La devuelvo como Dios manda
“Me llevé muchas hostias pero me encantó”, dijo David Raya sobre su paso por la quinta división inglesa. Es un gran resumen de la vida
El portero David Raya le cuenta a Juan I. Irigoyen la nostalgia que le supone echar la vista atrás y recordar su paso por la quinta división inglesa: “Me llevé muchas hostias pero me encantó”. Y recuerda lo que hizo al llegar: “Me dieron la ropa y me pusieron a jugar. No sabía ni el nombre de los compañeros: no había entrenado, no sabía cómo jugaban, ni cómo era la liga”. Yo no sé si Raya lo fue, seguramente sí, pero el canchero, el j...
El portero David Raya le cuenta a Juan I. Irigoyen la nostalgia que le supone echar la vista atrás y recordar su paso por la quinta división inglesa: “Me llevé muchas hostias pero me encantó”. Y recuerda lo que hizo al llegar: “Me dieron la ropa y me pusieron a jugar. No sabía ni el nombre de los compañeros: no había entrenado, no sabía cómo jugaban, ni cómo era la liga”. Yo no sé si Raya lo fue, seguramente sí, pero el canchero, el jugador de fútbol que se hace en la pachanga de tierra con dos sudaderas haciendo de palos de portería, siempre vuelve al lugar del crimen. Porque es el lugar donde aprendió todo, y donde mejor se reconoce.
Las estrellas de fútbol se graban en sus jardines de urbanizaciones privadas dando toques entre sus hijos y sus perros, pero si pudiesen ser invisibles es probable que se escapasen al campito de tierra de detrás de la iglesia y volviesen a regatear y darse patadas con niños que no conocen de nada, pero que comparten con ellas una idea lejana y extraña de la felicidad. Quien más lejos se llevó consigo la pachanga y sus códigos, más lejos llegó en el fútbol; quien se desprendió de ella en cuanto pudo para entregarse a modernas lecciones de táctica y técnica, más difícil lo tuvo. Del fútbol dijo Camus que aprendió todo lo que sabe de la vida, y de la pachanga, de los partiditos de regional con un entrenador con sobrepeso y en chándal, de un carnicero en la defensa y un figurín en el área que las patea todas a la escuadra, se aprende todo del fútbol. No te enseña la pachanga a saber qué hacer con el balón: lo primero que te enseña a saber dónde encontrarlo, a saber dónde va a caer, a saber cómo romperlo cuando lo veas.
Lo sabía René Houseman, El Loco, aquel jugador argentino de apodo misterioso, que gustaba de salir de noche; un día se le fue la mano y apareció borracho en un partido en el Monumental contra River el que le metió un gol legendario al Pato Fillol. Lo dirigió Menotti una época en Huracán. Un día Houseman no se presentó a entrenar y Menotti tuvo la intuición de saber dónde encontrarlo. Se fue a la villa de Houseman, a un campito de tierra donde estaba todo el mundo arremolinado, y allí se encontró a su jugador de la Primera argentina sentado en un banquillo.
—¿Qué hace acá? —preguntó Menotti.
—¿Y qué quiere que haga? Mire cómo la mueve el wing nuestro.
“Me llevé muchas hostias, pero me encantó”, la frase de David Raya, es un extraordinario epitafio para una vida. Una biografía, como el fútbol, necesita siempre de las raíces para no caer doblegada con el primer viento. Cuenta Valdano cómo en un entrenamiento de Argentina discutió con Maradona sobre si a los periodistas que cubrían a la selección les gustaba el fútbol o no (Valdano decía que sí, Maradona que no). Y dijo Diego: “Les tiramos un balón y a ver cómo lo devuelven”. El balón cayó entre los cronistas y se arremolinaron para agarrarlo con la mano y tirárselo a los jugadores. Valdano, rápido, los excusó: “Pobre tipo, le dio vergüenza alcanzarla con el pie por ser vos Maradona”. Y Maradona, genio el verbo y la pelota: “Si yo estoy en una fiesta en casa del Presidente de la Nación con un esmoquin y me llega una pelota embarrada, la paro con el pecho y la devuelvo como Dios manda”.