El ‘síntoma Raducanu’: tenis, juventud y presión. ¿Qué demonios está pasando?
La campeona de 2021, de 19 años y apeada en la 1ª ronda, sintetiza la volatilidad de las nuevas figuras, atrapadas en una espiral de expectativas, fama y contratos
Un cóctel de tenis, presión y juventud. Un síntoma: Emma Raducanu. Y una pregunta en el aire, porque desde que la británica hiciera historia el curso pasado en Nueva York al convertirse en la primera jugadora que conquistaba el torneo procedente de la fase previa, sin perder un solo set, con solo 18 años y habiendo jugado hasta entonces un solo partido en la élite, el circuito y el aficionado se preguntan: ¿Qué demonios está pasando con ella y ese buen puñado de la nueva generación de tenistas que impac...
Un cóctel de tenis, presión y juventud. Un síntoma: Emma Raducanu. Y una pregunta en el aire, porque desde que la británica hiciera historia el curso pasado en Nueva York al convertirse en la primera jugadora que conquistaba el torneo procedente de la fase previa, sin perder un solo set, con solo 18 años y habiendo jugado hasta entonces un solo partido en la élite, el circuito y el aficionado se preguntan: ¿Qué demonios está pasando con ella y ese buen puñado de la nueva generación de tenistas que impactan y desaparecen como estrellas fugaces?
Circulan diferentes teorías. Hay quienes aluden (profesionales y especialistas) a que la cultura del esfuerzo de los jóvenes de ahora deja mucho que desear, o a que la tecnología se ha apoderado de sus vidas y repercute directamente en su apetito competitivo y genera una falta de estímulo; los hay quienes dicen (técnicos) que, sencillamente, su nivel está muy por debajo del de las hornadas anteriores; y de puertas adentro, ellos y ellas (también los preparadores) argumentan que todo responde al “proceso” y a que la presión mediática de estos días termina por devorar a chicos y chicas con un talento excepcional. Entre la amalgama de interpretaciones, pesa la teoría de que el tenis es una picadora de almas y mentes frágiles por su abrasadora exigencia anual.
Entretanto, Raducanu, nacida en Londres, de padre rumano y madre china, sigue en caída libre –cedió en la primera ronda de Nueva York contra Alize Cornet, 13 años mayor– y sin responder a las enormes expectativas que generó su irrupción de hace un año. Conquistó Flushing Meadows, ascendió a la zona noble del ranking, posó en un sinfín de publicaciones y, con los 18 millones de dólares que facturó a lo largo del último año (17,9 de euros) escaló en el listado de la revista Forbes hasta la sexta posición en el ámbito del tenis, solo por detrás de Federer, Osaka, Serena, Nadal y Djokovic; en paralelo, ilusionó al mustio tenis del Reino Unido, necesitado de referentes.
Sin embargo, la explosión fue tan llamativa como el deterioro de su rendimiento. Acarició el top-10, pero hoy es la 79ª del mundo; este curso cedió en la segunda ronda en Australia, Roland Garros y Wimbledon, y en la primera estación del US Open; y desde que se coronase hace un año, las caídas tempraneras en los torneos son frecuentes y suma más derrotas (16) que victorias (13). Desde entonces a hoy, cuatro entrenadores han pasado por su banquillo, sin conseguir ninguno de ellos que recupere el vuelo ni mucho menos el brillo.
“Tengo una diana. Cuando estás ahí arriba, todo el mundo quiere ganarte y debo aceptarlo”, exponía tras su adiós en París. “Pero siento que he crecido mucho. No me da miedo volver a empezar de cero. Creo que todo lo que está pasando en este viaje tenía que pasar”, comentaba antes de competir esta semana en Flushing Meadows. “Para tener 19 años, no ha sido un mal año. Si hace un año me hubieran dicho que iba a estar entre las 100 mejores, lo hubiera comprado. Quizá sea bueno partir de cero otra vez”, afirmó tras perder el martes contra Cornet.
Ella no es, ni mucho menos, la única que padece el mal de altura. Leylah Fernandez, su rival en la final del año pasado y apeada a la primera por Liudmila Samsonova (6-3 y 7-6(3), también ha reconocido que a sus 19 años no ha sido nada fácil digerir el subidón, como ya le sucediera a Bianca Andreescu (ganadora en 2019) o a la propia Osaka. La japonesa, eliminada en la primera ronda por Danielle Collins, sufre desde hace tiempo y dice que tiene ahora mismo un gran “caos” interior. Vienen y se esfuman hipotéticas figuras. No solo en el circuito femenino, sino también en el masculino. Kyrgios parece un caso perdido y otros jóvenes que llegaban para comerse el mundo se han desinflado.
Perderse para encontrarse
Razona para este periódico Garbiñe Muguruza, que conoce perfectamente la ruta de ida y vuelta del éxito. “Cuando se crea una expectación tan, tan, tan alta, no es sostenible porque siendo tan joven no es posible mantener un nivel tan alto de tenis. Eso requiere de un proceso, hay cantidad de ejemplos de gente que ha sido muy buena y que luego ha tenido baches, y después ha vuelto”, concede la española, que alcanzó la final de Wimbledon con 21 años, y que conquistó Roland Garros con 22 y el major londinense con 23; “creo que es absolutamente normal y creo que hay que cuidar esos casos porque enseguida te ponen muy arriba, y luego… Es lo que hay. Así es como funciona el business y como funciona todo, y es muy difícil controlarlo. Hay que pasar por eso y volver”.
Y argumenta también Paula Badosa. “Lo de Raducanu es una auténtica locura. Hay muchas jóvenes que juegan muy bien, pero es muy difícil que una carrera pueda ir siempre en línea recta”, expresa la catalana, de 24 años y que después de conquistar el Roland Garros júnior en 2015 sufrió una depresión que casi la aparta del tenis. “Tarde o temprano debes pasar por un bajón ante las expectativas. Lo de ella es totalmente normal, porque es muy difícil de llevar y es muy fácil desviarte. Luego recuperan el nivel, porque son muy buenas, pero tienes que pasar por ese proceso de perderte para encontrarte otra vez”, añade.
Con su campanada en Queens, Raducanu se convirtió en la primera mujer británica en ganar un grande desde hacía 44 años. Fue elegida por la BBC como Personalidad Deportiva el año pasado y ha firmado contratos con compañías como British Airways, Porsche, Dior, Evian o Tiffany. Arrastra a dos millones y medio de seguidores en Instagram. Todos la quieren, todos la demandan. Y, no pocas voces insinúan que la nebulosa comercial la ha desorientado.
“Tal vez se vea, en las noticias o en las redes sociales, que he firmado tal o cual acuerdo, y creo que es bastante engañoso porque durante cinco o seis horas al día y estoy 12 en el club”, se defiende la inglesa, que estudia Económicas; “pero si publico un post en el coche de camino al entrenamiento de repente es como: ‘no me centro en el tenis’. Creo que es injusto, pero es algo con lo que he aprendido a lidiar. Soy más insensible al ruido exterior. Hago cosas [con los patrocinadores] cada trimestre, así que realmente no es para tanto”.
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