Guillote y Maradona
Se estrena en Argentina una serie sobre el legendario representante del 10, Guillermo Coppola, con el que tuvo una relación intensa y tormentosa
Quienes seguimos, también después de la muerte, la vida de Maradona, conocemos bien a los lustrosos secundarios de los que se rodeaba y que, asentado el mito, han ido adquiriendo todos rol de spin-off (extensión), una especie de satélites que tienen rango ya de planeta propio. Por eso tardaba Argentina en hacerle una serie a uno de los tipos más estrambóticos y alucinantes del universo maradoniano: Guillermo Esteban Coppola, su representante. Guillote para todos porque un día El Diez, endiosado y por tanto con po...
Quienes seguimos, también después de la muerte, la vida de Maradona, conocemos bien a los lustrosos secundarios de los que se rodeaba y que, asentado el mito, han ido adquiriendo todos rol de spin-off (extensión), una especie de satélites que tienen rango ya de planeta propio. Por eso tardaba Argentina en hacerle una serie a uno de los tipos más estrambóticos y alucinantes del universo maradoniano: Guillermo Esteban Coppola, su representante. Guillote para todos porque un día El Diez, endiosado y por tanto con poderes, le dijo: “Todo el mundo te llama Guillermo o Guille. Yo te llamaré Guillote”. Fue diablo y ángel para Diego. “Nunca tiré una puerta, tuve que haberlo hecho”, dijo sobre las adicciones de Maradona, pero muchos le reprocharon tolerarlas y hasta fomentarlas.
Coppola se hizo sitio en un banco y de allí ya sólo le sacó Diego Maradona: el mejor jugador del mundo le dijo que, si quería representarlo a él, tendría que ser a él solo y desprenderse de su cartera de jugadores. Coppola y él iniciaron una relación de amor que tuvo, como todas las grandes historias de amor, declaraciones desaforadas, pasiones celosas, broncas amargas y una separación traumática (con acusaciones judiciales de robo por parte de Maradona) que mereció una reconciliación diez años después donde se suelen producir estas cosas: en un funeral (el del padre de Diego), cuando somos más conscientes de que un día estamos y otro no, y los rencores con la gente que un día amamos sólo nos hacen perder el tiempo. Poco tiempo después, Coppola llevaría el ataúd de su amigo en el funeral. “Lo iba insultando por dentro. En Cuba yo le había dicho: ‘El día que me lleves, acordate de pedir que sea alegre, que no me lloren, si nosotros celebramos la vida siempre, vivimos a lo grande, nos divertimos, vivimos buenas y malas, altas y bajas. No me abandones, llevame hasta el final’. Y él me decía: ‘Quédate tranquilo, viejo’. Y lo llevé yo. ¡Lo llevé yo!”. En Cuba pasaron los dos cuatro años y mucho tiempo solos y mucho más tiempo descontrolados; en Cuba, donde fue a curarse, Maradona tocó fondo y Coppola, que fue a cuidarlo, también, al menos como cuidador.
Coppola tiene hoy una serie en Star+ en Argentina (se evitan en ella las sombras más oscuras del representante), lo interpreta Juan Minujín y el Coppola real está en modo arrollador mediático, que es lo suyo: contar batallas y más batallas hasta enterrarnos a todos. He tragado muy a gusto estos días horas y horas de entrevistas a Coppola en televisión y radio, y ese interés mío por saber de Maradona acabó con el conocimiento involuntario y exhaustivo del gran charlatán y embaucador que fue Coppola, que a rebufo de Diego fue coleccionando tantas anécdotas que no hay minuto del que no saque una novela.
Una vida tan absurda y disparatada también tenía que conocer la cárcel. Coppola estuvo encerrado 93 días en 1996 porque la policía encontró en un jarrón suyo 403 gramos de cocaína. La noticia dio la vuelta al mundo y Maradona, que aún jugaba en Boca y se reconoció adicto ante el juez “pero siempre tuve mucho cuidado de no consumir antes de los partidos”, no solo no abandonó a su amigo, sino que defendió su inocencia y fue a la cárcel a visitarlo, a aullar tras sus muros y regalarle cosas (las historias de Coppola en la cárcel merecen otro capítulo. “Desnúdese”, le dijo el guardia; “pero está delante una señora”, replicó el representante; “no la va a impresionar, es mi esposa”, cerró el guardia).
El proceso fue pura Argentina. El juez y los policías que detuvieron a Coppola acabaron siendo condenados a cárcel: la cocaína había sido “plantada” en el jarrón, la escena del crimen preparadas y el amaño fue desvelado. El Diez había cumplido 36 años meses antes y, como en algunas de sus más brillantes ocasiones, tenía razón cuando dijo: “No me siento bien porque mi mejor amigo está en prisión pagando por culpas que no tiene y encima tengo que escuchar todas las barbaridades que se dicen. Coppola no es el santo de la espada, pero tampoco es un narcotraficante. Los narcos trafican miles de kilos de cocaína y a Guillermo le encontraron sólo 400 gramos y nadie sabe cómo apareció la droga ahí. Debe de ser el narcotraficante más pobre del mundo”. Ese día de su cumpleaños Diego dejó una obra maestra para criticar el rápido encarcelamiento de Coppola: “Bernasconi [el juez luego condenado] es muy rápido, bien capaz de ponerle un supositorio a una liebre”.
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