Nadal y Djokovic, mano a mano en la guarida de Nole
Los dos gigantes se reencuentran en Melbourne con dinámicas opuestas y marcan jerarquía: el serbio se crece en su retorno y el español dice estar listo para el pulso
Mientras Rafael Nadal pelotea en el interior de la John Cain Arena, llamada así en homenaje al líder laborista que presidió el estado de Victoria durante casi una década, en los ochenta, su esposa trata de dar con algún acceso al graderío para ver el entrenamiento del tenista junto al resto de los familiares, ya acomodados. “No hay manera, voy a intentarlo por arriba…”, dice después de retroceder tres o cuatro veces ante el cerrojazo de las puertas metálicas y enfilar las escaleras. Finalmente lo consigue, toma asiento en uno de los fondos –salpicado por la presencia del padre, la madre, la he...
Mientras Rafael Nadal pelotea en el interior de la John Cain Arena, llamada así en homenaje al líder laborista que presidió el estado de Victoria durante casi una década, en los ochenta, su esposa trata de dar con algún acceso al graderío para ver el entrenamiento del tenista junto al resto de los familiares, ya acomodados. “No hay manera, voy a intentarlo por arriba…”, dice después de retroceder tres o cuatro veces ante el cerrojazo de las puertas metálicas y enfilar las escaleras. Finalmente lo consigue, toma asiento en uno de los fondos –salpicado por la presencia del padre, la madre, la hermana, el agente, su responsable de comunicación y el representante de la firma deportiva que le patrocina– y observa la evolución de su marido, que antes de empezar el ensayo con Alexander Zverev ha demostrado que se toma tan en serio la preparación como los partidos.
Durante un cuarto de hora, en el gimnasio, todo un ritual: sentado sobre una máquina que sirve para fortalecer las rodillas y los cuádriceps, el deportista extiende el brazo y la palma izquierda para que su fisio, Titín, le aplique el aceite con el pincel, después el espray y a continuación le envuelva los dedos con las cintas protectoras que evitan las ampollas por el exceso de rozadura; primera falange del índice, segunda del corazón, el anular y el meñique; con la otra mano desbloquea el móvil y de fondo aparece el rostro de su hijo Rafael, que le acompaña estos días en Melbourne y vive su primer Grand Slam. Todo está a punto. Ahora sí, Nadal, bien arropado, está “listo” para despegar en este Open de Australia en el que él, defensor del título y líder de la gran carrera histórica, se enfrenta al envite del hombre que vuelve con ganas y los colmillos bien afilados, tal vez con más apetito que nunca.
“No me siento como un villano, eso es el pasado”, responde Novak Djokovic al periodista que le invita a rebobinar hacia la detención y la expulsión del país por su negativa a vacunarse. “Si guardara rencor, probablemente no podría seguir adelante ni estar hoy aquí. Mi visión de Australia ha sido siempre muy positiva y mis resultados son un testimonio de cómo me siento en Melbourne. Quería volver aquí y jugar, que al final es lo que mejor hago. Tenía muchas ganas de regresar y confío en hacer disfrutar a la gente, traer buenas vibraciones”, amplía el serbio, respaldado por su supremacía en el torneo (nueve títulos), sobre cemento (66 trofeos de los 92 que posee) y la buena andadura en la gira preparatoria previa al torneo. Ganó en Adelaida, igualó los éxitos del español (otros 92) y antes del despegue lanza un órdago porque puede atraparle en la cima histórica de la raqueta.
“Por supuesto que tengo esa motivación”, dice sin disimulos. “Quiero ser el mejor, no es ningún secreto”, prosigue. “Estoy en muy buena forma. Terminé el año de la mejor manera posible [cuatro bingos de octubre aquí] y continué igual en Adelaida. Me veo bien, siempre me veo bien”, se piropea Nole, cuyo expediente refleja 82 victorias y tan solo ocho derrotas en el major de las Antípodas. Dos veces jugó contra Nadal, en la final de 2012 –la más larga de la historia, 5h 53m– y la de 2019; las dos ganó. “Parece que ha venido bien preparado. Hoy día, él es el máximo favorito para ganar el título [el día 29], sin ninguna duda”, remarca el español, quien matiza: “lo que pasa es que hay que trabajar y hacerlo bien durante dos semanas, y en el deporte, lo que hoy parece imposible a veces deja de serlo”.
Al escanearse, el de Manacor asiente. Se ve bien, considera que la base para intentar la reválida “es buena” y muy lejos de pensar en un hipotético cruce con el de Belgrado en la final, previene ante el encontronazo de la próxima madrugada (4.30, Eurosport) con el británico Jack Draper, un joven zurdo (21 años, 40º del mundo) que ha escalado más de 200 puestos en su primera aventura en la élite y ha arañado triunfos contra jugadores de perfil elevado.
“Tiene una gran carrera por delante. ¿Que la primera ronda es de las peores que me podía tocar? Es una realidad, pero uno tiene que vivir con lo que hay”, afirma. “He perdido más de lo habitual [seis de los últimos siete partidos], pero lo acepto. Si soy capaz de ganar el lunes, creo que voy a tener mis opciones. Necesito ganar un par de partidos, pero si no lo hago aquí, seguiré trabajando; creo que estoy mejorando y progreso cada semana, estoy jugando bien”, añade el balear, al que la historia sitúa ante un doble reto: en el caso de triunfar por tercera vez en Melbourne (2009 y 2022) atraparía a Serena Williams, retirada con 23 grandes en el casillero, y superaría a la estadounidense como el tenista (hombre o mujer) con mayor diferencia entre su primer éxito en un gran escenario (junio de 2005) y el último (junio de 2022); esto es, 17 años y siete meses, por los 17 y cinco de la multicampeona (1999-2017).
Una tropa llena de incógnitas
Él y Djokovic marcan el paso. Ausente por lesión de última hora Carlos Alcaraz, el único que logró robarles una porción del pastel en 2021, el resto de los aspirantes asoman como incógnitas. Al griego Stefanos Tsitsipas se le resiste el salto en un major y ha chocado tres veces contra la barrera de las semifinales en Australia; al ruso Daniil Medvedev se le enquistó la derrota contra Nadal de hace un año y a pesar de haber disputado dos grandes finales, el noruego Casper Ruud precisa de otro estirón para rebatir a los más fuertes sobre pista dura; el alemán Alexander Zverev tan solo ha jugado dos partidos desde que se rompiera un tobillo en Roland Garros y a las propuestas de Auger-Aliassime, Rublev, Fritz, Rune, Berrettini o Norrie les falta cocción por ahora.
Aprieta con fuerza la juventud, pero a la hora de la verdad y apeado ya Roger Federer, no hay candidatura más sólida que las de ambos, viejos rockeros. Irreductibles y jerárquicos. “Son superbuenos [los jóvenes] y van a ganar Grand Slams, pero estoy casi seguro de que los jugadores de esta generación no lograrán 20, 21 o 22. Estamos aquí con 36 años y necesitas completar una carrera muy, muy larga, y las lesiones y otras cosas están ahí. No hablo de nivel, sino de diferentes cosas de la vida”, cierra Nadal, de nuevo en Australia, otra vez ante el desafío de imponerse a sus propias circunstancias; esta vez, eso sí, Djokovic mediante. Es decir, el más difícil todavía.
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