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Opinión

La revancha infinita

El trauma del 6-1 despertó en el PSG una extraña relación de amor y odio con el Barça que desembocó en el fichaje de Luis Enrique, el único capaz al fin de exorcizar sus fantasmas y convertirlo en un verdadero equipo

Algunos traumas causan laceraciones tan severas que pueden llegar a deformar el carácter, a envenenar el alma. El PSG fue a Barcelona el 8 de marzo de 2017 a hacer turismo y volvió a París con seis goles en la maleta, la eliminación de la Champions y quizá la derrota más dolorosa de su historia (6-1). No había explicación científica aparente, se trataba de un asunto que solo podía dirimirse en lo inmaterial...

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Algunos traumas causan laceraciones tan severas que pueden llegar a deformar el carácter, a envenenar el alma. El PSG fue a Barcelona el 8 de marzo de 2017 a hacer turismo y volvió a París con seis goles en la maleta, la eliminación de la Champions y quizá la derrota más dolorosa de su historia (6-1). No había explicación científica aparente, se trataba de un asunto que solo podía dirimirse en lo inmaterial, como la historia. O el amor. Una grieta espacio-tiempo. Y eso complicaba enormemente el tratamiento posterior. Pero el equipo francés, sin respuestas claras, se abandonó al resentimiento. Al dinero. Y edificó en el dolor un catálogo de soluciones estériles que agravaron la herida. Y así, desde ese día, se inauguró una nueva rivalidad con el FC Barcelona, si es que esa idea puede existir de forma unilateral.

Francia aprendió aquella noche a pronunciar Sergi Roberto e incorporó la palabra remontada a su vocabulario. El término se popularizó y se usa desde entonces de forma recurrente para este tipo de ocasiones, con especial regocijo en ciudades como Marsella. París, sin embargo, o los aledaños emocionales del Parque de los Príncipes, se dejaron invadir por una mezcla de rencor por haber sido desposeídos de algo que consideraban suyo. Al menos hasta el minuto 95 de aquel encuentro. Y así fue como se propagó la extraña sensación de haber sido injustamente tratados por la historia, un veneno que ha intoxicado el mundo y la política en los últimos años y que tan bien analiza Andrea Rizzi en el brillante La era de la revancha (Anagrama, 2025).

El Barça, esa fue la paradoja, comenzó su declive esa noche, pero se convirtió en una extraña obsesión en París. Primero fue Neymar, al precio que fuera (222 millones de euros), reventando para siempre el mercado y desequilibrando el sistema, pensando que el mejor jugador de aquel partido les despertaría de la pesadilla. Luego llamaron a Messi, en pleno despecho con el club de su vida, dispuesto a todo para demostrar lo que seguía valiendo. Y finalmente Démbélé, cuyo fichaje por el PSG subrayaba la deriva de despilfarro del Barça, económico (140 millones) y deportivo. Debe ser complicado odiar y amar tanto al mismo tiempo a alguien. O quizá sea lo habitual.

El PSG, nacido en 1970 como resultado primero de la separación con el Paris FC y de la fusión con el Stade de Saint-Germain (de ahí el nombre actual), no confirmó su hegemonía en Francia hasta que no llegó el dinero de Qatar (tenía 12 trofeos respecto a los 54 actuales). Pero faltaba Europa. El club había querido ser primero el Real Madrid, el de los galácticos. Pero terminó convertido en una reproducción de Las Vegas, con todos esos grandes monumentos descontextualizados en medio del desierto. Ibrahimovic, Cavani, Di Maria, Beckham. Un disparate estético y cultural, tan kitsch, como la estatua de seis metros de Augusto la entrada del Caesar Palace.

Y al final, despertó de aquello, y casi por descarte, como si fuera aquella Teoría del mono infinito, en la que un primate que teclease infinitamente una máquina de escribir terminaría componiendo Hamlet, volvieron a mirar a Barcelona y encontraron, al fin, la figura capaz de devolver el orden a las cosas. Lo del método y la locura. Y como manda el psicoanálisis, el encargado de sanar el trauma fue el mismo que realmente lo había provocado. El PSG ha hallado en Luis Enrique una figura totémica, tan genial como magnética, que ha conectado con la grada de manera perfecta y cuyo éxito, de algún modo, mantiene esa extraña pulsión de amor y odio con el Barça. Alguien que, fundamentalmente, lo ha convertido en un extraordinario equipo.

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