Pues claro que hay política en el fútbol
Los estadios siempre han sido un lugar único para la identidad colectiva y quienes mantienen separados los dos mundos desean un deporte que no existe
Acababa de comenzar el año 2009 cuando Frederick Kanouté marcó un gol y levantó su camiseta del Sevilla para descubrir otra prenda negra con el lema Palestina escrito en letras blancas. No tardó mucho en ser sancionado por el Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol: 3.000 euros de multa, concretamente. Una sanción “absolutamente desmesurada”. “Si siempre se aplicaran este tipo de sanciones, no podrían existir articulistas que dieran su opinión”, dijo entonces Pep Guardiol...
Acababa de comenzar el año 2009 cuando Frederick Kanouté marcó un gol y levantó su camiseta del Sevilla para descubrir otra prenda negra con el lema Palestina escrito en letras blancas. No tardó mucho en ser sancionado por el Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol: 3.000 euros de multa, concretamente. Una sanción “absolutamente desmesurada”. “Si siempre se aplicaran este tipo de sanciones, no podrían existir articulistas que dieran su opinión”, dijo entonces Pep Guardiola, enarbolando la bandera de la libertad de expresión, la única de todas las banderas que se les retira de vez en cuando a los futbolistas.
Es un sentir común ese de que a nadie le interesa la opinión política de los futbolistas, que estos tienen que mantenerse neutrales porque representan a un club que engloba a aficionados con diferentes sensibilidades. ¿Exactamente por qué? A mí un futbolista solo me representa sobre el campo. Y me parece más que suficiente, la verdad. ¿Cómo iba a representarme un futbolista lejos de un campo si nuestras vidas no se parecen en absolutamente nada, si no tenemos ni remotamente la misma situación económica, ni las mismas inquietudes, ni los mismos gustos, ni la misma relación con la ciudad en la que vivimos?
El perfecto e inmaculado futbolista debe opinar exclusivamente sobre el balón, tema único como en unas oposiciones. El sobrio futbolista no habla, se limita a jugar. Bueno, o habla poco, lo suficiente para no molestar, pero, sobre todo, lo suficiente para no exponerse. ¿Por qué? ¿Por qué nos interesa la película favorita de un jugador, qué música escucha, a dónde se va de vacaciones (Ibiza o Santorini probablemente), qué le gusta comer, a quién sigue en redes sociales, con quién se relaciona, qué discotecas frecuenta, pero no nos puede interesar su ideología?
“No mezcles fútbol con política”, se nos dice, como si fuesen lejía y amoníaco, vinagre y bicarbonato, o peor aún, como si mezclásemos tequila con Jägermeister a partir de las dos de la mañana ignorando los efectos de la resaca. El fútbol, se nos repite, es un espacio sagradamente apolítico, el lugar en el que huir de los dolores de cabeza del mundo real. Pero ese santuario intocable es una mera ilusión. A todos nos gusta sentir el fútbol como un edén de distracción, una especie de zona inofensiva de juego, entretenimiento e irrelevancia. Aunque todos sabemos en el fondo que, más allá del placer que nos ofrece el fútbol de vez en cuando, el espectáculo está profundamente deformado y, por supuesto, atravesado por el dinero y la política. Cómo no iba a estarlo si los organismos internacionales de fútbol, los mandatarios que los presiden, las decisiones que toman, las sedes que eligen, los acuerdos comerciales a los que llegan, si todo, absolutamente todo tiene que ver con la política.
Por su propia naturaleza, la mayor parte de los clubes nacieron en áreas predominantemente de clase trabajadora, convertida la liturgia deportiva en una especie de fiesta popular. En este sentido, los estadios siempre han ofrecido un lugar único para la representación pública de una identidad colectiva. Y el fútbol siempre ha sido un espacio de resistencia, protesta, propaganda militar o simbología política.
Quienes afirman tajantes que el fútbol es apolítico desean un deporte que sencillamente no existe. Y quienes piden mantener la política fuera del fútbol sólo lo hacen en relación a cuestiones que directamente desprecian o cuestiones que prefieren ignorar. Es mucho más fácil ignorarlas, claro. Basta con que ruede el balón para que estas desaparezcan. Badabin badabum. Esa es la magia del fútbol: no hay mayor ilusión que la del ilusionismo del balón.
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