Sí, Carlos Alcaraz ya está aquí: gana el US Open y es el número uno más joven de la historia
El murciano deshace el nudo final ante Ruud (6-4, 2-6, 7-6(1) y 6-3, en 3h 20m) y a sus 19 años eleva en Nueva York su primer Grand Slam. Es el cuarto español que toca la cima y el tenista más precoz en ganar un grande desde Nadal (2005)
Las puertas de la historia se abren de par en par, y cruza el marco Carlos Alcaraz. En la Arthur Ashe, todo el mundo en pie y móviles en alto durante el último punto. A sus 19 años, el español celebra su primer grande (6-4, 2-6, 7-6(1) y 6-3 a Casper Ruud, en 3h 20m) y ya es el número uno más joven de la historia del tenis, desbancando al australiano Lleyton Hewitt, que hizo cumbre con 20 años y nueve meses en 2001; también es el campeón de un g...
Las puertas de la historia se abren de par en par, y cruza el marco Carlos Alcaraz. En la Arthur Ashe, todo el mundo en pie y móviles en alto durante el último punto. A sus 19 años, el español celebra su primer grande (6-4, 2-6, 7-6(1) y 6-3 a Casper Ruud, en 3h 20m) y ya es el número uno más joven de la historia del tenis, desbancando al australiano Lleyton Hewitt, que hizo cumbre con 20 años y nueve meses en 2001; también es el campeón de un grande más precoz desde que Rafael Nadal alzara el Roland Garros de 2005. Es decir, el advenimiento ya es una realidad. Lo que se adivinaba se cumple en Nueva York: “Quiero llegar a lo más alto y ganar un Grand Slam, trabajo cada día para eso”. Dicho y hecho. Sí, Alcaraz ya está aquí.
Resuelve el español el último brete –en la final, solo cinco puntos más que Ruud, que también aspiraba al trono y queda como dos del mundo– y se funde en un abrazo con su padre y con su equipo. Emocionado, porque la situación lo merece y al fin y al cabo no deja de ser un advenedizo que no alcanza la veintena, se acuerda en el discurso de su madre y de su abuelo, que no han podido viajar: “Esto es algo con lo que soñaba desde que era un niño”, dice mientras la profecía se cumple y la historia lo empareja con su técnico, Juan Carlos Ferrero, Nadal, Carlos Moyà, Arantxa Sánchez Vicario y Garbiñe Muguruza como españoles que han tocado el techo del circuito; figura, además, como el más joven en conquistar Flushing Meadows desde que lo hiciera el formidable Pete Sampras (19 años y 28 días) en 1990.
Si nada se tuerce o no se produce una irrupción más luminosa, este 11 de septiembre marca un antes y un después para el tenis. Se corona Alcaraz en Nueva York, luce orgulloso el 1 y la historia gira la tuerca, dándole la bienvenida a una nueva etapa; si alcanza la magnitud de era Alcaraz, como se insiste estos días, ya se verá. Así pinta, pero es pronto; hay casos y casos y más casos de talentos extraviados. Los fogonazos de Thiem o Medvedev en los últimos tiempos, los de Murray, Wawrinka, Del Potro o Cilic antes, interrumpieron de manera momentánea la extraordinaria tiranía de los tres gigantes, aunque sin llegar a suponer nunca una amenaza real para el establishment. Solo intimidó de verdad el escocés. Al margen de él, enorme mérito el suyo, chispazos. Poco más.
Lo de Alcaraz, sin embargo, pinta bien diferente por momento, edad y maneras. Recuerdan su eclosión y su aterrizaje en la cima a las de las grandes figuras de este deporte. Disfruta y hace disfrutar. Tiene los mejores mimbres. Es un valiente en medio de un ejército de jóvenes especuladores; sí, hay vida más allá del saque. Y sobre todo, quiere, déficit entre la nueva generación de jugadores. En un tenis anquilosado y de sentido único, trallazo va trallazo viene, su propuesta se abre paso y seduce a partes iguales. Hacía mucho que un jugador no entraba con tantísima fuerza ni tanta decisión, ni que retara con tanto descaro. Sin miedo. Ya ha reducido a Nadal y Djokovic, y este recorrido en Nueva York ha revelado una nueva arista: sabe sufrir.
Órdago del noruego
Ahora bien, tiene 19 años, un largo trecho en la maduración y una final es una final, más si es la primera de un grande; si no, que se lo pregunten a un tal Djokovic, vencido por Federer en su estreno de 2007, en Nueva York precisamente. Durante un rato, Alcaraz se atrapa. Normal. Aunque Ruud encaje el primer juego antes de que empiece el partido, por el desequilibrio en los aplausos a uno y otro en la recepción, es un tipo duro de pelar en el cuerpo a cuerpo y aprovecha el filo hilo sobre el que transcurre el duelo para desestabilizar. Endurece el desarrollo y exprime los tramos parejos, sabedor de que la escalinata hacia el trofeo pasa por ahí para él. Si deja jugar y concede una sola burbuja de oxígeno al murciano, sus opciones desaparecerían.
Alcaraz comienza viento en popa y se adjudica el primer parcial, pero el rival le exige en cada peloteo. No hay un punto sin debate. Tiene clase Ruud, puro academicismo, pero también posee un brazo considerable. Si coge confianza y lo arma, la descarga es eléctrica y suele llegar a buen puerto. No es un jugador al que convenga subestimar. A su rendimiento no le acompañan títulos de magnitud, pero en esta tarde neoyorquina que avanza con el techo de la Arthur Ashe cerrado (llueve sobre Queens) tiene ganas de hacer un buen roto. Todo apunta al español, pero él se rebela. Y lo hace a lo grande. Ante la esperada coronación del novel y todo el envoltorio en clave alcaraziana de la final, el noruego lanza un órdago.
“¡Charlie, convéncete!”
En una carrera hacia la red, Alcaraz falla y lanza un raquetazo a la cinta. Está pasando un mal rato. Enfrente, Ruud, 23 años, escupe bolas como una máquina tragaperras. No lo ve claro Juan Carlos Ferrero y arenga a su chico: “¡Charlie, convéncete de que tienes que ir a por el partido!”. “¡Positivo todo el rato!”. “¡Vamos a ponernos duros en las tres primeras bolas!”. Sufre y padece el murciano, pero termina levantándose; el sino de esta singladura americana que ha completado a base de agallas. Sorteó una bola de partido contra Jannik Sinner en los cuartos; batió en cinco sets a Marin Cilic en los octavos; y remontó en otros tantos a Frances Tiafoe en las semifinales. Contra Ruud, otra vez, más sufrimiento y la misma reacción: se crece cuando toca.
Con el agua al cuello en el tercer set, el nórdico dispone de dos opciones para llevárselo, pero Alcaraz las aborta yéndose a la red. Sortea el español ese fuego, firma un punto espectacular y la central revienta. El impacto anímico sobre su adversario es bestial, que hasta ese momento había sido superior en todos los intercambios al límite. Sabe Carlitos dónde, cuándo y cómo pegar, virtud reservada para un club muy exclusivo. Dos a uno por encima, emocionalmente le ha dado un bocado decisivo al partido, que resuelve a velocidad de crucero y a base de buen hacer, aplicado hasta la última bola porque Ruud no afloja en absoluto. Aun así, el noruego se resigna y acaba cediendo. Era el día y el campeón lo sabía. Se decía que era un fuera de serie.
Y así es. Aquí está Alcaraz.
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