Alpinismo y ciclismo: una fusión entre la necesidad y la atracción
Desde los alpinistas del periodo entre guerras a las estrellas del momento, pedalear se ha convertido en una forma natural de acercarse a las montañas
En el periodo de entre guerras, hacía falta estar loco para ser alpinista, y como las locuras nunca caminan solas, algunos añadieron la bicicleta a sus mochilas. En 1931, dos hermanos alemanes residentes en Munich, Franz (21 años) y Toni Schmid (26), decidieron que serían los primeros en escalar la muy deseada pero esquiva cara norte del Cervino. Eso sí, no tenían un céntimo para pagarse el viaje, pero lograron hacerse con un par de bicicletas y así, a pedales...
En el periodo de entre guerras, hacía falta estar loco para ser alpinista, y como las locuras nunca caminan solas, algunos añadieron la bicicleta a sus mochilas. En 1931, dos hermanos alemanes residentes en Munich, Franz (21 años) y Toni Schmid (26), decidieron que serían los primeros en escalar la muy deseada pero esquiva cara norte del Cervino. Eso sí, no tenían un céntimo para pagarse el viaje, pero lograron hacerse con un par de bicicletas y así, a pedales, alcanzaron la localidad suiza de Zermatt, cargados con todo su material de escalada y comida. Las crónicas aseguran que eran ‘pobres’. El ‘calentamiento’ duró unos 500 kilómetros y, seguramente, les resultó mucho más severo que resolver el enigma de la norte del Cervino, cosa que lograron el primer día de agosto… para regresar a casa en bicicleta. Aseguran los especialistas que la clave de su éxito residió en los novedosos tornillos de hielo con los que se aseguraron, sin duda un gran avance para la época y un espanto para los tiempos que vivimos donde las cuerdas dinámicas, los tornillos que casi se colocan solos, los piolets ergonómicos y los crampones monopunta no impiden obviar que escalar la norte del Cervino sigue siendo un asunto serio casi un siglo después. Uno de los tornillos de los hermanos Schmid se le partió a Franz un año después en el Wiesbachhorn, causándole la muerte. A cambio, le concedieron una medalla olímpica de alpinismo en los Juegos de Los Angeles de 1932.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la bici sigue siendo el mejor amigo del alpinista, una forma tan engorrosa como eficaz de acercarse a las montañas. El gran guía Toni Gobbi dejó escrito que todas sus andanzas alpinas arrancaban montando en su bicicleta, en el patio de casa. Antes de cruzar la verja, podía sentir la mirada angustiada de su madre, semiescondida tras las cortinas de su habitación. Y Gobbi tenía que reprimir el deseo de girarse, apoyar de nuevo la bici en la pared, acudir al encuentro de su madre y asegurarle que todo iba a ir bien. Gobbi pertenecía más o menos a la generación de Walter Bonatti y vivieron en Courmayeur (valle de Aosta) donde las bicis aseguraban los viajes y donde ahora solo se ven coches pasando el túnel del Monte Bianco.
Tita Piaz, italiano también y apodado el ‘Diablo de los Dolomitas’ esquivó la muerte en infinidad de ocasiones, colgado de sus queridos pitones clavados en roca dudosa, superó la primera Guerra Mundial y acabó estrellándose fatalmente con su bicicleta, de la que nunca se separaba porque le permitía seguir vivo, de aquí para allá, cargado con una mochila de cuya parte superior sobresalía la cabeza de su perro. Piaz (1879-1948) es uno de los alpinistas de leyenda de principios del siglo XX, uno de los primeros en pedalear para encontrar su libertad. A finales de 2023, tres alpinistas norteamericanos firmaron una ascensión tan única e improbable, que costará mucho igualar: escalaron la cara norte del Jannu (7.710 m) en estilo alpino. Uno de ellos, Matt Cornell, vivía como un mendigo hasta hace apenas unos pocos años y cuando quedaba para escalar salía en bicicleta varios días antes para llegar a tiempo a la cita. Ni tenía coche, ni podía permitírselo. En uno de sus viajes, bajando un puerto, se salió de la carretera: es el accidente más grave que jamás ha tenido, algo curioso si se tiene en cuenta que The North Face le fichó tras impresionar a su capitán, Conrad Anker, tras firmar una escalada de roca y hielo de altísima dificultad… sin cuerda. Cornell es heredero de la influyente herencia de Mark Twight, famoso por su bestseller ‘Besa o mata’. Twight, uno de los mejores alpinistas de los años 90 del pasado siglo, dejó el alpinismo al cumplir los 50, se operó de un hombro y se aficionó al ciclismo de carretera: enseguida se convirtió en la imagen de un famoso fabricante de ropa ciclista. Sus seguidores se frotaban los ojos viéndole vestido con coulotte y maillot. Su ejemplo remite directamente al del grandísimo alpinista inglés Paul Braithwaite, uno que estuvo a punto de escalar la cara suroeste del Everest y su intimidante banda de roca: una tormenta se llevó a su compañero Mick Burke. Después de escalar en los principales escenarios del planeta, Braithwaite creó una empresa de trabajos verticales y acabó compitiendo en bici de descenso: en 2006 fue subcampéon del mundo veterano en el mundial de Sun Peaks, Canadá.
