Neymar es la gran esperanza de Brasil pero no pasa del 1-1 en su reaparición con el Santos

El jugador regresa a la liga paulista después de un año y medio de baja por lesión. “No me imaginaba que correría tanto”, dice

Neymar Júnior en acción, este miércoles contra el Botafogo, en el estadio del Santos.Carla Carniel (REUTERS)

Neymar Júnior conserva su espléndido sentido del ritmo. La elasticidad, el dominio del espacio, la coordinación para embrujar oponentes con un vaivén de la cintura y despistarlos con un demarraje felino y un dulce toque permanecen intactos después de 37 lesiones. Tres años y medio de bajas acumulados a lo largo de una década de insomnio y disipación no lo han frenado del todo. Lo comprobaron suspendidos los más de 16.000 hinchas del Santos que se agolparon en las gradas del estadio de Vila Belmiro. Acudieron este miércoles en procesión como penitentes para ver el regreso, el renacimiento, del ídolo que en 2013 marchó a Barcelona como niño predestinado y ahora volvió a ponerse la camiseta blanquinegra para enfrentar al Botafogo Paulista en el campeonato Paulistao, competición sin demasiada alcurnia cuyo atractivo se cifra en la mística que emana del mejor futbolista que ha producido Brasil en las últimas dos décadas.

“Es triste terminar el cumpleaños con el sabor amargo de un empate”, dijo, después de escuchar el pitido final. Había entrado al campo en el descanso, cuando el Santos se adelantaba 1-0 gracias a un penalti a favor, y en la segunda mitad el Botafogo había anotado el 1-1 en un córner.

“Necesito minutos”, dijo, “necesito partidos. No estoy al 100%. No me imaginaba que correría tanto, que regatearía tanto. Creo que en cuatro o cinco partidos estaré mejor. Los torcedores no se van a decepcionar”.

Después de ejercer la profesión de futbolista encadenando frivolidades como quien se regocija en la eternidad, ahora el hombre vive contando los minutos. Faltan 16 meses para la Copa del Mundo de Estados Unidos y la hinchada brasileña contempla espantada la marcha decadente de la selección nacional. En un país que concede al fútbol estatuto de religión, el sentimiento de vacío resulta ominoso. Brasil atraviesa la fase de clasificación mundialista con los peores resultados registrados en un siglo. Faltan talentos deslumbrantes. Ni Paquetá, ni Vinicius, ni Raphinha, ni Bruno Guimaraes alcanzan una fracción del encanto que fue capaz de provocar Neymar, máximo artillero absoluto de la selección con 79 goles en 128 partidos, elevado al altar de los más grandes futbolistas de la historia del país desde que levantó la Copa Libertadores en 2011, siendo apenas un adolescente.

“Ha nacido el mejor jugador brasileño desde Pelé”, proclamó Tostao, cuando la euforia general. Campeón mundial en 1970, Tostao fue cómplice de Pelé antes de recibirse de médico y convertirse en un analista y un escritor clarividente. Tenía razones para emitir el dictamen más optimista. Neymar poseía todas las cualidades necesarias para transformarse a sí mismo en un súper jugador y elevar a cualquier equipo a cotas de campeón. Hace diez años nadie preveía que Neymar, orientado por su padre, dedicaría menos energía a evolucionar como deportista que a la construcción de un imperio mercantil que fijaría su penúltima estación en Arabia.

Subido a la ola de inversiones de la nueva liga saudita, en agosto de 2023 fichó por el Al-Hilal, de Riad. Allí disputó siete partidos. Metió un gol: en la Champions de Asia contra el Al Nassaji, club iraní de la región de Mazandaran. En septiembre, al mes siguiente de firmar su contrato árabe, se rompió los ligamentos cruzados durante un encuentro de eliminatorias sudamericanas en el estadio Centenario. Hace unas semanas rescindió con el Al-Hilal. Cobró los 200 millones de euros que le prometieron y firmó un contrato de cinco meses con el Santos. Lo suficiente para jugar la liga paulista y poner a prueba sus condiciones físicas y, sobre todo, mentales.

Dicen en Brasil, en medios como UOL, que el regreso de Neymar es la cortina que esconde la operación de compra del club por parte de su padre, Neymar Sénior, gran estratega y administrador de la fortuna de su hijo. En diciembre, con la conquista de la Copa Libertadores por el Botafogo de Río, club propiedad del empresario estadounidense John Textor, se puso de moda la conversión de los viejos clubes sociales de Sudamérica en modernas sociedades anónimas. Los precedentes no invitan a descartar la teoría de la compra del Santos. Pero el amor que siente Neymar por el fútbol es genuino. Si fuera de la cancha se comportó como un Dionisio, cada vez que se puso las botas fue un ejemplo de generosidad, honradez, y compromiso hasta la extenuación. Este miércoles contra el Botafogo demostró que tiene un cuerpo privilegiado para soportar la erosión del tiempo y el descuido.

“El sentimiento de amor”

“Es difícil encontrar palabras para expresar el sentimiento de amor”, dijo este miércoles. “Amo a Santos y no tengo palabras para describir lo que sentí hoy. Hoy podría jugar más, pero, ¡tranquilos! Démosle tiempo al tiempo. Hoy me he sentido muy bien, esperaba correr menos de lo que lo hice. Estoy contento con mi juego, me sentí como en casa. Estar en el campo de juego es lo que más me gusta hacer”.

Corrió en defensa como al que más. Dribló con soltura. Disparó a puerta desde fuera del área. Estuvo a punto de meter un gol. Los hinchas lo contemplaron admirados. Volvía como volvió Romario al Flamengo en 1995; como volvió Ronaldo al Corinthians, en 2009; o como volvió Ronaldinho al Flamengo en 2011. Con la esperanza de sumarse a otra Copa del Mundo. En el clima de irrealidad acentuado por el salto abismal del fútbol hacia su conversión en una industria multinacional que satura todos los mercados y supera todos los límites inflacionarios previstos. La imagen de Neymar bajándose del helicóptero que le lleva desde su casa en el Morro de Santa Terezinha al campo de entrenamientos, esta semana, expuso la brecha generacional y económica que separa a la estrella de sus ancestros futbolísticos así como de sus compañeros en su nuevo equipo.

El Santos acaba de ascender después de pasar una temporada en Segunda y de pronto, como caído del cielo, vuelve el heredero de Pelé y sus aficionados lo reciben como al redentor, con los brazos abiertos. Están dispuestos a creerse lo que sea y apenas representan una partícula de la torcida de un país anhelante. Se aproxima otro Mundial en el continente y las noticias de la selección no dejan de transmitir una idea de depresión histórica. Brasil necesita un héroe futbolístico más que nunca y el rey de las expectativas ha llegado con la promesa de llenar el vacío que dejó en 2023.

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