Lucas Torró, la astilla blanca que amenazó al Madrid

El pivote de Osasuna, canterano de Valdebebas con el que el club merengue sacó una pequeña tajada económica, suelta el latigazo del empate en plena crecida rojilla

Lucas Torró, en pelea por el balón con Kroos.JAVIER SORIANO (AFP)

Para David García, el primer rojillo convocado con la selección española en 12 años, lo que este sábado desembarcó en Sevilla no era un equipo, ni siquiera una ciudad, sino un pueblo llamado por la historia: lograr el primer título de Osasuna. “Como buenos navarros, no le tenemos miedo a nada ni a nadie que se nos ponga por delante”, proclamó el capitán navarro, inflamado por el acontecimiento y la marabunta sanferminera que cruzó la península de arriba abajo y que durante...

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Para David García, el primer rojillo convocado con la selección española en 12 años, lo que este sábado desembarcó en Sevilla no era un equipo, ni siquiera una ciudad, sino un pueblo llamado por la historia: lograr el primer título de Osasuna. “Como buenos navarros, no le tenemos miedo a nada ni a nadie que se nos ponga por delante”, proclamó el capitán navarro, inflamado por el acontecimiento y la marabunta sanferminera que cruzó la península de arriba abajo y que durante gran parte del fin de semana hizo dudar si en la capital andaluza se iba a jugar una final de Copa o se había adelantado el chupinazo. Quizás, porque para ese pueblo al que apelaba David García, toda cita festiva termina resumiéndose en calle, cerveza y Riau-Riau, la marcha que abrió la noche en la grada navarra, que previamente había pitado el himno de España de forma mayoritaria.

Cuando Osasuna anunció hace un año y medio la renovación kilométrica del canterano Jon Moncayola (hasta 2031), también apeló a la “resistencia” de la afición: “Vamos a plantar cara. Vamos a luchar por aquello que es nuestro y esta vez vamos a disfrutar a lo grande”. La noche sevillana del centrocampista, ubicado esta vez como lateral derecho, arrancó, sin embargo, con una buena dosis de padecimiento. En esa orilla le esperaba la centrifugadora de Vinicius, que nunca falta a su cita de estar en todo, regates y refriegas. De lo primero dejó constancia ya antes del minuto dos, cuando mandó a Moncayola a la lona y cocinó el 1-0 de Rodrygo. Lo segundo tampoco tardó en aparecer.

Torró celebra su gol con el banquillo de Osasuna.Alejandro Ruesga Sanchez

El sufrimiento resultó continuo durante toda la primera parte para el chaval del valle de la Valdorba, a 20 minutos de Pamplona, así que en el intermedio hubo que llamar de nuevo a la resistencia del pueblo. “Esta afición jamás se da por vencida”, sonó por megafonía en la pausa, a la que habían llegado con la corta ventaja del Madrid como mejor bálsamo.

A eso se agarraron y, a partir de ahí, encontraron una rendija por la que agobiar a su rival. Un día antes de la final, Osasuna arrancó su entrenamiento con un ejercicio tan rústico como provechoso. Bajaban los delanteros a recibir, descargaban a una banda y atacaban el centro lateral. Para eso, por ejemplo, salió Budimir de inicio, pese a los raquíticos cuatro goles que había anotado esta temporada. Ese fue el menú casi único del equipo rojillo durante casi toda la noche, salvo la que tuvo Abde en la primera parte por otra concesión de Militão. Y de esa ráfaga de centros surgió la otra parte del plan: las segundas jugadas. El balón le cayó a Lucas Torró en la frontal, que la afinó abajo con un disparo potente y ajustado. La locura en el fondo rojillo, que acabó tirando abajo una de las vallas en la celebración mientras al goleador le faltó estadio para correr, poseído por el acierto. “Tenemos que estar orgullosos. Hemos competido hasta el final, lo hemos hecho por nuestra gente. Ese gol al principio nos ha condicionado mucho, pero no hemos bajado los brazos. Es muy especial jugar una final de Copa ante el Madrid”, comentó al final de la noche.

Lucas Torró es un buen ejemplo de futbolista acunado en Valdebebas con el que el Madrid hizo caja. Ya había jugado en Osasuna en la campaña 2017-18, adonde llegó del Castilla (nunca debutó con el primer equipo) y, al verano siguiente, el club blanco realizó una de sus clásicas operaciones de caja registradora con los muchachos de la ciudad deportiva: lo compró por 1,75 millones y, a los cuatro días, lo vendió por 3,5 al Eintracht. No fue mucha ganancia, pero en la casa merengue aprendieron hace tiempo que grano a grano también se puede hacer mucho granero. Escasean los pipiolos que se asientan en el vestuario del Bernabéu, pero abundan los casos como el de Torró.

La aventura alemana, sin embargo, fue un suplicio físico para el alicantino, que apenas tuvo pista por las lesiones. Así que en 2020, Osasuna, club de certezas y escasas aventuras cuando enfoca bien el plan, lo repescó por dos millones y, desde entonces, Arrasate convirtió en un fijo a este pivote corpachón de 1,90. Este sábado, la astilla blanca ejerció su mando en el centro y amenazó al Madrid durante un rato, hasta que Rodrygo frenó en seco la crecida.

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