Juegan las chicas, cemento en las gradas
Pese al desfile de la número uno y a que el cuadro sea de campanillas, el torneo femenino ha quedado ensombrecido. Swiatek-Sabalenka, la final del sábado
Sucede con frecuencia, demasiada recurrencia. No escapan al vacío las semifinales disputadas este jueves, cuando tanto al mediodía como a la noche predominó el cemento en la grada. Mucho asiento vacío y mucho plástico, poco aficionado. Pero no es una excepción. Ocurre ahora en Madrid, donde cada vez que intervienen las tenistas los graderíos van despoblándose. Un tercio del aforo, si no menos. Poco importa que la número uno del circuito, la polaca Iga Swiatek, ...
Sucede con frecuencia, demasiada recurrencia. No escapan al vacío las semifinales disputadas este jueves, cuando tanto al mediodía como a la noche predominó el cemento en la grada. Mucho asiento vacío y mucho plástico, poco aficionado. Pero no es una excepción. Ocurre ahora en Madrid, donde cada vez que intervienen las tenistas los graderíos van despoblándose. Un tercio del aforo, si no menos. Poco importa que la número uno del circuito, la polaca Iga Swiatek, despliegue ese juego tan corrosivo y tan acorazado que, de mantener la línea, tal vez pueda guiarle hacia el territorio de aquellas jugadoras que han conseguido dejar huella en el tenis.
Ofrecía el cartel femenino de esta edición un cuadro de campanillas –presentes todas las top-10, excepto la tunecina Ons Jabeur–, pero hasta ahora no ha enganchado al seguidor madrileño, que en cambio copa las tribunas cada vez que interviene Carlos Alcaraz. El murciano, no hay duda, es el gran gancho de la presente edición; la competición transcurre al compás de sus golpes y sus carreras, mientras que pierde poder de atracción cuando las representantes de la WTA pisan la arena de la pista central. El papel está prácticamente vendido, pero tanto en el primer turno (Sabalenka-Sakkari) como por la noche (Swiatek-Kudermetova) se volvió a repetir la escena que ha predominado a lo largo de estas dos semanas de acción.
A excepción de Paula Badosa, reclamo principal para los visitantes hasta su eliminación, el resto de las tenistas observan resignadas lo que contemplan a su alrededor: demasiado silencio, sonido hueco. Y es que no hay, de momento, una jugadora que consiga heredar el testigo mediático de Serena Williams o el de otras figuras. Ahí está Swiatek, que aceptó con decisión el reto de llenar el vacío dejado hace poco más de un año por la formidable australiana Ashleigh Barty. Su juego no es tan seductor, pero a sus 21 años ya posee tres grandes –los mismos que la oceánica– y otros diez trofeos; es decir, tiene todos los números (y la mentalidad) para reservarse un hueco en la historia.
Antes de que el Masters empezase a rodar, la de Varsovia (doble 6-1 a Veronika Kudermetova) expresó a su llegada a Madrid su lamento por la desigualdad existente entre hombres y mujeres. “El tenis es uno de los deportes en los que más equilibrio hay, pero es evidente que todavía queda mucho trabajo por hacer”, apuntó refiriéndose a los premios concedidos por los torneos. “Todos los tenistas hacemos el mismo trabajo”, defendió, “pero mucha gente piensa que el tenis masculino es más atractivo es más atractivo de ver porque es más físico y son más fuertes. Atacan al circuito femenino por la inconsistencia, o diciendo que las mujeres somos más emocionales, pero ahora mismo diría que nuestro circuito es más consistente que el de los hombres, aun siendo el juego diferente”.
No ayuda en exceso el celo de la WTA, que limita la exposición de las jugadoras –no se han concedido entrevistas personales– ante el temor de que alguna pueda desmarcarse con algún comentario fuera de tono sobre la guerra en Ucrania. Se vigila a la número dos, Sabalenka, y a las numerosas representantes de Rusia y Bielorrusia (12) que lucen entre las 100 mejores, al margen de las ucranianas. Tiene carisma la defensora del título –6-4 y 6-1 a Sakkari– y campeona este año en el Open de Australia, pero algo falla: el sistema, la proyección, “la cultura deportiva” a la que se refería hace unos días en este periódico el director del torneo, Feliciano López.
Mientras se dirimía quién iba a ser la segunda finalista, las mesas de las terrazas que envuelven la central estaban llenas de aficionados que apuraban las últimas cenas o un refresco, ajenos a lo que sucedía en el interior. Dentro, las cinco filas de palcos que rodean a la pista apenas tenían inquilinos. El partido se cerró cuando se había superado ya la medianoche y la necesidad de trasnochar, independientemente de géneros, tampoco contribuye a que la atmósfera sea más cálida.
“Es una gran noticia que estemos siendo tan consistentes”, afirmó Sabalenka, que además de haber ganado en enero en Melbourne ha disputado otras dos finales, las de Indian Wells y Stuttgart; en esta última, precisamente, cayó frente a Swiatek, que domina por 5-2 en los cruces entre ambas y que al premio logrado en Alemania le añade este año el de Doha, además de la final de Dubái. Será un pulso de poder a poder. Desde que lograra su primera victoria contra una top-10, en 2018, la bielorrusa ha firmado un total de 25, por las 24 de la polaca.
Sabalenka y Swiatek se medirán en la final (no antes de las 18.30), ofreciendo a Madrid una última oportunidad de subirse al espectáculo: la uno contra la dos, el mejor duelo posible en la definición del torneo. Lo garantiza hoy la presencia de Carlos Alcaraz, citado con Borna Coric (no antes de las 16.00, Movistar y Teledeporte). Desapareció del mapa el chino Zhizhen Zhang (7-6(3) y 6-4 para Aslan Karatsev) y dio la campanada el alemán Jan-Lennard Struff, verdugo nocturno de Stefanos Tsitsipas (7-6(5), 5-7 y 6-3).
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