¿El último Messi del primer Barça?
No hay un jugador que pueda levantar más emocionalmente a un equipo que el argentino al Barcelona; y eso no lo puede hacer en París ni en ningún otro club
Si Leo Messi acaba su carrera en el Barcelona, el club donde empezó, no sólo cerraría de forma perfecta un círculo sino que habría la posibilidad de que el Barcelona abriese otro; si el joven Messi inauguró en 2004 el mejor Barça de siempre, el viejo Messi, un jugador de tal dimensión que se está despidiendo poco a poco de la élite regalándose una Copa del Mundo, podría trasformar...
Si Leo Messi acaba su carrera en el Barcelona, el club donde empezó, no sólo cerraría de forma perfecta un círculo sino que habría la posibilidad de que el Barcelona abriese otro; si el joven Messi inauguró en 2004 el mejor Barça de siempre, el viejo Messi, un jugador de tal dimensión que se está despidiendo poco a poco de la élite regalándose una Copa del Mundo, podría trasformar su devastador impacto en el campo en un ola emocional, nada comparado a marcar 90 goles en una temporada pero sí necesaria para armar al Barcelona de los nuevos canteranos. Un caudillaje, un liderazgo; saber que Messi está con ellos, en el campo y en el vestuario, y una ilusión más, no una ilusión cualquiera, en la grada. Para que esto ocurra, y una vez que el Barcelona decida o pueda afrontarlo, hay que saltar sobre el padre de Messi y sus ambiciones económicas; el único que puede saltar es Messi. A los que nos gustan los finales felices, incluso los finales felices en la barriada del adversario cuando sus historias han trascendido tanto, nos gustaría ver al último Messi reconciliándose con el primero: misma camiseta, mismo escudo, mismos rivales, mismo estadio. Otro Messi, claro: el problema de llamar Dios tanto tiempo a alguien es que corremos el riesgo de pensar que nunca envejecerá. Los silbidos de una parte de la afición del PSG son los silbidos de gente que esperaba ver en París al Messi de 25 años; gente que, cuando llega a casa y se mira al espejo, debe de sorprenderse de no ser la misma que hace diez.
Hay pocos diagnósticos mejores del Leo Messi actual que su partido ante el Niza este fin de semana. Sin la exuberancia física de antaño, sin el vértigo y el arranque, consiguió ser el jugador más decisivo del partido apoyándose en algo tan viejo y universal como el fútbol; si en este deporte un hombre bajito y con tendencia a engordar pudo ser el mejor jugador del planeta durante una década, ¿por qué no un hombre de 35 años, que lleva 17 en la élite, no va a seguir siendo el jugador más decisivo de un equipo en el que también juega Kylian Mbappé? La respuesta es sencilla y se dio hace cuatro meses: por la misma razón por la que Messi ganó la Copa del Mundo después de que Mbappé marcase tres goles en la final. Tiene que ver con aquello que se escapa a las leyes físicas del fútbol y se adentran en su territorio más oscuro en el que predominan intangibles. Messi sigue ejerciendo de Messi en el campo; sigue teniendo la atención de los rivales, sigue teniendo el favor de sus compañeros, y sobre todo sigue generando fútbol alrededor de donde juegue. Piensa más porque tiene menos velocidad en las piernas, y corren sus compañeros por él para que él les ponga el balón donde no se lo pone nadie; a veces dispara, a veces golea.
Su presencia en Barcelona, con un año más, obedece a razones que tienen que ver no sólo con la historia (la de Messi y la del Barcelona) sino con lo que el Barcelona quiere que sea su futuro, tanto en el campo como fuera de él. No hay un jugador que pueda levantar más emocionalmente a un equipo que Messi al Barcelona; y eso no lo puede hacer Messi en París ni en ningún otro club. Ese Messi sólo existe en Barcelona.
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