No es La Caja Mágica, es La Bombonera
Medvedev se engancha con la grada, que la noche previa se había excedido durante el Davidovich-Rune y que en ocasiones olvida el pulcro protocolo del tenis
Daniil Medvedev se echa la mano a la oreja, en su salsa porque si algo le gusta al ruso es la refriega deportiva y el jaleo ambiental, y en ese instante, como ha ido sucediendo a lo largo de todo el partido contra el joven Alexander Shevchenko, escucha música celestial para sus oídos. La grada de la central de Madrid le abuchea y le silba sin parar, en parte porque el tenista corresponde y en otros momentos porque sencillamente le quiere descentrar. El público va con el chico, el débil, y cualquier instante es bueno para tratar de desestabilizar al gigantón, que vence (6-4, 6-1 y 7-5) y lo ent...
Daniil Medvedev se echa la mano a la oreja, en su salsa porque si algo le gusta al ruso es la refriega deportiva y el jaleo ambiental, y en ese instante, como ha ido sucediendo a lo largo de todo el partido contra el joven Alexander Shevchenko, escucha música celestial para sus oídos. La grada de la central de Madrid le abuchea y le silba sin parar, en parte porque el tenista corresponde y en otros momentos porque sencillamente le quiere descentrar. El público va con el chico, el débil, y cualquier instante es bueno para tratar de desestabilizar al gigantón, que vence (6-4, 6-1 y 7-5) y lo entiende, pero hasta cierto punto. Madrid y Medvedev, Medvedev y Madrid, dos viejos conocidos.
No es la primera vez que se produce el desencuentro. Hace dos años, cuando Rusia se coronó en la Copa Davis celebrada en el Arena la Casa de Campo, los aficionados increparon una y otra vez al de Moscú, que no se achanta sino que entra al trapo con todo. Entonces se revolvió: Madrid, aquí estoy yo. Y lo hizo de nuevo ayer, cuando la hostilidad traspasó algunas fronteras que no se deben traspasar en un deporte reconocido tradicionalmente por su pulcritud, en lo que a formas se refiere. Entre punto y punto, también a la hora de servir, Medvedev tuvo que gestionar gritos, voces y chiflidos a destiempo, como la noche previa le tocó hacerlo al danés Holger Rune –que tampoco ayuda con su comportamiento– y unos días antes al estadounidense Mackenzie McDonald, entorpecido por el ambiente cuando se medía con el valenciano Bernabé Zapata.
“Golpeé con mi raqueta porque estaba decepcionado por algunos errores, así que empezaron a abuchear”, introdujo el número tres del mundo. “En ese instante quizá lo merecía, pero después pedí una revisión [del videoarbitraje] y volvieron a pitarme. ¿Qué quieren, que no lo haga, que no reclame? Quizá sucede por la emoción, pero en cuanto pasa algo, ellos empiezan a pitarte sin ni siquiera saber qué está pasando... Yo lo he experimentado y Novak [Djokovic] también, muchos jugadores”, transmitió el tenista, que quiso referirse también a lo sucedido la madrugada anterior, cuando Davidovich redujo a Rune en un clima muy tenso, alimentado por los dos jugadores y también por los aficionados de la Caja Mágica, donde en no pocas ocasiones se respira una atmósfera más propia del fútbol que del tenis.
”Vi el partido sin sonido, porque mi hija estaba durmiendo en la habitación de al lado, pero hay que tener en cuenta cuándo lo mereces y cuándo no. No creo que Rune hiciera nada ayer, así que es decepcionante”, expuso, sin saber que la realización televisiva no había captado el momento en el que el nórdico borró la marca que había dejado la bola en el servicio que desató la polémica. “Gracias a ese gesto, la gente se ha venido mucho más conmigo”, argumentó el malagueño Davidovich.
“Dejen jugar a los tenistas”
Pero más allá de la fea acción del danés, el ruido y las improcedentes interrupciones que intentaban descentrar a Rune obligaron al juez de silla, Carlos Bernardes, a poner orden varias veces. “En 20 años, no he visto un comportamiento así”, lamentó por la megafonía el árbitro brasileño. “Es la una de la madrugada y todos nos queremos ir a dormir; por favor, dejen jugar a los tenistas”, solicitó en otro mensaje.
El Masters de tenis desembarcó en Madrid en 2002 y durante estas dos décadas la ciudad ha ido metabolizándolo. Sin embargo, la tradición y los códigos sacros interiorizados en los clubes no han terminado de asentarse del todo en la central del barrio de San Fermín. El silencio sepulcral que predomina en la mayoría de los escenarios –excepto el US Open, que transcurre bajo los parámetros de un show– contrasta con los decibelios a los que acostumbra la Caja Mágica, convertida en ocasiones en una Bombonera –el alborotador estadio del Boca Juniors argentino– que se excede a la hora de apoyar a los suyos.
“Se ha hablado mucho sobre el mal comportamiento entre los aficionados españoles de anoche. Ayer [por el domingo], el público no entendió qué estaba sucediendo [en referencia al episodio protagonizado por él y Davidovich]”, transmitió Rune a través de sus redes sociales. “No puedes revocar una decisión electrónica [como demandaba el español]. Y le llevó al árbitro y al supervisor mucho tiempo explicárselo a mi rival. Y no se molestaron en comunicárselo a la grada. La próxima vez, me echaré una siesta mientras discuten. Pero, personalmente, no tengo nada en contra de los españoles. Espero volver a Madrid”, agregó el danés, consumido por la incandescente caldera madrileña.
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