de la escuela, que se llamaban Julio, Roberto, Esteban, Miguel, marchaban de vacaciones a “sus pueblos”. Recuerdo que un día le pregunté a mi madre cuál era nuestro pueblo y ella señaló el suelo y dijo “este, cuál va a ser” y que a mí me dio mucha envidia que mis amigos tuvieran dos pueblos y nosotros solo uno. Los de ellos tenían nombres sonoros, que aún asocio a rostros de mi infancia: Ourense, Almendralejo, Cubo de Bureba (yo creía que la canción Smooth Operator de Sade nombr...

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Crecí en un pequeño barrio industrial del País Vasco. Cuando llegaban la Semana Santa o el verano, mis amigos de la escuela, que se llamaban Julio, Roberto, Esteban, Miguel, marchaban de vacaciones a “sus pueblos”. Recuerdo que un día le pregunté a mi madre cuál era nuestro pueblo y ella señaló el suelo y dijo “este, cuál va a ser” y que a mí me dio mucha envidia que mis amigos tuvieran dos pueblos y nosotros solo uno. Los de ellos tenían nombres sonoros, que aún asocio a rostros de mi infancia: Ourense, Almendralejo, Cubo de Bureba (yo creía que la canción Smooth Operator de Sade nombraba de esta localidad en su estribillo y a veces todavía la tarareo así).

Cuando cumplí once años nos fuimos a vivir al campo. Nos mudamos a una localidad pequeña y rural en la que hice otros amigos. Cuando me preguntaban de dónde era, al principio respondía que del barrio del que acababa de mudarme. Pero, con el paso del tiempo, y a medida que mis recuerdos iban quedando enterrados por nuevas vivencias, dudaba. ¿De dónde era realmente? ¿Por qué me decía del barrio, cuando mis amigos, mi escuela y mi vida estaban en ese pueblito donde ya había echado raíces?

En ese lugar he vivido casi toda mi vida adulta, un tiempo en el que el pueblo ha dejado de ser pequeño para convertirse en una mediana ciudad dormitorio del entorno de Bilbao. Parte de la razón es la llegada, en las dos últimas décadas, de numerosa migración latina y africana. Cuando yo era niño, en mi equipo y escuela todos los nombres eran locales. Hoy en los de mis hijos los hay variados y bellos: vascos, españoles, latinos, africanos y árabes. Uno de los niños que juegan con mi hijos se llama Maroan, otro Ayoub.

La semana pasada, otro Maroan, de apellido Sannadi, marcó su primer gol con el Athletic Club y lo celebró arrodillándose en el suelo haciendo la sajdah. Pocos días antes había sido titular por primera vez. Fue en Cornellà. Al poco de comenzar a rodar el balón, Iñaki Williams pidió que se activara el protocolo antirracismo por los insultos que un seguidor lanzaba a su compañero desde la grada. En esos mismos días, una diputada cuyo nombre no pienso reproducir aquí tuiteó que el futuro de España era “tenebroso” porque había nacido un bebé al que sus padres llamaron Ayoub. En los tres casos —el gol, los insultos desde la grada, las palabras llenas de maldad de la parlamentaria—, pensé en esos niños compañeros de mis hijos, en lo maravilloso que tenía que ser para el pequeño Maroan ver al gran Maroan marcar ese gol y celebrarlo así, en lo duro que sería para el pequeño Ayoub llegar a saber de las palabras de la parlamentaria.

Todos, en mayor o menor sentido, somos o seremos migrantes. La vida es larga y da muchas vueltas. Una de las enseñanzas que se adquiere con los años es que uno no tiene por qué ser de un solo lugar, sino que puede sentirse de varios y que son muchas las maneras de formar parte de esos lugares; que la identidad no es inmutable, como un monolito de piedra, sino maleable y cambiante, y que eso es bueno. Cuando miro el Athletic Club de hoy, siento el mismo orgullo que cuando veo en lo que se ha convertido mi pequeño pueblo: un lugar más diverso y mejor. El once que ahora lleva al club a las cotas más altas representa la sociedad actual vizcaína, con sus matices identitarios, ampliando la imagen de lo que es ser vasco tienen muchas personas. Es vasco Marouan haciendo la sajdah tras un gol; son vascos —y orgullos africanos— los Williams; es vasco Djaló, que además representa al barrio en el que yo crecí.

Suele subrayarse mucho el problema del racismo en las gradas de los estadios de fútbol. Sin embargo, olvidamos que estas no son sino un reflejo de lo que ocurre fuera del campo, y también que el deporte es uno de los pocos ámbitos en los que personas de procedencia migrante ocupan espacios de relevancia, lo que les lleva a convertirse en referentes sociales, pero al mismo tiempo en diana de los discursos de odio. Sinceramente, es preocupante el racismo en las gradas, pero mucho más que en las de los estadios, en las del parlamento. En estos tiempos extraños y difíciles, tengo fe en que el fútbol se muestre como lo que es, el juego de la gente, el juego del pueblo, un espacio de convivencia y diversidad. Tengo fe en que el pequeño Maroan, al ver a su tocayo jugar en San Mamés, recuerde que ese es su equipo, como esta es su tierra; tengo fe en que el estruendo de cada gol celebrado silencie un poco más las palabras envenenadas de quienes intentan hacer daño.

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