El estilo Luis Enrique
Aunque el resultado es imprevisible, son innegociables el compromiso, el sentido de pertenencia, la exigencia y la intensidad
La figura del seleccionador acostumbra a ser muy cuestionada en un país vertebrado por los clubes y polarizado por el Madrid-Barça. El debate trasciende a la cancha y alcanza a los medios que cubren los partidos de España. A Luis Aragonés le costó gobernar desde que dudó y prescindió de Raúl. Del Bosque tuvo un mérito enorme por saber mantener el equilibrio Xabi Alonso-Busquets, Casillas-Xavi y Piqué-Ramos. Y complicado lo tiene Luis Enrique, el mismo...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
La figura del seleccionador acostumbra a ser muy cuestionada en un país vertebrado por los clubes y polarizado por el Madrid-Barça. El debate trasciende a la cancha y alcanza a los medios que cubren los partidos de España. A Luis Aragonés le costó gobernar desde que dudó y prescindió de Raúl. Del Bosque tuvo un mérito enorme por saber mantener el equilibrio Xabi Alonso-Busquets, Casillas-Xavi y Piqué-Ramos. Y complicado lo tiene Luis Enrique, el mismo que confesó sentirse extraño cuando se veía en los cromos vestido de blanco, después de no convocar a ningún jugador del Madrid.
Nada nuevo en cualquier caso si se recuerda la trayectoria de Lucho como técnico del Barça (2014-2017). Nunca se dejó influenciar y siempre marcó distancias con la prensa para que nadie advirtiera tratos de favor ni animadversión a los periodistas en función de sus colores. El contencioso, a fin de cuentas, no solo tiene que ver con la pugna entre barcelonistas y madridistas, y a veces entre nacionalistas españoles y catalanes, sino también con lo puramente futbolístico y con los gustos de cada uno.
Luis Enrique se ganó el respeto y la credibilidad del barcelonismo con los títulos, 9 sobre 13, y no por combatir a sus leyendas: no perteneció al Dream Team de Cruyff ni necesitó presumir de ser más o menos amigo de Guardiola. Armó un equipo campeón cuando se polemizaba sobre la evolución del estilo, en plena crisis institucional por el despido de Zubizarreta y la convocatoria de elecciones y después de ser ninguneado por Messi en Anoeta. Luis Enrique era carne de cañón al poco de llegar en enero y acabó por celebrar en junio el triplete en Berlín después de juntar a un brasileño (Neymar) y un argentino (Messi) con un uruguayo (Suárez) y no con Agüero.
La foto del tridente que abatió al campeón Atlético en 2015 aguantó hasta 2017. Algunos críticos recordaron entonces que el éxito pertenecía a los delanteros más que a un técnico que se autoproclamó líder al sentarse en el banquillo. Todos se quedaron con la boca abierta cuando Messi respondió a Jordi Évole en La Sexta. “Tuve la mala suerte, entre comillas, de tener a Guardiola y a Luis Enrique, los dos mejores. Tenerlos tan seguido hizo que creciera muchísimo en lo futbolístico y en la sabiduría táctica que ellos me enseñaron”.
Los azulgrana triunfaron después de un año en blanco con Tata Martino. No hay temporada de transición con Luis Enrique. Nunca tuvo dobleces ni término medio sino que actúa con determinación, también en la selección, clasificada para cuartos después de estar extraviada desde 2014. El desafío aumentó su competitividad y ambición porque ahora nadie duda de su jerarquía en un equipo sin figuras, con una media de edad de 26 años y siendo algunos suplentes en sus clubes y discutidos en una convocatoria sin Sergio Ramos. Tan convencido está Lucho de sus decisiones que hay momentos en que no se sabe si favorece o necesita el conflicto o se crece en la adversidad como se vio en Las Rozas.
Asuntos como los positivos y las vacunas y el césped de La Cartuja generaron gran controversia, de la misma manera que se polemizó sobre la espera de Busquets, se apuntó a Morata, se preguntó a qué venía Sarabia, se hizo jurar bandera a Laporte y se pidió perdón a Marcos Llorente porque jugara Azpilicueta. Antes de que se encontrara al culpable, Luis Enrique dio con la solución: la mayoría de sus apuestas han cuadrado a tiempo, y si no, se ha corregido en cada partido, señal de que no es un sectario ni sus decisiones son gratuitas, ninguna tan firme como la de Unai Simón.
El juego con los pies del portero expresa la modernidad de un conjunto que ataca con tres delanteros (4-3-3) y aspiraría a ser una síntesis de las distintas selecciones: a la furia se le llama hoy energía o gegenpressing (la presión alta) y el tiqui-taca ha pasado a ser el passing-game cuando se trata de acabar las jugadas para culminar la posesión iniciada con Unai. Todavía no se sabe cuál es su techo porque el equipo no es redondo ni fiable, tiene defectos, le falta firmeza defensiva y no sabe descansar con el balón cuando gana porque está pensado para arriesgar sin parar, siempre tenso como Lucho.
La gracia radica precisamente en su imperfección, alejada de las moralejas y ortodoxias, carnal como la vida y expuesto a los contratiempos, razón por la que ha conectado emocionalmente con la gente desde el partido de Croacia. Aunque el resultado es imprevisible, son innegociables el compromiso, el sentido de pertenencia, la exigencia y la intensidad, todos a una como un colectivo más de una joven generación que busca en el fútbol su fortuna en el peor momento, sin dar la culpa a nadie, entregada a un testarudo extremista, desacomplejado y al que le gusta arriesgar con un equipo plurinacional que huye del Madrid-Barça. Hasta que dure la energía contagiosa de Luis Enrique la agitación, la pasión y la revolución están aseguradas en España.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter especial sobre la Eurocopa 2021