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Canfranc borra las fronteras del trail en el Mundial de los mundiales

Las montañas que florecieron por el paso ferroviario entre Huesca y Francia acogen a unos 1.600 atletas de 74 países, la ventana del atletismo internacional hacia un futuro olímpico

Casi 250 corredores obran este jueves en la cima de Larraca, por encima de los 2.200 metros de altitud sobre el nivel del mar, una macedonia planetaria con un deporte que los ingenieros que inmortalizaron Canfranc, el paso ferroviario entre Huesca y Francia que exportó la belleza de esas cumbres pirenaicas a partir de su apertura en 1928, nunca pensaron que existiría. Un proyecto nacido para eliminar fronteras desemboca casi un siglo después en un Mundial de Trail con unos 1.600 atletas de más de 74 países. Algunos de lugares tan remotos como Sierra Leona o Camboya alucinaban al ver un telesilla, su atajo de bajada hacia Astún tras el kilómetro vertical –mil metros de desnivel positivo en poco más de seis kilómetros– para inaugurar unos campeonatos bajo el paraguas de World Athletics –la federación internacional del atletismo– que siguen hasta el domingo con tres distancias más, de 45, 82 y 14 kilómetros.

Cuando Alfonso XIII inauguró la estación de Canfranc era la segunda más grande de Europa. Su fachada acristalada aún evoca a la arquitectura francesa del siglo XIX. Una concesión que la sociedad aragonesa se tiró más de medio siglo pidiendo para florecer y ser un nexo logístico con el continente a través de túnel de Somport, que tardó dos décadas en hacerse y apenas funcionó seis años, hasta que en 1936 el bando franquista interrumpió la línea para que el país vecino no entrara en la Guerra Civil al rescate de la república. Se reanudaría en 1940 bajo el control de la Gestapo y empezarían las leyendas, desde el salvoconducto para represaliados al oro que pasó hacia España o Portugal. El último tren descarriló en el lado francés en 1970 y aceleró el declive demográfico de una zona gélida, incluso en los últimos días del verano.

Hoy la estación está rehabilitada como un hotel exclusivo. El turismo es una de las piedras que han revitalizado la zona; la otra es el deporte. Lo que en el siglo XX fue un paraíso para los deportes de invierno, franceses que cruzaban la frontera para esquiar en las pistas vecinas, se ha completado en las últimas décadas con el trail, que encontró un patio de juego salvaje. La Cafranc-Canfranc nació en 2007 como la primera carrera de montaña en distancia maratón de España –tiene 45 kilómetros– que rozaba los 4.000 metros de desnivel positivo, uno de los recorridos más técnicos que han conocido unos campeonatos orientados tradicionalmente a circuitos más correderos, el distintivo del atletismo frente a las federaciones de montaña, con menos recursos. Por eso este formato es la apuesta del trail para ser un día disciplina olímpica. Hay dinero para que más participantes puedan competir y atraer a la primera línea mundial, que no solo pelea por medallas, sino por becas que consolidan una carrera. En el caso de España, otorga una anual de 16.000 euros a quien quede entre los ocho primeros.

Los kenianos, los grandes favoritos en el kilómetro vertical, pudieron salir de milagro porque a última hora alguien les dejó un cortavientos, una prenda obligatoria con la que no había contado su delegación. Patrick Kipngeno entregó su título de Innsbruck 2023 ante Rémi Bonnet, el suizo al que los africanos han desbancado en los últimos dos años en las Golden Trail World Series, el principal circuito mundial. El esquiador de montaña discutió de salida ese declive que le llevó a terminar andando una carrera en Noli (Italia) en mayo entre lágrimas y ganó con mano de hierro en 37m50s; a 1m14s llegó el keniano Richard Atuya y, a 1m20s, el campeón derrocado. Alain Santamaría, decimocuarto a 3m10s, fue el mejor español.

Una prueba de fondo que empezaba con un sprint a muerte para llegar bien colocado a un tramo estrecho de escaleras, la entrada a un bosque de pino negro con senderos muy estrechos donde la velocidad es tan baja que adelantar supone un desgaste muy alto. Por eso hubo caídas para llegar al embotellamiento. Una travesía de zetas en una pendiente muy constante, en torno al 15%, un formato, este sí, rápido, de atletismo, en un deporte con recorridos de pocos más de tres kilómetros a un 30% de promedio. Para disgusto de los montañeros, que tuvieron el consuelo de una última pala que ya obligó a la mayoría a andar, con los gemelos ardiendo entre los vítores. Insuficiente para destronar a mujeres voladoras como la alemana Nina Engelhard (45m33s), campeona tras su doble victoria en el Europeo de 2024. La finlandesa Susanna Saapunki fue segunda a 26s y la estadounidense Anna Gibson cerró el podio a 34s. La mejor española fue Naiara Irigoyen, vigesimosexta a 5m28s.

Las opciones de la delegación española apuntan a la maratón de este viernes, el recorrido clásico, con mucho corredor curtido en Zegama –la prueba más codiciada del mundo en esta distancia– como Sara Alonso, que la ganó en mayo, o Malen Osa, segunda y tercera en los dos últimos años. También está el ganador de 2023, Manuel Merillas, el segundo de este año, Andreu Blanes, y otros top-10 como Antonio Martínez y el propio Santamaría, que doblará tras el vertical. Mientras, los 82 kilómetros del sábado cuentan con lo mejor del Ultra Trail del Mont Blanc, la carrera de 171 kilómetros que rodea al techo de los Alpes. Están los ganadores de 2023 y 2024 –Jim Walmsley y Vincent Bouillard– o el ultrero del momento, el estadounidense Caleb Olson, que este año ya se ha llevado Transgrancanaria y Western States, recorridos menos técnicos. La otra estrella es su compatriota Katie Schide, que aúna carreras de tres dígitos con un podio en Sierre-Zinal, quizás la prueba corta (31 kilómetros) con más nivel del mundo, puro estilo Kilian Jornet. Un programa que cierra el domingo con los 14 de la Classic, un menú fugaz que servirá de segunda oportunidad a muchos verticaleros.

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