¿Quién manda aquí?
En un mundo en el que nadie quiere ya tomar decisiones, no sea que el juguete se rompa y no sepan volver a montarlo, el poder será cosa de tres o cuatro
Florentino Pérez pasa por detrás del alcalde de Madrid -esa ciudad que lleva el nombre de su equipo, como habría dicho Josep Lluís Núñez- y le suelta una sonora colleja. Ahí la llevas. El primer edil duda una milésima de segundo si revolverse contra el agresor. Pero un instinto de supervivencia recóndito le recuerda que no conviene. “Vaya collejita me ha dado el pre...
Florentino Pérez pasa por detrás del alcalde de Madrid -esa ciudad que lleva el nombre de su equipo, como habría dicho Josep Lluís Núñez- y le suelta una sonora colleja. Ahí la llevas. El primer edil duda una milésima de segundo si revolverse contra el agresor. Pero un instinto de supervivencia recóndito le recuerda que no conviene. “Vaya collejita me ha dado el presidente. Agresión, agresión, pido VAR”, bromea Almeida, abriendo la puerta a que cualquiera le suelte una toba y él se vea obligado a recurrir al humor para siempre. Han salido otros vídeos de Florentino estupendos esta semana. El de la celebración de la 14ª, donde la plantilla le habla con un respeto reverencial y Militão entra en éxtasis cuando se dirige a él. O cuando le suelta a Vinicius en el vestuario: “¿Sabes lo que tienes que hacer, ¿no?”. Y el jugador responde ingenuamente, como si no jugase en el Real Madrid: “Ganar”. “Quitarte el pendiente”, le corta el presi.
El jefe del Real Madrid pertenece a esa especie en extinción de gente que manda y disfruta haciéndolo. Y que le vacila a sus empleados. Porque el poder también es eso, como mostró siempre Silvio Berlusconi (a menudo en el vestuario de AC Milan, con bromas algo más subidas de tono). Un tipo de persona, como se dice en Italia, con acceso a la habitación de los botones: el lugar donde se decide todo. O mejor aún, que tiene ahí un sillón aterciopelado con su nombre de forma vitalicia. Y lo curioso es que antes todo el mundo quería uno. Había bofetadas, por traerlo a estas páginas, para tirar el penalti decisivo. Y visto con perspectiva, se agradecía. Porque ahora es imposible saber ya quién demonios manda.
La sensación es que vamos aplazando decisiones, como si nadie quisiera tocar el aparato, no fuera que se rompiese y no supiésemos volver a montarlo. ¿Quién manda en el fútbol? ¿La UEFA? ¿La FIFA? ¿Los clubes? ¿Florentino, también? Es muy difícil saberlo. ¿Y en España? Y en el PP, ¿manda Feijoo realmente? ¿Y en Europa? No dirán que es Ursula von der Leyen, ¿no? Ya no hay poder absoluto al que agarrarse. Ni siquiera certidumbres. Y después de la que están montando China y Rusia, ya no está claro ni siquiera que los EE UU dirijan el mundo. Es difícil imaginar a Joe Biden pasando por detrás de Pedro Sánchez pegándole una colleja sin un amago, al menos, de devolvérsela.
Mandar es hoy en día un engorro. Y un coñazo. La idea generalizada es que todo se va a la mierda: tu empresa, la ciudad, el país, Europa y el mundo entero con el cambio climático. Duraremos más bien poco. De modo que toca alargar la agonía. Ponerse a dirigir algo parece el tipo de trabajo que podría hacer cualquiera. Menos el que manda.
Trabajar cansa, proclamó Cesare Pavese a los 42 años, justo antes de vaciarse en el estómago un bote de somníferos. Y además puede que sea cada vez más absurdo. La inteligencia artificial ocupará nuestros empleos y nosotros, creadores absolutos de esa nueva existencia, podremos sentarnos a descansar en una especie de domingo perpetuo que nos proporcionará algún tipo de renta universal. Descansar. Y ver el partido de turno. Nos lo merecemos. Pero esa es solo la predicción más optimista. La otra, más plausible, es que seremos asesinados por las máquinas. O, en la mejor de las hipótesis, pasarán por detrás y nos darán una colleja. Como si fueran Florentino Pérez.
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