Hace apenas cuatro años, las webs especializadas difundieron el loco viaje de los grandísimos escaladores belgas Nico Favresse y Sébastian Berthe: recorrieron los Alpes austriacos escalando las vías más difíciles escogidas en paredes icónicas sin otro medio de transporte que sus piernas. Añadieron un portaequipajes a sus bicis, y en ellos se acomodaban sus pertenencias… y sus perros Kroux y Bintje. ¿El objetivo? Lograr un viaje sin emisiones de carbono, viajar sin prisas, regar con humor sus actividades de altísimo nivel. Pero no todos son tan nómadas como la pareja belga. Recientemente ha visto la luz un pequeño documental titulado ‘North 6′ que narra el encadenamiento por parte del italiano Simon Gietl y del suizo Roger Schäli, de las seis grandes caras norte de los Alpes (Cima Grande, Piz Badile, Eiger, Cervino, Petit Dru y Grandes Jorasses) en apenas 13 días, viajando de un valle a otro en parapente y, sobre todo, en bicicleta: 1.110 kilómetros y 30.000 metros positivos. A diferencia del dúo belga antes mencionado, los dos alpinistas contaron con un equipo de furgonetas de apoyo que llevaban su material de un punto a otro para que estos solo tuvieran que preocuparse de pedalear los más rápido posible, sin peso. Aquí, destacan los protagonistas, lo importante es la fusión de un deporte aeróbico como el ciclismo, con otro como el alpinismo técnico que observa largas estancias en las reuniones y movimientos lentos y milimétricos cuando se progresa en la vertical.
El francés Symon Welfringer se llevó el Piolet de Oro en 2021 y un año después, buscando nuevas emociones que empezasen en la puerta de su casa, decidió hacer una locura: salió un martes desde Grenoble a las 14h30, pedaleando furiosamente con todo el material de escalada necesario repartido en su montura. Tras 150 kilómetros, llegó a Ailefroide, en el macizo de los Écrins, de madrugada, descansó dos horas y caminó hasta la base de una pared de 400 metros donde le esperaba un amigo: juntos, escalaron una vía severa, rapelaron, escalaron otra y se lanzaron desde la cima en un parapente biplaza ultraligero. Al aterrizar, se despidió del amigo y afrontó el regreso a casa… a pedales. El jueves a las 4h30 de la madrugada regresó a su hogar. Atrás quedaron 38 horas non-stop de actividad frenética, 300 kilómetros de bici, 800 metros de escalada, 10 kilómetros de senderos a pie y un vuelo inolvidable.
“Mi viaje de bicicleta y escalada recorriendo las paredes suizas más icónicas junto a Ines Papert, en 2020, es uno de los recuerdos más imborrables que conservo”, asegura Caro North. Junto a Papert, la estrella indiscutible del alpinismo femenino, North evoca la paz que concede avanzar pedaleando, el ritmo perfecto para moverse y empaparse de la belleza circundante.
Otro de los grandes defensores de la fusión entre ciclismo y alpinismo o escalada es la estrella Alex Honnold. El norteamericano, famoso por sus escaladas sin cuerda, disfruta aún más atragantándose de ascensiones acumuladas. Escalar sin fin, hasta no poder más, corriendo o pedaleando furiosamente de una pared a otra. En el verano de 2023 realizó un enorme viaje con su compañero de aventuras, el genial Tommy Caldwell, que les llevó a acumular 3.000 kilómetros de bicicleta (y algo de navegación) desde Colorado hasta Alaska, con paradas para firmar excelentes ascensiones de paredes como la travesía de la Devil’s Thumb. Sus dos meses de periplo pretendían, también, llamar la atención sobre los peligros del calentamiento global, sobre la necesidad de proteger un entorno cada vez más frágil y cambiante. Su viaje será recogido en un documental producido por National Geographic: “es alucinante todo lo que pudimos ver a fuerza de pedalear: desde los puertos de las Colorado Rockies hasta los desiertos del sur de Wyoming, pasando por las montañas de Wind River, los Tetons, Yellowstone, Montana y la Columbia británica antes de saltar a Alaska. Bosques impresionantes amenazados cada vez más por el fuego: ahora sé que viajar en bici concede a nuestras aventuras una dimensión mucho mayor, así como a la amistad que me une a Honnold”, expresaría Caldwell al terminar su viaje.
El ciclismo, sus herramientas, se han diversificado tanto que resultan enormemente atractivas. Hoy en día existe una enorme variedad de bicicletas para satisfacer los gustos y necesidades de amplios perfiles de usuarios. Muchos escaladores han abandonado incluso las cuerdas para pasarse al gravel o al enduro, otra forma de estar en contacto con la naturaleza. Los hay que combinan ambas pasiones. Jokin Díez, relaciones públicas de Orbea, reconoce que la firma es consciente del tirón que tiene la bici entre los deportistas de montaña, “que encuentran una fácil transferencia de su pasión a la de las dos ruedas porque hay mucho donde escoger”. Parece una fusión moderna, pero en realidad nada nuevo ha sido inventado. La necesidad permitió que pedalear y escalar viajasen de la mano en el pasado. Ayer hablaba la obligación, hoy lo hace el deseo.
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