La receta de Ibon Navarro
Los jugadores del Unicaja destacan al técnico como el “artífice” del éxito y el entrenador agradece la “falta de egos”
“Cabeza, cabeza”, le pedían Barreiro e Ibon Navarro a Alberto Díaz, que asentía con confianza cuando al duelo le quedaban pocos suspiros. Y aunque la muñeca le falló, pues erró los dos tiros libres, a la siguiente jugada robó el balón y dio una asistencia a Osetkowski que valía oro porque ponía el 72-80 a falta de un minuto. Aplausos y abrazos en el banquillo del Unicaja, que encontraban en Alberto Díaz al mejor director de orquesta, al capitán perfecto. Quizá no el mejor anotador, pero sí un base que hace todo lo demás, intenso, pasador, inteligente, la extensión del banquillo en la cancha he...
“Cabeza, cabeza”, le pedían Barreiro e Ibon Navarro a Alberto Díaz, que asentía con confianza cuando al duelo le quedaban pocos suspiros. Y aunque la muñeca le falló, pues erró los dos tiros libres, a la siguiente jugada robó el balón y dio una asistencia a Osetkowski que valía oro porque ponía el 72-80 a falta de un minuto. Aplausos y abrazos en el banquillo del Unicaja, que encontraban en Alberto Díaz al mejor director de orquesta, al capitán perfecto. Quizá no el mejor anotador, pero sí un base que hace todo lo demás, intenso, pasador, inteligente, la extensión del banquillo en la cancha hecha persona, y el pegamento del equipo que juega los momentos decisivos, ya que Perry siempre había contado con más minutos en los duelos anteriores pero no cuando el triunfo estaba en juego.
“Tenemos un grupo humano que ha demostrado que nadie puede con nosotros. Es algo que parece de película. Tenemos una química brutal”, resolvió Alberto Díaz, que explicó las palabras con hechos. Resulta que el viernes, después de superar al Barcelona, Alberto le dijo a su gran amigo Darío Brizuela, también compañero de habitación en el hotel durante estos días, que compartirían el momento de alzar la copa en caso de conquistarla. Quedaba el Madrid por delante y quién sabía qué rival en la final. “Le he insistido en que lo hiciera solo, pero no ha querido. Sabe por lo que estoy pasando y por cosas como estas es uno de mis mejores amigos”, reveló Brizuela, que no se quiso extender más porque tiene a su hijo, recién nacido, en la UCI, aunque ya fuera de peligro por lo que comentan desde su entorno. Así, ambos jugadores asieron y mecieron la Copa para después levantarla al unísono al tiempo que una lluvia abundante de confeti dorado inundaba la pista y todo el Unicaja festejaba con ilusión desbordada su segunda Copa en la historia, 18 años después.
“Ojalá esto sirva para reafirmar el proyecto, para seguir creyendo en él… Este el primer paso, pero hay que seguir”, convino el técnico Ibon Navarro, que acudió a la rueda de prensa con su hijo de la mano y ropa nueva porque los jugadores le estaban esperando en el camerino para bañarle en agua y cerveza. Algo que Txus Vidorreta, técnico del Lenovo, ve posible, excelente deportividad la suya: “Quiero felicitar a Unicaja. Han sido los mejores en el torneo y los justos ganadores. Para nosotros era un reto disputar 40 minutos a tope en esta final y nos han pesado los tres partidos en menos de 50 horas”. Piropo que fue de vuelta. “El Lenovo es un espejo en el que nos miramos. Tienen un proyecto que mejora cada año y son fieles a una idea. Todos los honores y respetos para ellos”, contestó Navarro.
Antes de eso, en la cancha, los jugadores del Unicaja ya palpaban la locura que estaba por desatarse cuando al partido le restaban pocos segundos para el dong final. Brizuela se tapaba la cara con las manos y Barreiro lo hacía con la toalla, nerviosos y arrodillados a pie de pista porque ya paladeaban la Copa. Kravish y Djedovic insistían en que al partido no le quedaba más que un suspiro, y Thomas reclamaba aliento a la afición, que, siempre atenta y vitamínica para los suyos, entonaba la estrofa de Tu Bandera de Pablo López: “Siempre te llevo conmigo, siempre seré tu bandera, no juegas solo si yo estoy aquí, porque vuela el Carpena, y Málaga sueña, Unicaja yo vivo por ti...”. Y se acabó.
Entonces llegó el coro en el centro de la pista de todos los jugadores del Unicaja, brincos, abrazos y el cántico compartido de “Campeones, campeones, oé, oé, oé”. Osetkowski, que no habla castellano, lloraba porque sentía el triunfo, Ibon Navarro abrazaba por más de un minuto a Brizuela y el utilero sacaba unas camisetas verdes con el eslogan de Somos Campeones. Y Alberto, quién si no, le pedía a Sima —lesionado pero que no se quiso perder la fiesta— que le aupara a hombros para que cortara la red de la canasta. Lo mismo hizo después Carter en el otro aro, pero se quedó a medias porque justo en ese momento le designaron el MVP del torneo. Por lo que se llevó el trofeo y una lluvia de collejas de sus colegas de camerino. “Veníamos de perder dos partidos en la ACB y ha sido el momento de reagruparnos, de superar tres partidos muy duros y llevarnos la copa”, deslizó el norteamericano. “Es que aquí vamos a muerte por los compañeros”, añadió Díaz, que señaló al técnico como el desatascador: “Ibon es el artífice de todo esto”.
Recogió el testigo el entrenador, que no podía parar de reír pero que, coherente, admitía que su día más feliz fue con el nacimiento de su hijo. “Hace un año quizá no te crees que pasaría esto, pero cuando vienes aquí sabes que tienes que ganar tres partidos y lo hemos hecho contra los mejores”, se arrancó; “pero esto es posible porque si algo prevalece en este grupo es la falta de ego. Todos anteponemos al equipo. Así que no es mérito mío sino de encontrar a estas personas. Digo personas y no jugadores. Hay mucho trabajo en la búsqueda y lo bueno es que ha encajado”. Y, orgulloso, remachó: “Un cocinero no puede hacer una buena receta si no tiene buenos alimentos y estos son buenísimos”.
La fiesta en el camerino fue épica, pues todos querían saborear una victoria que pocos se podían imaginar porque por el camino estaban los dos mejores equipos de la ACB. “Es una gesta, Málaga se lo merecía después de tantos años sufriendo”, defendió Díaz. Y el técnico le secundó: “Si esto es posible es por la unión del grupo, por cómo se han entendido. Esto, realmente, es lo que más se parece a una familia”. Y, entregado, remató: “A riesgo de parecer un técnico norteamericano, quiero decir que los quiero mucho. Es la verdad”. Y ese amor, entendimiento y baloncesto bien valió para llevarse la Copa del Rey.
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