El Oviedo tampoco caminó nunca solo
Miles de aficionados arroparon al equipo en las horas más bajas. Ahora, 23 años después, reviven el sueño de Primera
Hay muchos aficionados del Oviedo que solo lo han visto jugar en Segunda, Segunda B y Tercera División. Yo tenía 19 años, una camiseta con el 10 de Carlos firmada por él; un cojín con el escudo; la bufanda y el póster del equipo en la pared y la cabeza llena de goles en el Bernabéu, el Camp Nou, Mestalla, San Mamés... el día que jugaron por última vez en Primera. Vivía en un colegio mayor, estudiaba segundo de periodismo, usaba la talla XS, me disfrazaba siete u ocho veces al año —conservo las fotos, aunque no rec...
Hay muchos aficionados del Oviedo que solo lo han visto jugar en Segunda, Segunda B y Tercera División. Yo tenía 19 años, una camiseta con el 10 de Carlos firmada por él; un cojín con el escudo; la bufanda y el póster del equipo en la pared y la cabeza llena de goles en el Bernabéu, el Camp Nou, Mestalla, San Mamés... el día que jugaron por última vez en Primera. Vivía en un colegio mayor, estudiaba segundo de periodismo, usaba la talla XS, me disfrazaba siete u ocho veces al año —conservo las fotos, aunque no recuerdo el motivo—, y mandaba compulsivamente cartas al director de EL PAÍS porque me hacía ilusión ver mi nombre en sus páginas. Las entradas al campo eran de papel y el control en la puerta, como en el cine —otra costumbre para románticos—, consistía en hacerle un pellizquito en una esquina. El Tartiere era un acogedor estadio de ladrillo marrón —ahora en su lugar hay un calatravo pretencioso encajado a duras penas entre edificios—; de vez en cuando, encontrábamos oro allí donde otro equipo había pasado de largo —un cedido del Barça, del Madrid... hasta fichábamos en el PSG—; o pescábamos en la cantera futbolistas estupendos que, en la cadena trófica del fútbol, nos quitaban enseguida los peces más grandes. Es decir, eran los noventa, éramos jóvenes, alegres y delgados y, por supuesto, no lo sabíamos. Ha tenido que pasar una vida —una generación entera de oviedistas de 23 años que solo conocen el sufrimiento— para acordarnos de lo felices que éramos.
Estos días de playoff se juntan en las inmediaciones del nuevo Tartiere, en alegre comunión, los que vieron al Oviedo participar en 1991 en la Copa de la UEFA y los aficionados que solo lo han visto en Segunda (11 años); Segunda B (otros 8), Tercera (4 más) y en la UCI durante dos momentos críticos: cuando el entonces alcalde de la ciudad, Gabino de Lorenzo, del PP, decidió inventarse un nuevo equipo —más conocido entre los oviedistas como “el engendro”—, y cuando, en 2012 se enfrentó a una causa de disolución porque le faltaban dos millonazos de euros —y 36.962 personas de 86 países se convirtieron en accionistas del club para salvarlo—. Es decir, acuden juntos al estadio, con sus distintas camisetas y patrocinios —de Central Lechera Asturiana a Digi— los que fueron felices y los que nunca han llegado a serlo del todo. Y esto ocurre porque el Oviedo nunca caminó solo. El lema del Liverpool, esa emocionante canción de Anfield, You´ll never walk alone, se aplicó también al Oviedín en las horas más bajas, lo que permitió a los hijos de los que fueron felices heredar la afición, y al equipo, nada menos que sobrevivir. Cuando De Lorenzo apostó por el engendro (él lo llamaba el A.C.F.), el más que nunca Real Oviedo batió el récord de socios en la historia de la categoría (10.759). En 2009, el primer partido del playoff de ascenso a Segunda B congregó a 27.214 espectadores en el estadio de la capital asturiana. En 2015, hasta 27.035 personas asistieron a un Oviedo-Somozas.
Queda poco para saber si este es, por fin, el año del regreso. Se lo merece Santi Cazorla, que con dos Eurocopas y después de brillar en el Arsenal, volvió a casa precisamente para eso, para el ascenso, cobrando 91.000 euros, cediendo al club sus derechos de imagen y añadiendo una cláusula por la que el 10% de las ventas de sus camisetas ha de destinarse a la cantera: “Subir con el Oviedo sería lo más bonito de mi carrera”, dice. Se lo merece el entrenador, Luis Carrión —quédate, por favor—, que cogió al equipo hecho un manojo de nervios a finales de septiembre después de haber hecho solo tres puntos de 18, y lo ha llevado de la mano hasta la puerta de la Primera División. Se lo merecen los jugadores, que han trabajado la fe y la sangre fría, el valor y la garra, y, sobre todo, se lo merecen los que nunca han dejado solo al Oviedo para que pudiera llegar el día en que los más jóvenes entiendan cómo de felices éramos.
Ojalá.
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