El Real Madrid, el club que destroza los divanes

Hay pocas cosas más interesantes y estúpidas que psicoanalizar al conjunto blanco

Kylian Mbappé, tras marcar su gol al Girona, el tercero del Madrid el sábado.Jon Nazca (REUTERS)

Hay pocas cosas más interesantes y estúpidas, y a la que dedicamos más tiempo y recursos cuando de fútbol se trata, que psicoanalizar al Real Madrid. En realidad, ya escribir de fútbol tiene un peso melancólico y absurdo que, hablo de memoria, creo que David Trueba resolvió contando lo inútil que era escribir de un partido si total, al final, todo dependería del resultado: lo injusto que se puede ser con unos jugadores o un entrenador si, después de hacer...

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Hay pocas cosas más interesantes y estúpidas, y a la que dedicamos más tiempo y recursos cuando de fútbol se trata, que psicoanalizar al Real Madrid. En realidad, ya escribir de fútbol tiene un peso melancólico y absurdo que, hablo de memoria, creo que David Trueba resolvió contando lo inútil que era escribir de un partido si total, al final, todo dependería del resultado: lo injusto que se puede ser con unos jugadores o un entrenador si, después de hacerlo todo bien, un error, la mala suerte o un fallo arbitral los condenaba a una derrota. Tratar de hacerlo además con el Madrid es aún más divertido, si cabe: un club cuya gloria en el siglo XXI se funda en un cabezazo al final del descuento de una horrible final de Champions que tenía perdida y que implicaba consecuencias desconocidas (“si perdemos no podemos volver a Madrid”, había dicho un directivo en el viaje de ida). Al ser un equipo que gana tantas veces jugando peor que su rival, ¿cómo podemos distinguir su verdadero estado cuando pierde? La temporada es trágica y suma cinco derrotas: Lille (1-0), Barcelona (0-4), Milan (1-3), Liverpool (2-0) y Athletic de Bilbao (2-1). Lleva un título europeo, la Supercopa, y es segundo de la Liga con un partido menos que, de ganarlo, lo pondría líder. Hay dos alarmas serias: la continuidad en Champions y las lesiones. Y un estado depresivo en buena parte de la afición que, huérfana de grandes victorias, se ha puesto a celebrar que Mbappé tiene abdominales.

Por todo eso, pretender sacar conclusiones de la victoria ante el Girona es pretender sacarlas de la derrota en Liverpool, donde el penalti a favor del Madrid, como en Bilbao, pudo cambiar el resultado. Del Madrid no sabes nunca lo que esperar, salvo que siempre va a estar ahí, juegue como juegue o juegue con quien juegue. Los dos laterales izquierdos son —hoy, ahora mismo, no sabemos mañana— de equipo de mitad de tabla, y eso ocurre en una banda en la que arriba dinamita Vinicius o Mbappé y que fue ocupada en los últimos treinta años por Roberto Carlos y Marcelo. El lateral derecho no está mejor. ¿Es un problema? A veces puede ser hasta una virtud, no me pregunten cómo. En Mánchester sacamos a tirar a tipos que habían tirado dos penaltis en veinte años y, al verlos, el entrenador de porteros inglés tuvo que preguntar cómo se llamaban: ¿cómo se le paran los penaltis a esos tipos?, ¿con qué estadísticas nos vas a venir si el último penalti que tiró Lucas fue hace nueve años en una final de Champions y con más pachorra? La vida es complicada y el Madrid es el club más adecuado para vivirla con el sinsentido que merece.

En el fútbol hay que respetar siempre los tiempos verbales. Por ejemplo, Mbappé. De jugadores como Mbappé hay que escribir después de que acaben los partidos, nunca antes. Del mismo que podemos decir ya que Bellingham es un fichaje exitoso que promete en el futuro todo lo que se ve, de Mbappé no se puede decir que haya sido un mal fichaje o un fichaje desastroso, salvo que se le haya traído para el primer trimestre. Uno de los problemas del Madrid es la conexión de Mbappé no con el equipo, tan desconectado como él, sino con la portería contraria. A veces se parece a una de esas bombas que no estallaron en un conflicto bélico que no sabes si es reciente, y estallará en cualquier momento, o de hace un siglo, y puede manejarse con alegría. Creer lo segundo es una temeridad.

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