Sin redes y en paz, la receta de Carlos Alcaraz
Antes del choque con Djokovic en las semifinales, el entorno del número uno cuenta su día a día en París, entre paseos, parchís, cine y la ambición de fondo
En la pista 2 del complejo de Roland Garros no cabe un alfiler. Bajo el sol, una estampa novedosa, la de Carlos Alcaraz peloteando bajo el sofocante sol que embellece todavía más París. “La verdad es que es increíble. Llevamos muchos años viniendo aquí y nunca había hecho tan buen tiempo”, cuenta el padre del número uno, también Carlos, un amante del tenis que inculcó a sus cuatro hijos –Álvaro (22 años), el tenista (20), Sergio (12) y Jaime (10)– su pasión por el deporte que ahora domina uno de ellos. Es Ca...
En la pista 2 del complejo de Roland Garros no cabe un alfiler. Bajo el sol, una estampa novedosa, la de Carlos Alcaraz peloteando bajo el sofocante sol que embellece todavía más París. “La verdad es que es increíble. Llevamos muchos años viniendo aquí y nunca había hecho tan buen tiempo”, cuenta el padre del número uno, también Carlos, un amante del tenis que inculcó a sus cuatro hijos –Álvaro (22 años), el tenista (20), Sergio (12) y Jaime (10)– su pasión por el deporte que ahora domina uno de ellos. Es Carlitos “el inabordable”, le define el diario L’Èquipe, el imbatible, el competidor que trae a todos sus rivales de cabeza y que después de unos cuantos días recluido en el hotel para mantener la carrocería a punto, ha optado por regresar a la pista, que le cuesta abandonar 20 minutos porque atiende a todas las peticiones que puede. A uno y otro costado, la afición le jalea.
“Es que es muy buen chico, muy normal. Lo entiende y lo disfruta”, transmite con marcado acento murciano su abuelo, también Carlos, como su hijo y el nieto, las tres ces: “Cabeza, corazón y cojones”. El lema que grabó a fuego en la mente de Alcaraz y que este se tatuó en el antebrazo en diciembre, cuando el joven rey del circuito planeaba el gran golpe que quiere asestar este año. No está demasiado lejos, o sí en realidad. A dos triunfos. Primero, mañana, el inmenso Djokovic, y después ya se verá.
“Nos esperamos al Nole más fino, tiene todas las cartas. Sabemos que siempre va de menos a más, y al final está fino; Carlos lucha por su segunda final de un Grand Slam y él por la historia, son objetivos diferentes”, previene su preparador, Juan Carlos Ferrero, en la sala de conferencias, antes del encuentro con los familiares del chico al que se dirigen todos los ojos. “Estos dos días trataremos de que esté tranquilo y fresco de cabeza”, incide el técnico, quien en su momento, agosto de 2018, rechazó varias propuestas de jugadores de primera línea y aceptó la de un adolescente tirillas que le pegaba a la bola como los ángeles y que no paraba de sonreír.
Alcaraz tenía 15 añitos, seguía llamando la atención de los expertos y él y los suyos soñaban con París. “La primera vez que vinimos, Carlitos no tenía ni cinco años. Llevamos 15 viniendo aquí, porque nos encanta y es nuestro torneo preferido”, prosigue el abuelo, que define a Ferrero como “un tipo recto, el mejor entrenador posible”. Cuenta el hombre que entonces, a Alcaraz ya se le ponían los ojos vidriosos cuando vivía el ambiente y los partidos, y que ahora lógicamente todo ha cambiado. Aquel niño feliz no puede dar hoy ni dos pasos sin que lo reconozcan ni lo reclamen para una foto o una firma, y debe pasear por la calle camuflado bajo una gorra y unas gafas para que no lo identifiquen y pueda disfrutar de algo de normalidad.
Tenis, mucho tenis
“Aquí todavía cuela, pero en España es misión imposible”, tercia el padre, que heredó el entusiasmo de su progenitor por el tenis y también la dirección del Club de Tenis El Palmar, el origen de todo. Allí empezó la gran aventura hacia la cima, el éxito y la fama. Alcaraz, “el efecto Tiger Woods”, comentaba estos días el sueco Mats Wilander, “porque la gente quiere ser parte del tenis gracias a él, como Tiger lo hizo en su día con el golf”. La locura, hasta el punto de que en una de las cenas del año pasado en el US Open, donde ascendió por primera vez a la cúspide de la forma más precoz de la historia, uno de los camareros tuvo que hacer de guardia de seguridad y cerrar el paso a la sala para que la gente no se acercara para abordarle.
Transmite su entorno que más allá de la competición, Alcaraz trata estos días de abstraerse viendo películas junto a su madre Virginia; nada de videoconsolas y la mínima atención posible a las redes sociales, fuente de distracción y de pérdida de energía porque en su momento, el tenista invertía más tiempo del recomendable. Ahora mismo, por su cabeza transita una sola idea, la de coronarse en Roland Garros, por donde sus familiares deambulan de un lado a otro para ver el máximo número de partidos posible. Llama ahora su atención ahora un júnior, el estadounidense Darwin Blanch, de 15 años y que se entrena a lo largo del año en la academia de Ferrero, en Villena, Alicante.
“Es buenísimo, está haciéndolo muy bien por aquí”, se remarca durante la conversación. En todo caso, nadie como él, el rompedor Alcaraz. “Cuando ganó en Miami [en marzo del curso pasado, su primer Masters 1000 de los cuatro que ya posee], yo estaba allí con él”, agrega el abuelo, que si puede no se pierde una y que elogia en la descripción a un competidor que no se pone nervioso, virtuoso, disfrutón como ninguno; confía al cien por cien en su nieto –cuartofinalista hace un años en París, rendido por el alemán Alexander Zverev– de cara al duelo de titanes con Djokovic. “El favorito es él. Allá donde compita, el favorito es él”, despeja astutamente el protagonista. Todo cuenta. La semifinal se juega desde ya.
Hospedado cerca de la Torre Eiffel, en el mismo hotel que frecuentaba Rafael Nadal hasta hace tres años, el murciano intenta encontrar el equilibrio adecuado entre paseos, parchís y tranquilidad, junto a los suyos. Mientras tanto, la cuenta atrás para el choque que puede marcar un punto de inflexión en la historia del tenis va agotándose. “Debemos creer en él, pero adelantarnos al futuro sería un error para todos, para nosotros y para vosotros [los periodistas]. Vamos paso a paso”, rebaja Ferrero, ponderado y ambicioso a la vez; “Carlos cree en sí mismo, y eso es lo más importante. Cada año va mejorando y esto le hará madurar más. Gane o pierda”.
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