Con quién no vas a ver la Champions
Cada aficionado sabe que las victorias no se deciden en el campo, sino que las deciden pequeños y delicados mecanismos que tienen que ver con las costumbres de cada uno
El pasado viernes estábamos unos cuantos amigos sentados en Praza de A Verdura de Pontevedra cuando el fotógrafo Amador Lorenzo dijo con un gemido, señalando el bar Rúas: “No vuelvo”. Mi amigo, antimadridista y culé, siempre por ese orden, hacía referencia a la terrible semana pasada allí viendo fútbol: los penaltis contra el City, la victoria en el descuento contra el Barça. Le recordé que entre 2005 y 2010, seis años eternos, vimos una temporada detrás de otra cómo el Madrid perdía siempre en octavos de final de la Champio...
El pasado viernes estábamos unos cuantos amigos sentados en Praza de A Verdura de Pontevedra cuando el fotógrafo Amador Lorenzo dijo con un gemido, señalando el bar Rúas: “No vuelvo”. Mi amigo, antimadridista y culé, siempre por ese orden, hacía referencia a la terrible semana pasada allí viendo fútbol: los penaltis contra el City, la victoria en el descuento contra el Barça. Le recordé que entre 2005 y 2010, seis años eternos, vimos una temporada detrás de otra cómo el Madrid perdía siempre en octavos de final de la Champions. Cómo durante seis años, entre nuestros 27 (edad simbólica) y 32 años, prácticamente la flor futbolística de nuestra juventud, salíamos los madridistas de ese mismo bar un martes, o un miércoles, con un vacío existencial que sólo se mitigaba rezando para que el Barça fuese eliminado lo antes posible y volver a ser una pandilla unida. Cómo incluso en una jornada de Liga entre esos años el Barcelona marcó el 1-3 en el Bernabéu y me fui para casa, de camino cayeron otros dos y al llegar, por lo que luego he podido averiguar sin mucho esfuerzo, incluso marcó otro.
¿Y qué hacíamos? Volver. Volver hasta que no pudimos más, y nos desplazamos como los Targaryen, sin reino ni tierras, a La Cueva de Javi, cien metros más arriba. Allí llegamos a semifinales contra el Bayern, ¿y qué pasó? Que los mejores tiradores de penaltis del mundo, todos en el Madrid, fallaron sus disparos uno detrás de otro. ¿El problema entonces era el bar? No, el problema era yo. Volvieron todos al Rúas, yo me fui a vivir fuera de Pontevedra, el Madrid ganó la Décima y mis amigos, la gente con la que crucé el desierto, la gente de lágrimas, penas y desconsuelo, no me ha dejado nunca más ver una eliminatoria de Champions con ella en mi ciudad. Y entonces Dios dijo: “El Madrid ganará Champions, pero nunca podrás celebrarlas con tus amigos de Pontevedra”. Cada aficionado al fútbol, si lo es de verdad, sabe que las victorias y las derrotas de su equipo no las deciden los fichajes, las tácticas o los entrenadores, sino pequeños y delicados mecanismos que tienen que ver con las costumbres de cada uno.
Tuve que recordarle a Amador este viernes que ese bar fue la alegría de los culés muchos años, y ha vuelto a ser la alegría de los madridistas. También le hice ver un fenómeno curioso. En los tiempos del Barcelona de Guardiola, me llamaban mucho mis amigos culés para ver el fútbol, incluso partidos intrascendentes que ni me iban ni me venían, y yo sólo me rodeaba de amigos madridistas, nunca fuimos tan amigos como en aquella época; llevo unos cuantos años, sin embargo, en los que me gusta llamar para ver fútbol a amigos barcelonistas. No había intención burlesca en ellos entonces ni la hay en mí ahora. Me gusta pensar que detrás hay un mecanismo biológico según el cual huimos de burbujas autosatisfactorias (pocas autosatisfacciones peores que las del fútbol, todo el rato diciéndonos entre nosotros, cuando las cosas van mal, “somos el Madrid” que a veces sólo nos falta ir a la cola del paro a gritarlo apretando los puñitos antes de que nos partan la cara) y debatir alegremente, eso sí desde la victoria, con sesudos argumentos futbolísticos. Como decía hace ya casi veinte años un viejo cliente del Rúas (¿seguirá vivo?), “yo de fútbol discuto después de ganar, no me importa decir que la victoria la mereció otro: que la merezca quien quiera; primero dámela y luego dime quién la merece”. Ese mundo, el mundo de ese bar y su clientela, me fue arrebatado. Ganamos cinco Champions, sí, pero a qué precio. Queja puramente literaria, a decir verdad.
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