Pancartas contra el VAR en la Premier
Una cosa distinguía al fútbol inglés: no se discutía al árbitro. Su papel era tan sagrado como el de la Corona
Una cosa distinguía al fútbol inglés: no se discutía al árbitro. Su papel era tan sagrado como el de la Corona. Los periódicos se limitaban a escribir debajo de las alineaciones: Árbitro: Fulanito. Y ni una palabra más.
Tiempos de un árbitro único, demiurgo que decidía qué sí y qué no, según su criterio para aplicar un reglamento sencillo e inmutable, 17 reglas a las que los sabios añadían una 18ª no escrita: el sentido común. En los países latinos se les protestaba o algo peor. Pero sabíamos con quién nos enojábamos y por qué.
Todo se ha ido complicando. Primero se elevó a los l...
Una cosa distinguía al fútbol inglés: no se discutía al árbitro. Su papel era tan sagrado como el de la Corona. Los periódicos se limitaban a escribir debajo de las alineaciones: Árbitro: Fulanito. Y ni una palabra más.
Tiempos de un árbitro único, demiurgo que decidía qué sí y qué no, según su criterio para aplicar un reglamento sencillo e inmutable, 17 reglas a las que los sabios añadían una 18ª no escrita: el sentido común. En los países latinos se les protestaba o algo peor. Pero sabíamos con quién nos enojábamos y por qué.
Todo se ha ido complicando. Primero se elevó a los liniers (jueces de un código con sólo dos reglas, fuera de banda y fuera de juego, escribió Fontanarrosa) en árbitros asistentes, con visos a fortalecer su criterio en ciertos casos frente al árbitro principal. La autoridad única se empezaba a difuminar. Luego, llegó el cuarto árbitro, que pasa el partido alertando al árbitro sobre incorrecciones en los banquillos que él mismo agita con su mera presencia altiva y represiva. Hubo más tarde dos jueces de gol, que desaparecieron pronto, por fortuna. El remate fue el VAR, ese Gran Hermano entre consejero y censor, donde otro árbitro con un equipo de adláteres que mueven ruedas de moviola le avisa de errores o le arrastra a ellos, según cuándo y cómo.
No sería todo tan grave si no hubiera venido acompañado del adanismo estúpido de David Elleray, otrora puntilloso árbitro internacional inglés que se hizo un prestigio gracias a su profesión paralela de docente y a sus buenas relaciones. Llegado a Director Técnico de International Board ha sustituido la vieja prudencia de ese organismo por una diarrea de cambios, bastantes de ida y vuelta, que alteran seriamente el espíritu del juego.
Más allá de aquella sandez como del saque de centro hacia atrás, el gran daño viene al tratar de encajar en una casuística interminable cada regla. En su redacción de 1925, acierto debido a Stanley Rous tras 62 años de existencia del fútbol, era de una sencillez ejemplar. Ahora Elleray lo retoca cada verano con una tormenta de alteraciones para confusión de aficionados y también de árbitros, que ven cada poco condicionados sus reflejos adquiridos en años de oficio por nuevas precisiones, que frecuentemente rectifican otras anteriores. Antes sabíamos qué era mano: la que iba al balón o la que el defensor había colocado de manera forzada para que el balón fuera a ella. Un señor, el árbitro, lo interpretaba. Ahora no sabemos ya cuándo es mano y cuándo no. Ni cuándo expulsión. Hace un año valió aquel gol de Mbappé a España y ahora ya no valdría. Hoy ni siquiera sabemos cuándo acaba el partido y por qué.
Elleray más VAR es una mezcla fatal. Con una normativa tan cambiante y rodeados de un ectoplasma asambleario, los árbitros que ahora llamamos de campo o principales, pierden el interés por su propio criterio y se dejan ir. También los asistentes, que no levantan el banderín ante fueras de juego evidentes hasta que acaba la jugada, cosa ridícula. Y en el VOR, esa sala brumosa, se cuelan entrometidos que rebuscan como sexadores de pollos para pillar algo que les haga sentir útiles, cuando no geniales.
La semana pasada el VAR anuló en la Premier dos goles por supuestas faltas en los orígenes de sendas jugadas, y digo supuestas porque estaban lejos de lo que la tradición inglesa considera falta, pero que ahora son encuadrables en algunos de los múltiples apartados en que Elleray disecciona cada regla. The Telegraph se dolía el viernes de la mano del United ante la Real. La vieja reverencia de aficionados y medios ingleses hacia la tarea arbitral se esfuma. En los campos aparecen pancartas desde hace años: “Matando la pasión, matando el ambiente, matando el juego. Fuera el VAR”. Acabar con éste será difícil: le protegen la tecnolatría de este tiempo más el dinero que mueve en licencias y en sueldos de servidores de la sala brumosa. Por mí bastaría con que interviniera en los casos de gol fantasma, pero no soy optimista.
Lo de David Elleray tiene que ser más fácil. Igual que pararon la Superliga, bien podrían ahora aficionados y prensa inglesa liberarnos de él.
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