Todos sabemos qué le ocurre al Manchester City (menos Guardiola)
Es muy goloso, por ejemplo, culpar de todo a la ausencia desafortunada de Rodrigo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez?
Nadie sabe con exactitud qué le pasa al Manchester City, por más que cada cual tenga su propia opinión y la comparta a los cuatro vientos sin ningún tipo de reparo. El fútbol, además de la más importante de las cosas menos importantes (como bien dijo Arrigo Sacchi en una ocasión y ahora repetimos varios millones de personas casi a diario), también es un trampolín desde el que cualquiera se atreve a saltar ...
Nadie sabe con exactitud qué le pasa al Manchester City, por más que cada cual tenga su propia opinión y la comparta a los cuatro vientos sin ningún tipo de reparo. El fútbol, además de la más importante de las cosas menos importantes (como bien dijo Arrigo Sacchi en una ocasión y ahora repetimos varios millones de personas casi a diario), también es un trampolín desde el que cualquiera se atreve a saltar porque son pocos los llamados a comprobar si en dicha piscina queda agua. Guardiola es uno de ellos. Y puede que ni él mismo sepa qué le ocurre a este equipo suyo que parecía volar al comienzo de la temporada para derretirse ahora, partido tras partido, como una tapa de bolígrafo al calor de una vela.
Yo no sé qué le ocurre al City de Guardiola, aunque a veces afirme lo contrario. A cambio de dinero dice uno muchas cosas. O al calor de un buen asado, que es la base fundamental de la inabarcable verborrea porteña. Es muy goloso, por ejemplo, culpar de todo a la ausencia desafortunada de Rodrigo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? No en vano es el mejor centrocampista del mundo, la Marie Kondo del fútbol profesional, el contable que te ahorra disgustos mientras va sumando buenos pases que alejan el caos del área propia y lo desplazan al corazón del campo rival, la voz de Sir David Attenborough en los documentales de animales. También parece factible apuntar al simple, pero mortal, paso del tiempo. Al desgaste, producto de la rutina. Al agotamiento de algunos talentos únicos y a sus canas bien disimuladas bajo tratamientos carísimos de bioestimulación que pueden engañar al ojo humano, pero que ya no le meterían un gol ni al arcoíris.
Razones para esgrimir en debates de cafetería existen tantas como entrenadores sin carné. Y somos legión. Un equipo de fútbol siempre será un pequeño ecosistema en el que pisar una hormiga (a propósito, o sin querer) puede hundir el precio del salmón en Noruega hasta empujar a Haaland y Oscar Bobb en brazos de la melancolía: es solo otro ejemplo. Únicamente el Real Madrid parece ajeno a estas leyes fundamentales del universo, incapaz de someterse ni a sus propias torpezas y dejando tras de sí tal rastro de infalibilidad que el día menos pensado lo declararán trino y uno. Para todos los demás, no hay en el camino más certezas que misterios, de ahí el carácter prodigioso de todo lo conseguido por los citizens en estos años luminosos, incluido un primer amago de los hermanos Gallagher por unirse a la fiesta. Y nunca supimos cómo.
Habrá quien piense que todo es una cuestión de dinero, de billete. El hecho de no tenerlo nos hace fantasear con que todo se compra en esta vida, también el respeto de tus semejantes. Sobre Guardiola y su importancia imperativa en el fútbol moderno habló Ancelotti esta misma semana sin grandes sorpresas: juró que para él no hay otro mejor y que enfrentarlo supone, a partes iguales, un placer y un dolor de cabeza. Ocurre que un día cesará la voz del italiano. O la de Klopp. Y quedará el eco, o el martilleo constante, de quienes jamás cesan en su empeño por desmerecer al prójimo, en una extraña pulsión todavía no identificada del todo por la ciencia, embaucadores neutros que dicen conocer los entresijos de cuanto ocurre en cementerios remotos y venden barata la absolución, jamás el remedio: pensar que Guardiola desconoce lo que nosotros sabemos ni siquiera engorda, agarrémonos a eso.