Roglic hace de O’Connor un líder de barro en la Vuelta a España
En una etapa en la que Woods se llevó la corona, el esloveno impone su ley en la última ascensión para apretar la diferencia con el australiano
Llegó el Puerto de Tejedo de Ancares y emergió el majestuoso Roglic, el que combina la épica con la lírica, el que ataca sin mirar hacia atrás, el que deja cadáveres a su paso, el que no tiene rival. Puso su ritmo, cadencia imposible para el resto, apenas un deje de rostro desencajado, pulmones inhumanos, piernas marcianas, y nadie capaz de rechistar. No lo hizo Enric Mas, hasta ahora el único que le aguantaba el paso, como tampoco pudo lograrlo Carapaz, perseverante en su lucha por entrar en el podio. Menos aún se atrevió a replicar Ben O’Connor, boca abierta, aire que no llega, sufrimiento superlativo y una sentencia, pues a la que la carretera se empina tirita, tiembla, se desvanece, se convierte en un líder de barro al que la Vuelta se le hará demasiado larga, toda vez que el nuevo mordisco de Roglic (1m 55s) le deja con una escueta ventaja de 1m 21s. Poca cosa para el esloveno, que mira con gozo el Cuitu Negro del domingo, también a Los Lagos de Covadonga y el Picón Blanco a la vuelta de la esquina. Mucha tela por cortar. Pero el retazo de este viernes se lo llevó Michael Woods (Israel), que cruzó la bandera a cuadros el primero, el mejor de los fugados, un primor sobre la bici.
Con la lengua fuera por el sofoco, ataviados con cascos y maillots de todos los tipos, cientos de ciclistas amateurs se animaron por la mañana a recorrer los dos últimos puertos -el de Lumeras y el de Tejedo de Ancares- que ascendería después el pelotón. Educados, dejaban pasar o retenían a los coches dependiendo del tráfico que venía de frente, que era mucho. Sobre todo, porque los pocos vacíos que dejaba la cuneta, siempre envuelta en un espeso verde de árboles que rozaban el cielo, estaban repletos de autocaravanas, donde los aficionados se apropiaban de las esquinas -banderas de Bélgica y España en su mayoría- y de la carretera, pintadas con los nombres de los corredores favoritos. Se palpaba que, de Lugo a León, serían dos ascensiones tensas, ocupados Roglic y Mas, más que ningún otro, en echarle el lazo a un O’Connor que hasta el momento había aguantado bien las embestidas, por más que perdiera tiempo a gorgoteos. Reverberaba el ciclismo con sabor a añejo, alimento del bueno para los esforzados guerrilleros, espectáculo magnético que te reconciliaba con el deporte. Pero para la desilusión de muchos, todo se reservó para el final, donde Roglic explicó al mundo que la Vuelta es coto privado.
Resulta que este pelotón riñe con los términos de supremacía, ya que como acostumbra dejó hacer a la fuga, en esta ocasión de 24 corredores, con gallos del corral como Van Aert, Soler, Schimd, Woods. Una escapada que, como ya es habitual, fue terminal, al punto de que tras cubrir el segundo puerto del día -Alto O Portelo-, en el ecuador de la etapa, acumularon una ventaja de 11 minutos. Nada que inquietara al AG2R, que sigue gobernando la carrera desde la distancia, que no se inquieta por las fugas, que selecciona sus esfuerzos para solo atar de cerca a los que ponen en tela de juicio a su líder O’Connor. Un dejar hacer que desbrava la carrera, que destensa al aficionado, que, probablemente, desagrada a la organización. Pero una táctica tan lícita como cualquier otra.
Hay corredores, sin embargo, que tanto les da la estrategia, pues tienen piernas y no miden en su ansía de gloria, confiados en su chasis y cabeza, también pedalada. Como Van Aert, que junto con Campenaerts y Schmid, quebraron la fuga en dos, los valientes al ataque. Y al contragolpe, pues Soler, ejemplo de kamikaze a la par que de espectáculo, paliza tras paliza, retorció la carrera con una nueva ofensiva porque cuesta arriba se sabía de los más fuertes, enfocado en la victoria que Pablo Castrillo le negó en la etapa pasada. Tampoco se dio en esta ocasión porque Woods, el mismo que ya había vencido dos etapas en la Vuelta (2018, en Monte Oiz, y 2020, en Villanueva de Valdegovía), también una en el Tour del año anterior (en Puy de Dôme), impuso su ley y se llevó la victoria.
La gloria, en cualquier caso, estaba reservada para Roglic. Tocaba mirar hacia arriba, carretera revirada, de la que pica, donde el ganado sonríe, hierba trufada de boñigas, aunque también salpicada con elegantes casas de piedra y tejados oscuros, acondicionadas para el frío del invierno, siempre con chimeneas para hacer del lugar todavía una postal más idílica. Nada que desenfocara la ambición del esloveno, impulsado de inicio de maravilla por su equipo (de Roger Adrià a Daniel Felipe Martínez para seguir con Vlasov), cohete después en solitario porque descontó a todos los que quisieron cogerle la estela. Algunos lo intentaron, como Mas, Landa y hasta Carapaz. No pudo ser. Pero O’Connor, que ve peligrar su reino, ni eso. Esta Vuelta, pensará, da muchas vueltas. Y solo una fue a su favor.
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