Laurance es el cañón de la Volta Catalunya
El ciclista de Alpecin supera a Van den Berg en el sprint final para cerrar una etapa de lo más loca y eléctrica
Mandíbula apretada, bocanadas de aire que no llegaban, botellín de agua por favor, grito liberador y puño cerrado al aire para recibir los abrazos de sus compañeros y las palmadas de los rivales. Axel Laurance se apoyaba sobre la bicicleta, descompuesto por el esfuerzo aunque dichoso por un triunfo. Nadie pudo con él, ni siquiera el hombre-bala de la jornada anterior, un Van den Berg que le exigió dar un último golpe de riñón, segundo al fin y al cabo, sprint resu...
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Mandíbula apretada, bocanadas de aire que no llegaban, botellín de agua por favor, grito liberador y puño cerrado al aire para recibir los abrazos de sus compañeros y las palmadas de los rivales. Axel Laurance se apoyaba sobre la bicicleta, descompuesto por el esfuerzo aunque dichoso por un triunfo. Nadie pudo con él, ni siquiera el hombre-bala de la jornada anterior, un Van den Berg que le exigió dar un último golpe de riñón, segundo al fin y al cabo, sprint resuelto por los pelos. Era lo que se imponía en una jornada loca, con 11 fugas y sus consecuentes neutralizaciones, tanteos sin éxito, ciclismo eléctrico y oda a la velocidad. Pero en Viladecans nadie pedaleó más rápido que Laurence. “Es sensacional. Es mi primer año en un equipo de World Tour y ganar la carrera es genial, está claro. Vine con un gran estado de forma y tenía el foco puesto en la primera etapa y en esta. Me llevo esta”, resolvió con orgullo el ciclista, que volvía a validar esa apuesta de Alpecin de tener corredores veloces.
En la salida de Altafulla se volvía a mascar la tensión entre los equipos que cuentan con sprinters, toda vez que la etapa, con dos puertos de segunda categoría -Coll de Les Ventoses y Alt de la Creu d’Aragall- pero con 20 kilómetros de llano hasta la meta, no parecía el terreno propicio para que el indomable Pogacar volviera a hacer de las suyas. Pero también estaban los ciclistas que querían dejar su huella en la Volta, pues el terreno con repechos y quebrado invitaba a buscar la aventura. “Hoy es el día que se pude dar una fuga”, convenía un mecánico del Bora. “Quizá sí que es la etapa en la que el pelotón no apriete tanto y podamos meter a alguien en la escapada”, señalaban esperanzados desde los boxes del Lotto. “Hoy o nunca”, añadían desde el AG2R. No sería por intentonas. Así, desde que se dio el pistoletazo de salida, allá en la coqueta Altafulla, recodo medieval de la Costa Dorada con el Mediterráneo de fondo, fueron muchos los ciclistas que intentaron poner tierra de por medio con el pelotón. Uno, dos, tres… Se sucedían los ataques, los conatos de aquellos ciclistas que pretendían poner su nombre en la Volta. Pero Cofidis les negó la mayor, preocupados en poder festejar al menos un triunfo de Coquard. Juego del gato y el ratón infructuoso para los valientes, satisfactorio para los perseguidores. Cuatro, cinco, seis, siete… Seguían ensayando los que se sentían fuertes, los que tenían piernas para arrancar y rodar unos kilómetros a la velocidad de la luz porque el ritmo del pelotón dejaba atrás a su sombra, pues se firmó 45k/h hasta alcanzar el puerto, donde Kron (Lotto), Lipowitz (Bora) y, finalmente Kruijswijk -el holandés errante porque cuenta 12 participaciones en la Volta, más que ningún otro ciclista de este curso-, soñaban con la gesta. No había manera.
Tras la bajada, en el impasse entre puertos, llegó la octavo zafarrancho y cinco ciclistas cantaron victoria, que no bingo. Óscar Rodríguez (Ineos), Mosca (Trek), Paleni (FDJ), Steinhauser (EF) y Juul-Jensen (Jayco) lograron desengancharse del pelotón, acumular hasta 2m35s de ventaja. Pero Alpecin y Cofidis no querían oír ni halar de la escapada, por lo que volvieron a poner el turbo, momento de zapa. Y se salieron con la suya porque en la subida alcanzaron a todos menos a Steinhauser y Óscar Rodríguez, que habían arrancado con las rampas, decididos a vencer por la vía homérica. Intención que Michael Woods (Israel) -quería brindarle una oportunidad a su compañero Stephen Williams, fenomenal en los repechos y velocista notable- cortó de cuajo, capaz de tirar y desgajar la serpiente multicolor durante toda la ascensión, también de atrapar a los fugados tras hollar el puerto. Espectáculo del bueno que los aficionados apostados en las orillas de la carretera aplaudían con entusiasmo. Pero seguía el show, la carrera hipersónica, el recital cuesta abajo de Andersen (Uno-X), de Juanpe López (Trek) y Einer Rubio (Movistar). Pero, claro, tampoco se salieron con la suya. Regalos en el ciclismo actual, ninguno. Que se lo digan a Pogacar [o Vingegaard].
Nueve, 10… Más tientos de corredores que, ya en llano, arrancaban con fiereza, que hacían daño pero que volvían al redil con la lengua fuera por el cansancio, que retrasaban la marcha y que permitieron reagruparse al pelotón. Quedaban 6 kilómetros, quedaba lo mejor. Era el momento de que los equipos pelearan por su posición, de que los rodadores auparan, dieran rueda e hicieran de palanca para los sprinters. Aunque hubo un 11. Un último ataque de Pablo Castrillo (Kern Pharma) y David González (Caja Rural) a 2,5km. Pero tampoco tuvieron el premio. Eso fue para Laurance, que celebró el éxito antes de que vuelvan las curvas, la exigente jornada de montaña de este sábado, de Berga a Queralt. “Ha sido una etapa muy dura, con muchos ataques. Pero ahora vamos a por mañana, que será otra carrera muy agresiva desde el principio, con muchas subidas y cortas concentradas”, reflexionó Pogacar, que volvió a darse el descanso del guerrero.
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