Chelsea - Barcelona: Anatomía de una derrota
El gol de Iniesta en Stamford Bridge en 2009 funciona como un agujero de gusano entre la excelencia y la impotencia de un equipo lleno de talento y presidido por la misma figura 16 años después
Algunos momentos históricos se pegan como un chicle en la memoria y evocan para siempre el lugar que ocupábamos en ese instante. La gente alrededor, los olores, también si en la calle llovía, hacía calor o nevaba. Ocurrió con la caída de las Torres Gemelas o la del Muro de Berlín para algunos. El Mundial de España en Sudáfrica. El gol de Iniesta en Stamford Bridge. Esa noche se perdieron objetos. Gafas, par...
Algunos momentos históricos se pegan como un chicle en la memoria y evocan para siempre el lugar que ocupábamos en ese instante. La gente alrededor, los olores, también si en la calle llovía, hacía calor o nevaba. Ocurrió con la caída de las Torres Gemelas o la del Muro de Berlín para algunos. El Mundial de España en Sudáfrica. El gol de Iniesta en Stamford Bridge. Esa noche se perdieron objetos. Gafas, paraguas. Saltaron vasos. Y, sobre todo, se construyó un recuerdo, lo único por lo que merece la pena vivir. Todo el mundo recuperó ese instante en la cabeza el miércoles, como si fuera un sortilegio secreto. Pero lo único que voló por los aires fue el espejismo del año pasado, según el cual el Barça de Flick podía volver a parecerse a aquello.
Muchos de esos sucesos históricos pueden también analizarse a través de una fotografía concreta, la anatomía de un instante, como lo definió y tituló su colosal libro Javier Cercas para retratar el intento fallido de golpe de Estado del 23-F. La imagen del general Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo era una síntesis nítida y precisa de lo que estaba ocurriendo. También de lo que había sucedido para que todo aquello convergiese en un hemiciclo tirado por los suelos y tres hombres que permanecieron de pie o sentados en su escaño (en el caso de Santiago Carrillo) sin miedo a que la vida —o Tejero— les hubiese reservado otros planes para las horas siguientes, como ahora vuelve a contar la serie que emite Movistar +.
El miércoles, después de la derrota 3-0 del Barça con el Chelsea, comenzó a circular en algunos chats una foto en la que aparecían Xavi, Iniesta y Messi unos instantes antes de la ceremonia del Balón de Oro de 2011. “Muy lejos de eso”, se leía. En la imagen, los tres se palpaban el traje, buscaban los botones de la chaqueta con los dedos, como si no terminasen de creerse que ahí dentro estuvieran ellos. Messi miraba al suelo, probablemente intuyendo que iban a dárselo a él otra vez, cuando era Iniesta quien más lo merecía. Xavi había comenzado a andar hacia afuera de la sala, guiando al grupo, como siempre había hecho. E Iniesta ocupaba un discreto tercer plano, como el día que nadie le esperaba en el balcón del área de Stamford Bridge.
Los tres se habían criado en la Masia y hablaban con un tono de voz proporcional a su estatura física, muy alejada de su talla como jugadores. Encarnaron una rebelión contra los cánones del fútbol físico que comenzaba a dominar la escena, precisamente el del Chelsea de Mourinho, Drogba, Lampard o luego Ballack… Esa imagen es el punto exacto donde converge la historia de aquel Barça.
Ese 6 de mayo de 2009, en el partido de vuelta de semifinales. Iniesta marcó en el minuto 93 con un disparo a la escuadra que metió al Barça en la final de Roma. En esa época parecía que si el equipo no ganaba, era simplemente porque no lo había deseado suficiente. Aquel gol funciona ahora como un agujero de gusano entre dos épocas del laportismo. También entre la impotencia del equipo actual y el apogeo del mejor Barça, la consolidación de Messi y un partido, curiosamente, en el que al equipo le expulsaron a Eric Abidal y siguió peleando hasta el minuto 93. Casi 15 años después, no solo es difícil reconocer la herencia de esos tres desobedientes.