Jasper Philipsen consigue en Burdeos su tercer triunfo en este Tour de Francia
El belga gana la séptima etapa al ‘sprint’ y Vingegaard se mantiene de amarillo con 25 segundos de ventaja sobre Pogacar
Casi 30 años después de su muerte, 50 años después de ganar un Tour, en Mont de Marsan, la ciudad de Gascuña en la que se hizo ciclista, bautizan un velódromo con el nombre de Luis Ocaña, y el jefe del Tour, Christian Prudhomme, un sentimental en el fondo, agarra el micrófono y habla de sus raíces, de su niñez, esto es, y de cómo los ídolos de niño son los ídolos de siempre, y Ocaña, claro, qué niñez. A Ocaña le hicieron un monumento en Priego, su pueblo, en el que los jóvenes hace años afinaban su puntería con las carabinas, buen blanco, y en Cuenca le pusieron su nombre a una calle y dijo qu...
Casi 30 años después de su muerte, 50 años después de ganar un Tour, en Mont de Marsan, la ciudad de Gascuña en la que se hizo ciclista, bautizan un velódromo con el nombre de Luis Ocaña, y el jefe del Tour, Christian Prudhomme, un sentimental en el fondo, agarra el micrófono y habla de sus raíces, de su niñez, esto es, y de cómo los ídolos de niño son los ídolos de siempre, y Ocaña, claro, qué niñez. A Ocaña le hicieron un monumento en Priego, su pueblo, en el que los jóvenes hace años afinaban su puntería con las carabinas, buen blanco, y en Cuenca le pusieron su nombre a una calle y dijo que eso no valía para nada, que poner un nombre salía gratis, pero que con eso no se comía. La gloria es una palabra esquiva, un concepto escurridizo, como la memoria, hueco, y la busca también, sin saber qué le dará a cambio de su porfía, Mark Cavendish que sale de Mont de Marsan con todos y por las desesperantes llanuras de las Landas que hierven entre los pinos de repoblación y las dunas llega a Burdeos, donde el Garona no traza una curva de ballesta como el padre Duero en Soria sino, esto es Francia, aunque el río nazca en el Valle de Arán de la infancia helada de Ocaña, un croissant, como con delectación pronuncia el locutor de la televisión francesa, pelín aburrido de decir nombres de ciclistas que no le dicen nada, y de sopetón incluye a Montaigne y Montesquieu en su relato hablado.
Cavendish, que busca su 35ª victoria en el Tour para borrar las 34 de Merckx en la orilla del Garona, la cátedra del sprint, y no la encuentra. Se la birlan delante de sus narices, tan afinadas, la pareja imbatible, el dúo mágico Mathieu van der Poel- Jasper Philipsen ; un lanzador atómico, un sprinter final, 100 metros de fuego, sin miedo, que remonta a Cavendish, iluso. Los últimos cinco sprints masivos por la victoria disputados en el Tour, los dos últimos de 2022, los tres primeros de 2023, los ha ganado el belga nuclear, de 25 años, y amigo de irse de vacaciones de Tadej Pogacar, con el que coincidió en su paso por el UAE, y que reirá, seguramente el chiste de Pogacar cuando le preguntaron qué significaba haber ganado ya 10 etapas del Tour a los 24 años. “Que se prepare Cavendish”, se rio. “Que voy a por él”.
A la capital aquitana ya ha llegado el Tour 81 veces, y en ella los mejores de su generación, ídolos eternos de tantos niños aún, se han doctorado como grandes del sprint, Marino Basso, Rik van Looy, Walter Godefroot, Eric Vanderaerden, Darrigade, Planckaert, Steels, Zabel, Van Poppel, Abduyapárov, Moncassin, Freuler, Karstens, y también Cavendish, que lo hizo en 2010, en la antigüedad casi, la penúltima vez que el Tour llegó a Burdeos, donde, en 2013, le ha dado toga y birrete a Philipsen, y una pizca al nieto de Poulidor, que se acerca a su pueblo, Saint Léonard de Noblat, a dos días solo ya, y el Puy de Dôme al final de la carretera.
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