El Nápoles manda al garete la fiesta del siglo

El club partenopeo se deja empatar en casa y en el minuto 86 contra la Salernitana y desaprovecha la primera oportunidad de festejar un título de liga 33 años después del último

Aficionados del Nápoles después del gol del empate de la Salernitana, en el estadio Diego Armando Maradona este domingo.Matteo Ciambelli (Getty Images)
Nápoles -

Una de las leyes fundamentales de la física doméstica lleva una vida tratando de resolver cómo meter la pasta de dientes otra vez en el tubo original. Y es la misma pregunta que se hizo este domingo toda una afición que llevaba 33 años y un día esperando una erupción histórica que, a seis minutos de producirse, quedó truncada por el golazo del senegalés de la Salernitana —exdelantero del Villarreal— Boulaye Dia.

“¡Ha sido la mano de Dia!”, gritaban los aficionados de Sa...

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Una de las leyes fundamentales de la física doméstica lleva una vida tratando de resolver cómo meter la pasta de dientes otra vez en el tubo original. Y es la misma pregunta que se hizo este domingo toda una afición que llevaba 33 años y un día esperando una erupción histórica que, a seis minutos de producirse, quedó truncada por el golazo del senegalés de la Salernitana —exdelantero del Villarreal— Boulaye Dia.

“¡Ha sido la mano de Dia!”, gritaban los aficionados de Salerno, el único municipio digno de enfrentarse al Napoli bajo el cartel de “derbi” y de arrebatarle en el último suspiro un fiestón que llevaba meses preparando. Una celebración, con centenares de miles de personas ya en la calle, que tendrá que volver al tubo del dentífrico y esperar al próximo jueves, cuando el club partenopeo jugará contra el Udinese.

La jornada había empezado de maravilla para el Napoli. El escenario era perfecto. Tarde de locos y partido en casa contra un pequeño club campano ascendido hace dos temporadas: lo más parecido a un derbi. Pero el Nápoles dependía de la victoria del Inter en su estadio y ante la Lazio de Maurizio Sarri, tercer clasificado y viejo entrenador de los azzurri. De modo que toda la ciudad, desde los callejones de Forcella y Quartieri Spagnoli a las elegantes vías peatonales de Chiaia, se amorró al televisor a las 12.30 para animar a los milaneses y rezarle al santo de la aritmética, uno más a los 56 que tenía la ciudad antes de la Contrarreforma. Ningún napolitano protestó tanto jamás un gol anulado al Inter, como el que había marcado Mkhitaryan en el minuto 27. Ni un tanto de Lautaro Martínez en el 77, aunque fuera otro primo argentino. Nápoles era neroazzurra, una provincia lombarda. Porque luego tocaba afrontar el partido en el Diego Armando Maradona, que debía jugarse el sábado, y que la policía pidió retrasar hasta el domingo previendo la locura que podía desatarse ya si el equipo ganaba la noche anterior. Ganó el Inter 3-1. Y los tifosi entraron el estadio sabiendo ya que dependían de sí mismos. Mejor, imposible.

Nápoles, a excepción de Colonia, es la única ciudad europea de más de un millón de habitantes que no divide su amor en más de un equipo. Es Napoli o nada. Y la Salernitana es lo más parecido a esa guerra fratricida que encarna un derbi. Especialmente en Salerno, claro. El Nápoles dominó desde el comienzo, pero el gol de cabeza de Olivera no llegó hasta el minuto 66. Testarazo y locura en toda la ciudad, que tiñó de humo azul, bocinas y cánticos el ambiente presísmico. No había duda ya de lo que iba a suceder. Las crónicas estaban escritas —también esta—, y los adjetivos no bajaban del peldaño grandilocuente de legendario o histórico. Pero el fútbol, y especialmente el Nápoles, no acepta ideas preconcebidas ni cronistas vagos. Y en el minuto 86, Dia enmudeció a toda una ciudad. Y al equipo, capaz de tumbar este año a todos los gigantes de la Serie A, le comenzaron en ese momento a temblar las piernas.

Nápoles había preparado todo para la juerga del siglo. El alcalde y el prefecto pidieron trasladar el partido al domingo para que coincidiese con el Inter-Lazio. Por cuestiones de seguridad. Pero también festivas. Había pantallas gigantes, escenarios, barras en la calle, miles de fuegos artificiales y una pasión que desbordaba los bares y discotecas que engrasaban la caja registradora. La decepción fue gigante. Pero también recorría las calles un sentido pragmático del drama. “A mí me da igual. Hasta el jueves no pienso volver a casa”, advertía por la calle Salvatore Marzi, uno de los miles de aficionados que permanecerán en el purgatorio hasta que esta semana el Nápoles resuelva sus dudas existenciales ante el Udinese. Una jugada a tres bandas en la que, por culpa de este resultado, también entrará ahora la Juventus.

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