Guardiola: la ilusión de controlar el fútbol

El juego tarde o temprano muestra su poder abusivo y en estos días le dijo a Pep: “aquí mando yo”. Llega al Bernabéu debilitado, pero que nadie se confíe

Pep Guardiola durante el partido de Champions contra el Real Madrid.Jason Cairnduff (Action Images via Reuters)

El fútbol otorga premios al mérito y se vale de algún enredo para consagrarte como héroe, pero si le das tiempo, tiene mil artimañas para hacerte sentir una mierda. En los dos casos actúa con la misma indiferencia: es su personalidad. Esa arbitrariedad para volvernos un día grandioso y otro insignificante, es uno de sus poderes. En todo caso, por muy serio que te pongas, el fútbol es siempre arena que se escurre entre los dedos.

Hay individuos, como Guardiola, que ha...

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El fútbol otorga premios al mérito y se vale de algún enredo para consagrarte como héroe, pero si le das tiempo, tiene mil artimañas para hacerte sentir una mierda. En los dos casos actúa con la misma indiferencia: es su personalidad. Esa arbitrariedad para volvernos un día grandioso y otro insignificante, es uno de sus poderes. En todo caso, por muy serio que te pongas, el fútbol es siempre arena que se escurre entre los dedos.

Hay individuos, como Guardiola, que han conseguido proyectar una ilusión: la de controlarlo. Durante mucho tiempo tuve la sensación de que el fútbol iba por detrás de Guardiola, como si Pep estuviera al mando con todos sus grandes atributos: el conocimiento, la pasión, la garra ganadora… Hasta lograba una dualidad casi imposible, la de atar un método eficaz con el arte. “Con esos jugadores, cualquiera”, decía el instinto popular. Mentira, ese grado de excelencia no lo consiguen ni once messis si no hay una dirección sabia. Por esa razón, Pep es una de las cumbres del fútbol.

Nos terminamos por acostumbrar a esa máquina de ganar y deslumbrar que construyó en distintos equipos de distintos países. Un poco porque deslumbraba, mucho porque ganaba y bastante porque el fútbol es un contenido televisivo mundial, se convirtió en un referente. Para los jugadores que entrenó fue un privilegio y para la salud del fútbol fue una suerte.

Y de pronto, esto. No estábamos preparados para esta voladura descontrolada de su City. Hay fatiga de materiales (“nos hemos vuelto viejos”, dijo hace algunos días), lesiones que tocaron el centro neurálgico del equipo, derrotas que fueron hijas de la ambición cuando el equipo estaba debilitado… Cosas sólidas que se agrietan y su correspondiente cadena de consecuencias: la suerte que da la espalda, la confianza que flaquea, los rivales que antes le trataban de usted y que ahora se animan a faltarle el respeto.

A Bilardo fue al primero que le oí decir que “los equipos son de cristal” y cuando se rompen cuesta mucho trabajo juntar los pedazos. Lo sorprendente es que este cristal parecía de murano, brillante y duro, y sobre él Guardiola seguía tallando soluciones originales para sorprender al mundo una y otra vez. En ningún caso podíamos imaginar que ahí había algo frágil.

Hay que ser ingenuo para creer que el fútbol hace excepciones, si uno de sus juegos favoritos consiste en consagrar y en condenar. A Pep lo honró con veinte años de éxitos, lo que es una exageración. Seguramente porque admiraba la obra o porque no es ajeno al mérito, como ha demostrado durante más de cien años con los grandes cracks y los grandes estrategas. A todos los supo reconocer. Pero tarde o temprano muestra su poder abusivo y en estos días le dijo a Pep: “aquí mando yo”.

Aunque considere este juego el amor de su vida, Guardiola siempre desconfió de ese poder salvaje que se gasta el fútbol. Aun cuando levantaba un trofeo al cielo con las dos manos, sospechaba. Fue admirable su manera de moldearlo como si fuera de plastilina, el modo en el que afrontó conflictos públicos y seguramente privados, su actitud ante la montaña rusa de emociones que siempre propone el fútbol de máximo nivel. Ese bagaje le hará falta ahora para juntar los trozos rotos.

Le espera el Bernabéu una vez más, lugar al que tiene representado como el domicilio del enemigo desde la infancia. En cuanto al Real Madrid, nadie significa tanto, para mal, como Pep. Simplifiquemos: es odiado. Por primera vez, Pep llega a una eliminatoria debilitado. Pero que nadie se confíe. Porque si bien el fútbol tiene reacciones incomprensibles, Guardiola también, y mejor será tener cuidado.

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