Fútbol estúpido, paranoico, maravilloso

Este deporte sigue siendo popular en cuanto provocador de conversaciones, por la sugestión identitaria y porque partidos como el Barcelona - Atlético de Copa nos pueden hipnotizar

Pablo Barrios (centro-derecha) durante el partido de ida de las semifinales ante el Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)

El mundo cambia y el fútbol no quiere quedarse atrás. Alarga el paso, pero no le dan las piernas porque es hijo de un tiempo ya remoto. Le cuesta adaptarse. Le sienta mal. Este juego nació en exclusivas universidades inglesas, pero la industrialización lo cambió de mano. Fenómeno cultural que los pobres le arrebataron a los ricos. Ciento cincuenta años después, ya se lo están devolviendo. La cadena de consecuencias es preocupante.

El dinero ha aumentado su protagonismo y me parec...

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El mundo cambia y el fútbol no quiere quedarse atrás. Alarga el paso, pero no le dan las piernas porque es hijo de un tiempo ya remoto. Le cuesta adaptarse. Le sienta mal. Este juego nació en exclusivas universidades inglesas, pero la industrialización lo cambió de mano. Fenómeno cultural que los pobres le arrebataron a los ricos. Ciento cincuenta años después, ya se lo están devolviendo. La cadena de consecuencias es preocupante.

El dinero ha aumentado su protagonismo y me parece sano que la gestión civilice las cuentas de los clubes. Lo preocupante es que el dinero se haya personado para que los milmillonarios y los fondos de inversión hagan su juego especulativo con una causa popular.

También se personó la tecnología. Para empezar a los niños les cambió la calle por una silla. Que no nos extrañe si un día el fútbol deja de ser nuestro juego favorito porque la IA haya inventado una alternativa. Desde hace algún tiempo ya mandó a los algoritmos a olfatear nuestros deseos y no tardará en inventar juegos que satisfagan nuestras altas y bajas pasiones de una moderna manera.

Para sustituir la calle creamos las academias, que achican el campo del aprendizaje. Si es social, porque te cobran, y si es profesional, porque solo hay sitio para los excelentes. La calle, en cambio, nos admitía a todos y nos enseñaba algunas cosas que tenían que ver con el fútbol y otras que tenían que ver con la vida.

En cuanto al hincha, lo convirtieron en un animal televisivo, que mira a su equipo con la rabia de la emoción y con la rabia de la exclusión. Una entrada resulta inalcanzable para la economía de un trabajador. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que la gente vibraba de pie con una entrada accesible. Luego los estadios mudaron a clase media, con la afición sentada para civilizar sus reacciones. Ahora se están convirtiendo en palacios con zonas VIPS carísimas, turistas que buscan experiencias y ultras más o menos adiestrados.

En esta invasión de intrusos, en donde hay una escala de importancia mediática que pone en primer lugar a los árbitros, en segundo lugar a los entrenadores y solo en tercer lugar a los jugadores, llegamos a la última aberración: la de complicar el reglamento hasta hacerlo incomprensible y la de introducir el VAR para volvernos paranoicos.

Deporte que sigue siendo popular en cuanto provocador de conversaciones, por la sugestión identitaria y porque pervive en nosotros el amor al fútbol que nos infecta desde la infancia. Pero si el juego es caro, si los ídolos son inalcanzables, si los hinchas son tratados como clientes, si para las mentes digitales es lento, si es más deporte que juego y si el reglamento lo está convirtiendo en un juego estúpido, ¿no habrá llegado el momento de preocuparse?

En todo esto venía pensando hasta que a altas horas de la noche la Copa del Rey nos trajo un maravilloso Barça – Atlético y el fútbol volvió a hipnotizarme con su poder de seducción. Ahí estaban la entrega y la ambición de todos y la calidad superlativa de Lamine, Pedri o Julián Alvarez a los que les bastaba tocar el balón para que el juego alcanzara cimas mágicas. En los minutos finales un Barça dominante y con un marcador holgado jugaba bajo la banda sonora de hirientes olés. Fue entonces cuando del banquillo de su rival salieron dos puntas desequilibrantes y antagónicas del infinito fútbol: Ángel Correa, con su habilidad de potrero, y Sorloth, con su intimidante y nórdica presencia. El Atlético revolvió el partido y el resultado a todo orgullo. Y nos permitió recordar porque, a pesar de todo, queremos tanto a este juego.

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