Djokovic, una maravilla en constante evolución
Su juego es, sin duda, el más completo del circuito y responde con pasmosa serenidad a la máxima tensión; tiene, además, la ambición de seguir mejorando
Tal y como venían vaticinando todos los expertos, sobre todo en la última semana del torneo, ayer Novak Djokovic se proclamó campeón en el Open de Australia, se volvió a subir a la cima del ranking e igualó a Rafael en número de Grand Slams. Por mucho que ya estemos habituados, lo conseguido por el jugador serbio es tan asombroso como admirable. Que 15 años después de aquel 2008 en que levantó su primer grande en Melbourne lo haya vuelto a hacer por...
Tal y como venían vaticinando todos los expertos, sobre todo en la última semana del torneo, ayer Novak Djokovic se proclamó campeón en el Open de Australia, se volvió a subir a la cima del ranking e igualó a Rafael en número de Grand Slams. Por mucho que ya estemos habituados, lo conseguido por el jugador serbio es tan asombroso como admirable. Que 15 años después de aquel 2008 en que levantó su primer grande en Melbourne lo haya vuelto a hacer por décima vez allí (por vigesimosegunda en el cómputo total) y con un nivel tenístico tan impresionante debe maravillar por igual a la gente del propio mundo del tenis como al simple aficionado.
En esta edición se ha mostrado prácticamente intratable, realizando un torneo impecable de principio a fin. Su juego es, sin duda, el más completo del circuito, lo que le permite jugar tanto atacando como defendiendo. Es resolutivo y luchador hasta la extenuación, y responde con pasmosa serenidad en los momentos de máxima tensión. Tiene, además, la ambición y la consecuente voluntad de seguir mejorando. Buena prueba de ello es su servicio, muy perfeccionado en los últimos tiempos.
Viendo todo esto, ¿cómo deberían haber salido a enfrentarse a él todos los jugadores que se lo han topado en estas dos últimas semanas? ¿Cómo puede uno plantear un partido ante un jugador que todos preferirían evitar?
Recuerdo perfectamente el día previo a jugar contra Novak en la final del US Open de 2013, las dudas que albergábamos Rafael y yo y la decisión que, finalmente, tomamos. Para vencerle, pensamos que no debíamos abrirle muchos ángulos ni cambiarle rápidamente las direcciones y jugar, por el contrario, más por el centro. Incrementar la apertura de pista, el largo de los desplazamientos y la rapidez en los intercambios, solo podía provocar en él una respuesta todavía más agresiva, implacable y, a buen seguro, definitiva. Fue así como optamos por jugarle más lento, por el centro de la pista y con convicción. Por suerte nuestra, Rafael salió ganador, pero recuerdo aquella final como una de las especialmente difíciles que ha disputado mi sobrino.
Entiendo, pues, perfectamente la preocupación y las dudas que, inevitablemente, tuvo Stefanos Tsitsipas antes de saltar a la Rod Laver Arena. Aun reconociendo la enorme dificultad del enfrentamiento y las pocas garantías que ofrecía cualquier estrategia a adoptar, creo que su planteamiento inicial fue erróneo. En el primer set, el jugador de Atenas quiso jugarle a Novak, precisamente, de tú a tú, con golpes rápidos y agresivos, cambiando constantemente las direcciones de sus tiros. Así me sigue pareciendo casi imposible batir al balcánico a no ser que seas Roger Federer. Ganarle por velocidad es una táctica prácticamente suicida, como vimos en ese rápido primer set en el que el jugador griego pareció tan desconcertado como incapaz de inquietar a su rival.
A partir del segundo, Stefanos serenó su juego y luego sí que obligó a Nole a jugar puntos más largos, golpeando mucho más por el centro de la pista y evitando así que él pudiera angular sus tiros. Fue entonces cuando vimos un encuentro más igualado, en el que ambos tenistas lograron conservar su servicio con relativa tranquilidad. Tanto es así que el segundo y tercer set se decidieron en sendos tie-breaks y cuando esto sucede, ya se sabe que el ganador de las mangas será el que logre templar mejor sus nervios en los puntos decisivos.
Y aquí fue, precisamente, donde Djokovic volvió a demostrar el dominio de sus emociones, su enorme arrojo y, lo más destacable, que es un gran campeón.
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