Pena máxima para España en la final del Europeo sub-21

Abel Ruiz falla un penalti en el añadido que impidió a la competitiva selección de Santi Denia forzar la prórroga ante la potente Inglaterra, campeona sin encajar un gol

El portero de Inglaterra, James Trafford, en acción ante los españoles Sergio Camello y Abel Ruiz, este sábado en la final del Europeo sub-21.YURI KOCHETKOV (EFE)

Una España que no se resignó a la derrota vivió un drama encarnado en la figura de Abel Ruiz, el mejor del torneo. El capitán español arañó un penalti en los últimos segundos del añadido, cuando Inglaterra ya festejaba el título que les otorgaba el tanto de Palmer. El mismo Abel Ruiz lo ejecutó, pero Trafford le adivinó la trayectoria. Ni Aimar Oroz ni Camello lograron embocar los dos rechazos francos que recogieron. P...

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Una España que no se resignó a la derrota vivió un drama encarnado en la figura de Abel Ruiz, el mejor del torneo. El capitán español arañó un penalti en los últimos segundos del añadido, cuando Inglaterra ya festejaba el título que les otorgaba el tanto de Palmer. El mismo Abel Ruiz lo ejecutó, pero Trafford le adivinó la trayectoria. Ni Aimar Oroz ni Camello lograron embocar los dos rechazos francos que recogieron. Pena máxima la de España para una generación de futbolistas que se marcha con el billete para los Juegos Olímpicos de París, pero con la desazón de no haberse coronado campeona de Europa sub-21 y de no haber aprovechado ese penalti para forzar la prórroga. El meta inglés, que pertenece al Manchester City, justificó que se pueda decir que Inglaterra ganó este europeo gracias a sus intervenciones. Deja su portería impoluta, sin un tanto que reprocharse.

Combatió La Rojita contra otra camada inglesa excelente, que se marcha sin haber encajado un tanto en el torneo. Compitió primero un partido trabado y después se empleó con un fútbol con más entrañas que finura para tratar de igualar el gol encajado al borde del descanso. Un anticipo del infortunio final: entró tras golpear en la barrera la falta ejecutada por el fino zurdo Palmer.

La final arrancó estrecha. Con dos selecciones que se temían tanto como se conocían. Ambas con el empeño de atrofiar a la otra el manejo de la pelota con fútbol pizarrero. Todo medido en defensa, casi todo impreciso a la hora de dibujar un ataque claro. Ese paisaje solo daba para fogonazos. Y fue Inglaterra la que se soltó primero. Gordon, extremo diestro del Newcastle que juega a pierna cambiada, hizo una diagonal y puso a prueba a Arnau Tenas con una curva rasa. El propio Gordon aprovechó un pase filtrado de Palmer para romper la espalda de la defensa española. A su centro atrás le faltó medio pie a Gibbs-White para empujarlo a puerta vacía.

Los dos chispazos ingleses avisparon a España, que decidió meter el colmillo más arriba. Creció a partir de Antonio Blanco. El mediocentro madridista se agigantó en las recuperaciones y a partir de él la pelota empezó a ser de La Rojita. Una posesión poco punzante, solo dañina tras recuperaciones en campo contrario que necesitaban de poca elaboración. Alex Baena dibujó una buena parábola que se fue por un par de palmos y a Paredes le faltó finura para dirigir un buen cabezazo tras un córner.

En el gobierno del partido que ejercían los futbolistas de Santi Denia chirriaba la ausencia de actividad de Abel Ruiz. No había conexión con su fútbol expansivo que tanto ha generado durante el torneo. Su ausencia de protagonismo era un síntoma evidente de que España no fluía como quería. Tampoco aparecían Rodri, muy de más a menos en el campeonato, el fiable Sancet y la conexión zurda Miranda-Sergio Gómez. En el lado inglés, tras el comienzo rutilante de Gordon, también se echaban de menos las virguerías de Gibbs-White y Smith-Rowe. Desde la pizarra, el objetivo de reducir las virtudes del contrario fue intachable por parte de los dos seleccionadores.

Abundaban los tramos de exceso de tacticismo y faltas tobilleras para cortocircuitar juego que obligaron al colegiado a tirar del tarjetero. A Baena le subieron las revoluciones un par de veces después de haber visto ya una amarilla.

Subido de temperatura el partido, en el tramo final del primer acto se abrió. España amenazó con un par de ataques rápidos sin precisión en el último pase. A la carrera, los ingleses también se desplegaban afilados. De una contra sacaron una falta lateral. El central Colwill estampó contra la hierba un martillazo de cabeza picado que elevó el bote de la pelota hasta la cruceta. Y de otra falta nacida en una transición llegó el tanto inglés. El zurdo Palmer ejecutó el libre directo y se coló por el palo contrario que defendía Arnau Tenas. Un bofetón porque restaban segundos para llegar al intermedio. La celebración de Palmer destapó los piques de otras batallas como la final del Europeo sub-17 en el que se impuso España y la final del Mundial de la misma categoría, disputada meses después, ganada por Inglaterra.

Con ese gol en contra de dura digestión, España regresó al campo decidida y atrevida. Dispuesta a asumir los riesgos de ofrecer metros de hierba a Gordon y a Gibbs-White. Acorralaron los futbolistas de Santi Denia a Inglaterra. La sitiaron y la agobiaron. Abel Ruiz, que empezó a ejercer de nueve y medio, en una falta lateral conectó un cabezazo limpio que dobló las manos de Trafford. El VAR decretó que su hombro estaba adelantado cuando Miranda sacó el centro. La FIFA estudia un nuevo fuera de juego que dé por buenos este tipo de goles en los que uno o dos centímetros no pueden significar ventaja alguna para el rematador adelantado. Veremos si el remedio no es peor que la enfermedad.

La apuesta de Santi Denia se redobló con sus primeros cambios: quitó a los desdibujados interiores, Sancet y Alex Baena, y metió a Gabri Veiga y Aimar Oroz. También fue relegado Rodri, muy apagado, por Barrenetxea. A centro de Sergio Gómez, Abel Ruiz rozó el empate con un testarazo que silbó el palo. Otro remate alto suyo y otro al lateral de la red ratificaron que no era su día, ni el de España.

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